San Antonio y la mula del Hereje |
Por dondequiera que pasaba, san Antonio de Padua era el flagelo de los herejes en virtud del maravilloso don con que refutaba sus objeciones y desenmascaraba sus calumnias contra la fe católica. Habiendo llegado un día a Toulouse (Francia) para combatir los errores de los enemigos de la santa Iglesia, tuvo que disputar contra uno de los más tenaces albigenses. La larga discusión terminó por recaer sobre el augusto Sacramento de la Eucaristía. Luego de grandes dificultades, el defensor del error fue reducido al silencio. Pero, si bien estaba derrotado no se había convertido; y recurrió a un argumento extremo en desafío al santo:
–Escucha, pues, mi propuesta: tengo una mula en mi casa. La dejaré encerrada durante tres días sin alimento alguno, y así la traeré a esta plaza. Entonces, en presencia de todos, le ofreceré una abundante cantidad de avena, y tú le presentarás eso que, según dices, es el cuerpo de Jesucristo. Si el animal hambriento abandona la comida para correr donde ese Dios que todas las criaturas deben adorar, conforme a tu doctrina, yo creeré de todo corazón la enseñanza de la Iglesia Católica.
* * * El día fijado vino gente de todas partes. No era posible confundir la plaza en que se realizaría la gran prueba; católicos y herejes la desbordaban, presos de una expectativa fácil de imaginar. En una capilla cercana, Fray Antonio celebraba la santa Misa con angelical fervor.
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