Hoy la Iglesia conmemora a los abuelos de Jesús, padres de Nuestra Señora. Dios bendice el matrimonio, y San Joaquín y Santa Ana, ya ancianos, conciben una hija: la Inmaculada Virgen María.
Ana y Joaquín, esposos y judíos ejemplares, vivieron en una época crucial de la historia de la salvación, momentos en los cuales estaba por ser cumplida la promesa de Dios a Abraham y la humanidad estaba lista para recibir la respuesta esperada por los justos del Antiguo Testamento, que esperaban la consolación de Israel.
Escuchemos las palabras del Salmo 131, sobre la fidelidad de Dios a su promesa: “El Señor juró a David una promesa de la cual no se retractará: ¡el fruto de tu vientre pondré sobre tu trono!” […] Porque el Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella: “Esta es mi mansión por siempre, aquí viviré, porque la escogí”” (vv. 11.13).
Sin duda, Ana y Joaquín pertenecían al grupo de aquellos judíos piadosos que esperaban la consolación de Israel, y precisamente a ellos les fue dada una tarea especial en la historia de la salvación: fueron escogidos por Dios, para generar a la Inmaculada que, a su vez, es llamada a concebir al Hijo de Dios.
Conocemos los nombres de los padres de la Bienaventurada Virgen a través de un texto no canónico, el Protoevangelio de Tiago. Ellos son citados en la página que precede el anuncio del Ángel a María. Esta su hija no podía dejar de irradiar aquella gracia totalmente especial de su pureza, la plenitud de la gracia que la preparaba para el designio de la maternidad divina.
Podemos imaginar cuánto recibieron de Ella estos padres, al mismo tiempo que cumplían con su deber de educadores. (…) Madre e hija estaban unidas no solamente por lazos familiares, sino principalmente por la común expectativa del cumplimiento de las promesas, por la recitación multiforme de los Salmos y por la evocación de una vida de entrega a Dios.
¿Tendremos nuestros ojos y oídos abiertos para reconocer un misterio tan excelso? Pidamos a Santa Ana y a San Joaquín que no sólo veamos y escuchemos el mensaje de Dios, sino que inclusive podamos participar con amor a las personas con las cuales nos encontramos, en su amor y en particular transmitiendo luz y esperanza a todas nuestras familias. Confiemos de manera especial a Santa Ana a las madres, esencialmente a las que son impedidas en su defensa de la vida naciente o que tienen dificultades para formar y educar a sus hijos. (…)
Encontramos otro aspecto, que gustaría de resaltar: Santa Ana y San Joaquín pueden ser tomados como modelo además por su santidad vivida en edad avanzada. En conformidad con la antigua tradición, ellos ya eran ancianos cuando les fue confiada la tarea de dar al mundo, conservar y educar a la Santa Madre de Dios.
En las Sagradas Escrituras, la vejez es circundada de veneración (cf. 2 Mac 6, 23). El justo no puede ser privado de la vejez y de su peso; al contrario, él reza así: “Vos sóis mi esperanza, mi confianza, Señor, desde mi juventud… Ahora, en la vejez y decrepitud, no me abandonéis, oh Dios, para que yo narre a las generaciones la fuerza de vuestro brazo, vuestro poder a todos los que han de venir” (Sl 71 [70], 5-18).
Con su presencia, la persona anciana recuerda a todos, y de manea especial a los jóvenes, que la vida en la tierra es una “curva”, con un inicio y un final: para experimentar su plenitud ella hace referencia a los valores no efímeros ni superficiales, sino sólidos y profundos.
Infelizmente, un elevado número de jóvenes de nuestro tiempo están orientados hacia una concepción de la vida en que los valores éticos se vuelven cada vez más superficiales, dominados por el hedonismo reinante. Lo que más preocupa es el hecho que las familias se dividan a medida en que los esposos alcanzan la edad madura, cuando tienen mayor necesidad de amor, de ayuda y de comprensión recíproca.
Los ancianos que recibieron una educación moral vigorosa deberían demostrar, mediante su vida y el propio comportamiento en el trabajo, la belleza de una sólida vida moral. Deberían manifestar a los jóvenes la profunda fuerza de la fe, que nos fue transmitida por nuestros mártires y la belleza de la fidelidad a las leyes divinas de la moral conyugal.
Hace algún tiempo, me dirigí a un grupo de católicos japoneses, deseosos de constituir una Pía Asociación, inspirada en Joaquín y Ana, que reúne casas de la llamada “tercera edad”, dedicadas precisamente a la promoción de los ideales de vida que acabé de exponer.
Para terminar, quiero proponer a todos los aquí presentes, la oración que ellos recitan diariamente:
Oh San Joaquín y Santa Ana proteged a nuestras familias desde el inicio promisorio hasta la edad madura repleta de los sufrimientos de la vida y mantenednos en la fidelidad a las solemnes promesas.
Acompañad a los ancianos que se aproximan del encuentro con Dios.
Suavizad el camino suplicando para aquel momento la presencia materna de vuestra dichosa Hija la Virgen María y de su Divino Hijo, Jesús! Amén.
Homilía del Cardenal Tarcisio Bertone en la Fiesta Litúrgica de los Santos Padres de Nuestra Señora – Parroquia de Santa Ana en el Vaticano – 26 de Julio de 2007
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