Viernes de la vigésima primera semana del Tiempo Ordinario
Carta II de San Pablo a los Corintios 10,17-18.11,1-2.
Hermanos: Si alguno quiere enorgullecerse, que se enorgullezca del Señor, porque el hombre digno de aprobación no es aquel que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien el Señor alaba.
Ojalá soportaran ustedes que les dijera unas cuantas cosas sin sentido. Sopórtenmelas, pues estoy celoso de ustedes con celos de Dios, ya que los he desposado con un solo marido y los he entregado a Cristo como si fueran ustedes una virgen pura.
Salmo 148(147),1-2.11-14.
¡Aleluya!
Alaben al Señor desde el cielo,
alábenlo en las alturas;
alábenlo, todos sus ángeles,
alábenlo, todos sus ejércitos.
Los reyes de la tierra y todas las naciones,
los príncipes y los gobernantes de la tierra;
los ancianos, los jóvenes y los niños.
Alaben el nombre del Señor.
Porque sólo su Nombre es sublime;
su majestad está sobre el cielo y la tierra,
y él exalta la fuerza de su pueblo.
¡A él, la alabanza de todos sus fieles,
y de Israel, el pueblo de sus amigos!
¡Aleluya!
Evangelio según San Mateo 13,44-46.
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.
El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra».