San Juan Gualberto
Religioso benedictino
Año 1073
Nació en Florencia, de familia muy rica y su único hermano fue asesinado. Era heredero de una gran fortuna y su padre deseaba que ocupara altos puestos en el gobierno.
La vida de Juan cambió radicalmente el día de Viernes Santo de 1003, cuando tenía 18 años. Fue su «camino de Damasco». Juan era un joven despreocupado que asistía a la iglesia sólo en las grandes solemnidades. Juan no sabía explicarse las profundas emociones que había experimentado en la iglesia aquel día, en los oficios solemnes que conmemoraban la muerte del Señor.
Al adorar la cruz, todos notaron en él una devoción especial. Terminados los oficios religiosos partió hacia Siena, bien armado en su caballo. La primavera sonreía en los campos, pero no tanto en su corazón. Borrada de repente la imagen de Jesús en la cruz, que tanto le impresionara hace unas horas, sólo veía la de su hermano desangrándose en tierra, mientras se imaginaba encontrarse con el asesino y enrojecer con la sangre del traidor la espada que llevaba, que era la de su hermano.
Todavía se entretenía su mente con estos pensamientos, cuando en una curva del camino se presentó ante sus ojos, a pie y desarmado y llevando de la mano un niño, precisamente el asesino de su hermano. Juan saltó del caballo como un rayo, espada en mano. El asesino no intentó huir. Era inútil. Se arrodilló con los brazos en cruz, y sólo le dijo una palabra: «Perdón». Juan no le escuchaba, y se disponía a asestarle un golpe mortal a su enemigo. Viéndose éste perdido sin remisión, aún musitó, entre la vida y la muerte: «Jesús, Hijo de Dios, perdóname tú al menos.
Fue entonces cuando la gracia divina obró en el corazón de Juan. Ya no veía a su enemigo de rodillas ni al niño llorando. Sólo veía a Jesús muerto en la cruz por él, que tanto le había emocionado poco antes en la iglesia. Ya no escuchaba el gemido del que le pedía perdón, sino, las palabras de Jesús: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen».
Arrojó la espada, se tiró a tierra, levantó al asesino, le abrazó y le dijo: «Hermano, te concedo el perdón que me pides, por la sangre que hoy derramó Jesús en la cruz«. El asesino le besó la mano y se marchó.
Siguió su camino y al llegar a la próxima iglesia se arrodillo ante la imagen de Cristo crucificado y le pareció que Jesús inclinaba la cabeza y le decía: «Gracias Juan».
Desde aquel día su vida cambió por completo. Juan dejó sus uniformes militares y sus armas y se fue al convento de los monjes benedictinos de su ciudad a pedir que lo admitieran como religioso. Su padre se opuso totalmente y exigió al superior del convento que le dovolvieran a Juan inmediatamente.
Cuando el papá vio al antiguo guerrero convertido en sencillo y piadoso monje se echó a llorar, y dándole su bendición se retiró.
En aquellos tiempos, el peor defecto que había en la Iglesia era la Simonía, es decir, algunos compraban los altos cargos, y así llegaban a dirigir la Santa Iglesia algunos hombres indignos. En el convento de florencia, donde estaba Juan, se murió el superior, uno de los monjes fue con el obispo y con dinero hizo que lo nombraran superior a él. También el obispo había comprado su cargo.
Gualberto no pudo soportar esta indignidad y se retiró de aquel convento con otros monjes
Fundador. Se fue a un sitio muy apartado y silencioso, llamado Valleumbroso y allá fundó un monasterio de mojes benedictinos que se propusieron cumplir exactamente todo lo que San Benito había recomendado a sus monjes. El monasterio llegó a ser muy famoso y le llegaron vocaciones de todas partes. Con los mejores religiosos de su nuevo convento fue fundando varios monasterios más y así logró difundir por muchas partes de Italia las buenas costumbres, y fue atacando sin misericordia la simonía y las costumbres corrompidas. Las gentes sentían gran veneración por él.
Después de haber logrado que muchas personas abandonaran sus vicios y se convirtieran y que muchos sacerdotes empezara a llevar una vida santa, y gozando del enorme aprecio del Papa y de numerosos obispos, murió el 12 de julio de 1073, dejando muchos monasterios de religiosos que trataban de imitarlo en sus virtudes y llegaron a gran santidad.
Que sus ejemplos sean de gran provecho para nuestra alma.