San Alfonso María de Ligorio

Cuando contemplamos el cielo estrellado, nos extasiamos con los miles de astros y el brillo en la etérea inmensidad.  Sin embargo, hay otra constelación más hermosa y brillante que la del firmamento: son los Santos de la Iglesia Católica, fulgurantes ejemplos para todos los fieles. Una de esas grandes luminarias del cristianismo es San Alfonso María de Ligorio.

El día 1º de agosto celebramos la fiesta de San Alfonso María de Ligorio, Obispo, Confesor y Doctor de la Iglesia. Fundador de la Congregación del Santísimo Redentor, 1.jpges el tratadista por excelencia de la moral católica y se destacó por su profunda devoción a Nuestra Señora, en honor de la cual escribió una de sus más bellas obras, las Glorias de María. De él tenemos esta pequeña biografía escrita por Mons. Guéranger:

Alfonso María de Ligorio nació de padres nobles, en Nápoles, el 27 de septiembre de 1696. Su juventud fue piadosa, estudiosa y caritativa. A los 17 años de edad fue doctor en derecho civil y canónico. Y poco después, comenzó una brillante carrera de abogado. Pero ningún hecho, ni el deseo de su padre que lo quería ver casado, impidieron que abandonara el mundo. Delante del altar de Nuestra Señora, hizo el voto de hacerse sacerdote. Fue ordenado en 1726, se consagró a la predicación. En 1729, una epidemia le permitió dedicarse a los enfermos en Nápoles. Poco después se retiró, con compañeros, a Santa María de los Montes y con ellos se preparó para la evangelización de los campos.

En 1732 estableció la Congregación del Santísimo Redentor, que le traería numerosas dificultades y persecuciones. Pero al final los postulantes fluían y el instituto se expandió rápidamente. En 1762 fue nombrado Obispo de Santa Ágata de los Godos, cerca de Nápoles. Inmediatamente emprendió la visita a su diócesis, predicando en todas las parroquias y reformando el clero. Él continuaba dirigiendo su instituto y el de las religiosas que había sido fundado para servir de apoyo, por su oración contemplativa, a sus hijos misioneros.

En 1765 dimitió el ministerio episcopal y volvió a vivir entre sus hijos. Al poco tiempo una división se produjo en el Instituto de los Redentoristas y San Alfonso fue expulsado de su propia familia religiosa. La probación fue muy grande, pero él no perdió su coraje y predijo que la unidad se restablecería después de su muerte. A sus enfermedades se le acrecentaron los sufrimientos morales que le causaron largas crisis de escrúpulos y diversas tentaciones. Sin embargo, su amor a Dios no hizo sino crecer.

Al final, el día 1 de agosto de 1787, entregó su alma al Señor, mientras las campanas tocaban el Ángelus. Gregorio XVI lo inscribió en el catálogo de los Santos en 1839, y Pío IX lo declaró Doctor de la Iglesia.

Biografía

Alfonso significa: «listo para el combate».

Nació cerca de Nápoles el 27 de septiembre de 1696. Sus padres fueron Don José, Marqués de Ligorio y Capitán de la Armada naval, y Doña Ana Cabalieri.

Nuestro santo fue el primogénito de siete hermanos, cuatro varones y tres niñas. Siendo aún niño fue visitado por San Francisco Jerónimo el cual lo bendijo y anunció: «Este chiquitín vivirá 90 años, será obispo y hará mucho bien».

A los 16 años, caso excepcional obtiene el grado de doctor en ambos derechos, civil y canónico, con notas sobresalientes en todos sus estudios.

Para conservar la pureza de su alma escogió un director espiritual, visitaba frecuentemente a Jesús Sacramentado, rezaba con gran devoción a la Virgen y huía como de la peste de todos los que tuvieran malas conversaciones.

Su padre, que deseaba hacer de él un brillante político, lo hizo estudiar varios idiomas modernos, aprender música, artes y detalles de la vida caballeresca. Y en su profesión de abogado iba obteniendo resaltantes triunfos. Pero todo esto no lo dejaba satisfecho, por el gran peligro que en el mundo existe de ofender a Dios.

A sus compañeros les repetía: «Amigos, en el mundo corremos peligro de condenarnos».

Más tarde escribiría: «Las vanidades del mundo están llenas de amargura y desengaños. Lo sé por propia y amarga experiencia»

Su padre quería casarlo con alguna joven de familia muy distinguida para que formara un hogar de alta clase social. Pero cada vez que le preparaban algún noviazgo, la novia tenía que exclamar: «Muy noble, muy culto, muy atento, pero… ¡Vive más en lo espiritual que en lo material!.

Hubo un pleito famoso entre el Doctor Orsini y el gran duque de Toscana. El Dr. Alfonso defendía al de Orsini. Su exposición fue maravillosa, brillante. Sumamente aplaudida. Creía haber obtenido el triunfo para su defendido. Pero apenas terminada su intervención, se le acerca el jefe de la parte contraria, le alarga un papel y le dice: «Todo lo que nos ha dicho con tanta elocuencia cae de su base ante este documento».

Alfonso lo lee, y exclama: «Señores, me he equivocado», y sale de la sala diciendo en su interior: «Mundo traidor, ya te he conocido. En adelante no te serviré ni un minuto más».

Se encierra en su cuarto y está tres días sin comer. No hace sino rezar y llorar.

Después se dedica a visitar enfermos, y un día en un hospital de incurables le parece que Jesús le dice: «Alfonso, apártate del mundo y dedícate sólo a servirme a mí». Emocionado le responde: «Señor, ¿qué queréis que yo haga?».

Y se dirige luego a la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced y ante el sagrario hace voto de dejar el mundo. Y como señal de compromiso deja su espada ante el altar de la Sma. Virgen.

Pero tuvo que sostener una gran lucha espiritual para convencer a su padre, el cual cifraba en este hijo suyo, brillantísimo abogado, toda la esperanza del futuro de su familia. «Fonso mío – le decía llorando – ¿Cómo vas a dejar tu familia? – y él respondía: Padre, el único negocio que ahora me interesa es el de salvar almas».

Al fin, a los 30 años de edad logra ser ordenado sacerdote. Desde entonces se dedica trabajar con las gentes de los barrios más pobres de Nápoles y de otras ciudades. Reúne a los niños y a la gente humilde, al aire libre y les enseña catecismo.

Su padre que gozaba oyendo sus discursos de abogado, ahora no quiere ir a escuchar sus sencillos sermones sacerdotales. Pero un día entra por curiosidad a escucharle una de sus pláticas, y sin poderse contener exclama emocionado: «Este hijo mío me ha hecho conocer a Dios». Y esto lo repetirá después muchas veces.

Se le reunieron otros sacerdotes y con ellos, el 9 de noviembre de 1752, fundó la Congregación del Santísimo Redentor (o Padres Redentoristas). Y a imitación de Jesús se dedicaron a recorrer ciudades, pueblos y campos predicando el evangelio. Su lema era el de Jesús: «Soy enviado para evangelizar a los pobres».

Durante 30 años, con su equipo de misioneros, recorre campos, pueblos, ciudades, provincias, permaneciendo en cada sitio 10 o 15 días predicando, para que no quedara ningún grupo sin ser instruido y atendido espiritualmente.

La gente al ver su gran espíritu de sacrificio, corría a su confesionario a pedirle perdón de sus pecados. Solía decir que el predicador siembra y el confesor recoge la cosecha.

Es admirable como a San Alfonso le alcanzaba el tiempo para hacer tantas cosas. Predicaba, confesaba, preparaba misiones y escribía. Hay una explicación: Había hecho votos de no perder ni un minuto de su tiempo. Y aprovechaba este tesoro hasta lo máximo. Al morir deja 111 libros y opúsculos impresos y 2 mil manuscritos. Durante su vida vio 402 ediciones de sus obras.

Su obra ha sido traducida a 70 lenguas, y ya en vida llegó a ver más de 40 traducciones de sus escritos.

Para su libro más famoso, Las Glorias de María, empezó San Alfonso a recoger materiales cuando tenía 38 años de edad, y terminó de escribirlo a los 54 años, en 1750. Su redacción le gastó 16 años.

San Alfonso M. de LigorioSus obras las escribió en sus últimos 35 años, que fueron años de terribles sufrimientos.

En 1762 el Papa lo nombró obispo de Santa Agueda. Quedó aterrado y dijo que renunciaba a ese honor.Pero el Papa no le aceptó la renuncia. «Cúmplase la Voluntad de Dios. Este sufrimiento por mis pecados» – exclamó – y aceptó. Tenía 66 años.

Estuvo 13 años de obispo. Visitó cada dos años los pueblos. En cada pueblo de su diócesis hizo predicar misiones, y él predicaba el sermón de la Virgen o el de la despedida.

Vino el hambre y vendió todos sus utensilios, hasta su sombrero y anillo y la mula y el carro del obispo para dar de comer a los hambrientos.

Cuando le aceptaron su renuncia de obispo exclamó: Bendito sea Dios que me ha quitado una montaña de mis hombros.

Dios lo probó con enfermedades. Fue perdiendo la vista y el oído. «Soy medio sordo y medio ciego – decía – pero si Dios quiere que lo sea más y más, lo acepto con gusto».

Su delicia era pasar las horas junto al Santísimo Sacramento. A veces se acercaba al sagrario, tocaba a la puertecilla y decía: «¿Jesús, me oyes?»

Le encantaba que le leyeran Vidas de Santos. Un hermano tras otro pasaban a leerle por horas y horas.

Preguntaba: ¿Ya rezamos el rosario? Perdonadme, pero es que del Rosario depende mi salvación . «Traedme, a Jesucristo», decía, pidiendo la comunión.

San Alfonso muere el 1 de agosto de 1787, (Tenía 90 años).

El Papa Gregorio XVI lo declara Santo en 1839. El Papa Pío IX lo declara Doctor de la Iglesia en 1875.

Para un devoto de la Virgen ninguna lectura más provechosa que Las Glorias de María de San Alfonso.

No hay gente débil y gente fuerte en lo espiritual, sino gente que no reza y gente que sí sabe rezar.

 

En medio de una situación eminente, el túnel oscuro

Por la descripción de arriba, se percibe que la trayectoria terrenal de San Alfonso tuvo un determinado momento comprable con un túnel oscuro, por donde fue obligado a caminar. No se trata de una tentación o sufrimiento, sino de una especie de desengaño por el cual todo lo que humanamente podía considerar como significativo para su vida, parecía colapsar. Él era privado de cualquier don, ventaja o bien que no fuese la pura gracia de Dios, actuando de un modo probablemente insensible en el interior de su alma.

Era un abogado brillante, dotado de una increíble inteligencia, nacido de una familia noble, pero abandonó una situación humana auspiciosa y capaz de favorecer su carrera y ambiciones para dedicarse solamente al sacerdocio. A continuación constituyó una congregación religiosa. Ese instituto floreció y su fundador se convirtió en un hombre bien visto por la Santa Sede. Escribió muy buenos libros, difundidos por toda Europa y fue aclamado como maestro de gran peso en la vida intelectual católica de su tiempo. Poco después fue elevado al episcopado.

Sin duda, una situación eminente, con todos los aspectos de una vocación bien llevada: como sacerdote se hizo religioso; como religioso, fundador y superior general; además, con la honra del episcopado, percibía que el buen olor de su doctrina perfumaba a toda Europa. Se diría, entonces, que los anhelos por los cuales se ordenó se habían realizado y su vida había alcanzado el objetivo deseado por la Providencia. En ese apogeo, él podría morir y decir a Dios, parafraseando a San Pablo: “¡Combatí el buen combate, dadme ahora el premio de vuestra gloria!”.

Sin embargo, en el momento en que todo esto parecía haber sido alcanzado, una catástrofe. Obispo resignatario, doctor y moralista, superior general de la congregación religiosa que fundó, San Alfonso fue expulsado por causa de intrigas, malentendidos e información falsa. Imagínese lo que representa para un fundador, ser despedido de su institución por la Santa Sede, ¡verse de un momento a otro sin recursos y sin medios para subsistir!

Destino de las almas amadas por la Providencia

Agregando a este revés otra tentación: comienzan a atormentarlo enfermedades, que lo acompañaron hasta el final de la vida. Entre ellas, una fiebre reumática que lo paralizó cierto tiempo y le afectó la posición del cuello, impidiéndole permanecer derecho. Tuvo que comenzar a vivir con la cabeza inclinada, actitud que es reflejada en algunos de los retratos que le fueron hechos. Además de las enfermedades, le sobrevinieron escrúpulos, tentaciones fortísimas, inclusive contra la pureza y contra la Fe. Todo se acumulaba en un hombre cuarteado de esa forma.

2.jpgSin embargo, era éste exactamente el premio máximo para coronar su existencia. Era la crucifixión después de un largo apostolado y una incansable acción en beneficio del prójimo.

Así actúa, la mayoría de las ocasiones, la Providencia en relación a las almas que Ella ama. Son ciertas situaciones en que todos los infortunios se congregan y hay una especie de crepúsculo general. Después, el alma purificada, lavada por el sufrimiento, vuelve a gozar de la gracia de Dios. Entonces ella respira, se siente otra, transformada.

Naturalmente, esa fue la última nota de santificación, el esfuerzo final que Nuestro Señor exigió de San Alfonso de Ligorio.

Luchas contra el  jansenismo

Cabe decir que gran parte de las persecuciones sufridas por San Alfonso fueron motivadas por el jansenismo que maquinaba en su tiempo y al cual él se oponía con celo y vigor intenso.

La corriente jansenista, con el pretexto de la severidad, acababa inculcando los preceptos morales tan erradamente que la persona desanimaba de salvarse, pues al final de cuentas no podía cumplir aquella moral de fariseos, como ellos la presentaban.

El punto más desconcertante defendido por el jansenismo se refería a la doctrina de la predestinación. Según esta, el hombre debería cumplir aquella moral enormemente rígida, cernido sobre él la mirada propensa a la irritación y a la venganza de un Dios, cuya santidad consistía solamente en estar a la espera del pecado para aplicar el castigo.

De otro lado, entretanto, los jansenistas afirmaban que el Cielo y el infierno no son dados a los hombres en razón de sus buenas o malas obras, porque Dios predestina a unos o a otros para un lugar u otro. De manera que la persona puede pasar la vida entera pecando e ir para el Cielo, o practicando buenos actos y caer en el infierno, según el deseo divino.

Ahora, de ese modo, es fácil entender como los hombres perdían completamente el aliento para practicar la virtud y también el motivo para no caer en los vicios. Pues, en resumen, si yo termino condenado aunque pase toda la vida realizando actos de virtud, no soy libre de hacer o no hacer algo, porque es Dios el que determina y no yo. Entonces, ¿para qué me esfuerzo en llevar una vida santa?

En el fondo, era una predicación de inmoralidad. Por este motivo, según muchas miradas históricas, los jansenistas tenían sus falsedades ocultas. Por ejemplo, ayunaban a menudo, pero eran grandes gastrónomos. Y uno de los omelettes más famosos por su sabor en dicha época era llamado La Janseniste , con el cual ellos se regalaban a escondidas durante sus “ayunos».

No bastaban solamente esos desvíos, los jansenistas atacaban además las devociones más elevadas y recomendables, como por ejemplo, el culto al Sagrado Corazón de Jesús. Se conoce el caso de cierto Obispo de Pistoia, Scipione de’ Ricci, que ordenó pintar en su residencia un cuadro representando una devota lanzando fuego a una estampa del Sagrado Corazón de Jesús, como si fuese un objeto supersticioso, mientras que él, Ricci, aseguraba la cruz y el cáliz con la Eucaristía , símbolos de la autentica piedad (como ellos la entendían).

Este rechazo se explica por el hecho que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, es de algún modo, el anti-jansenismo. Ella inculca la bondad, la misericordia, la paciencia del Salvador y demuestra que la verdad del hombre, por medio de sus buenas obras, puede agradar a Dios y alcanzar la salvación. Expresa, además, que nuestro Dios es justo y repleto de amor, y no un tirano arbitrario ni un implacable cobrador de impuestos en relación a la humanidad.

Se entiende, por tanto, que en la cara de esta corriente jansenista San Alfonso María de Ligorio haya tomado una posición muy enérgica en sus obras de moral. Y que haya sufrido, en consecuencia, toda suerte de ataques y persecuciones de sus oponentes, llegando al auge de los reveses e infortunios arriba mencionados.

Lección de  vida para los católicos

Debemos considerar en esta existencia de San Alfonso, laboriosa y sembrada de tentaciones pero coronada por el triunfo de la virtud, una lección de confianza y de perseverancia para todos nosotros. En los peores momentos de dichas tentaciones, en los dolores y enfermedades, en las duras persecuciones, cuando los más cercanos le infligieron crueles contrariedades, él jamás desanimó, nunca fue flexible en su deseo de alcanzar la santidad, creciendo en piedad y devoción a medida que pasaban los sufrimientos.

3.jpgEs importante resaltar aquí un pequeño episodio del final de su vida, cuando ya no podía caminar por si mismo, siendo llevado en silla de ruedas por un hermano laico redentorista. Mientras paseaban por el convento, recorriendo los jardines y los patios internos, mientras hacían sus oraciones. Pero cierto día San Alfonso preguntó a su compañero:

– Hermano, ¿ya rezamos este Misterio del Rosario?

El buen discípulo, igualmente afectado por la edad, no estaba seguro y respondió:

– Sr. Obispo, no me acuerdo muy bien, pero creo que si. En cualquier caso, ya rezamos tantos rosarios, que a Nuestra Señora no le importará si no hubiésemos contemplado tal o tal otro Misterio…

Y San Alfonso le replicó: – ¡Oh! Mi querido Hermano, ¡eso nunca! Si yo paso un día sin recitar el Rosario completo, ¡puedo perder mi alma!

Esa es la constancia, el coraje, el ánimo perseverante de un Santo sobre el cual se abatieron todas las tempestades. Ahora, lo que ocurrió con él, puede suceder en la vida de cualquiera de nosotros. ¡¿Cuántas veces no hemos pasado por aflicciones y reveses semejantes a los que atormentaron a San Alfonso?! Y a menudo, traen consigo la impresión de un colapso, de algo que cayó por tierra, de un camino intransitable.

Sin embargo, después de un periodo corto o largo de amarguras, surge más luz, más protección, otras victorias, otras alegrías. Y así, con una sucesión de túneles y caminos largos, Nuestra Señora nos va llevando para realizar los designios de Ella y de su Divino Hijo a nuestro respecto.

Imitemos, por tanto, a San Alfonso en su perseverancia, en su confianza humilde y profunda, entendiendo que en nuestra vida espiritual nos encontraremos con túneles oscuros, sin tener que aterrorizarnos con ellos. Más allá de la oscuridad, la Providencia nos marca una vía aún más brillante y luminosa que la anterior.

Estas son algunas reflexiones que nos sugieren la extraordinaria y edificante existencia de San Alfonso María de Ligorio.

Fuente: http://santossegundojoaocladias.blogspot.com/2011/06/santo-afonso-maria-de-ligorio-um-modelo.html

 

San Alfonso María de Ligorio
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