Su fe viva y su profunda sabiduría fueron de un incalculable valor para la Iglesia. Y si una considerable parte de Austria y de Alemania permanecen aún hoy católicas, se debe, en gran medida, al apostolado de este hijo de San Ignacio.

A pesar de que había dispuesto en su testamento que su funeral fuese sobrio como correspondía a un miembro de la Compañía de Jesús, el Papa Gregorio XV quiso darle gran solemnidad a las exequias de aquel Cardenal que tanto bien había hecho a la Iglesia de Cristo. Revestido deSao Roberto Belarmino púrpura, recibida hacía 22 años, el cuerpo de Su Eminencia fue velado en la iglesia de la casa profesa de los jesuitas, donde el pueblo se aglomeraba para rendirle un último homenaje. Se hizo necesario recurrir a un turno de guardia para evitar la indiscreta devoción de la gente.

Todo el Sacro Colegio en pleno participó en los oficios. El registro del Consistorio redactó el acta de su muerte en los siguientes términos: “Esta mañana, 17 de septiembre de 1621, a la hora duodécima, el Rvdmo. Sr. Belarmino, Cardenal presbítero, de Montepulciano, pasó de esta región de muerte hacia la morada de los vivos. Era un hombre notabilísimo, teólogo eminente, intrépido defensor de la Fe Católica, martillo de los herejes, tan piadoso, prudente y humilde, como caritativo con los pobres. El Sacro Colegio y toda la Corte Romana sintieron y lloraron vivamente la muerte de tan gran hombre”.1

Estas palabras breves y significativas, cargadas del sabor de aquella época, sintetizan bien el sentir del pueblo romano en relación a ese Cardenal del que afirmaban al verlo pasar: Ecco il santo! (He ahí al santo).

Precoz en el estudio y en la predicación

Roberto Francisco Rómulo Belarmino nació en Montepulciano, comuna de la región de la Toscana, en el centro de Italia, el 4 de octubre de 1542. Su padre, Vicente Belarmino, de la nobleza empobrecida, había ocupado durante muchos años el cargo de primer magistrado de la ciudad. Su madre, Cintia Cervini, era hermana del futuro Papa Marcelo I que gobernó a la Iglesia durante tan sólo 22 días, en abril de 1555.

Desde temprano se aplicó a los estudios, aprendiendo con facilidad todo a lo que se dedicaba, incluso la música. Pero también le encantaba visitar al Santísimo Sacramento y, a pesar de su corta edad, observar los ayunos del Adviento y de la Cuaresma.

Encuentro con la vocación religiosa

A los catorce años ingresó en el colegio de la Compañía de Jesús, donde comenzó a manifestarse su vocación de gran predicador y polemista. Un pequeño episodio de la época ilustra esta propensión.

Corrían por la ciudad rumores calumniosos sobre la calidad de enseñanza que se impartía en ese colegio que dejaron a Roberto indignado. Para terminar de raíz con eso, eligió a algunos de sus compañeros para desafiar en un debate público a los mejores alumnos de otras instituciones de docencia. El día señalado le tocó hacer el discurso de apertura en el salón municipal, donde tuvo lugar la cita. La victoria de los estudiantes jesuitas fue aplastante.

De palabra fácil, raciocinio metódico y lógico, y sobre todo piedad sincera, el joven santo empezó a ser invitado a predicar en ejercicios espirituales y en otros eventos. El éxito llamaba a su puerta. Además por ser sobrino de un Papa, aunque de reinado efímero, crecían en su padre las esperanzas de verle levantar el nombre de la familia, tal vez como destacado miembro de la corte pontificia…

Sin embargo, Roberto sabía sopesar el peligro que la dorada ascensión le presentaba: “Estando durante mucho tiempo pensando en la dignidad a que podía aspirar, me sobrevino de modo insistente el pensamiento de la brevedad de las cosas temporales. Impresionado con estos sentimientos, llegué a concebir horror de tal vida y determiné buscar una religión en que no hubiera peligro de tales dignidades”.2

Entonces tomó la resolución de hacerse jesuita.

Primeros años en la Compañía de Jesús

Una vez vencidas las resistencias paternas y tras un año de prueba en su ciudad natal, fue transferido a Roma, donde hizo los votos de devoción en la Compañía y empezó a estudiar Filosofía en el Colegio Romano.

A pesar de ser de complexión débil y enfermiza, su inteligencia era agudísima. Poseía una memoria tan privilegiada que con una sola lectura le era suficiente para retener el contenido de un libro. De modo que su éxito académico fue sobresaliente.Sao Roberto Belarmino En la defensa de su tesis de Filosofía se destacó por la seguridad y clareza de raciocinio con las que expuso la materia y respondía a las objeciones propuestas. Esto le valió el puesto de profesor de Humanidades en el Colegio de Florencia, a pesar de sus 21 años.

A parte de las clases, también recibió la incumbencia de predicar los domingos y días de fiesta ante prelados y eclesiásticos, así como de la élite intelectual de la ciudad. Más que por su elocuencia, estos oyentes de categoría se admiraban de verlo practicar de manera coherente aquello mismo que les predicaba en los sermones.

Doce meses después, el joven Roberto fue enviado como profesor de Retórica a Mondovi, donde permaneció durante tres años. Cuando el P. Provincial oyó una de sus predicaciones lo encaminó a Padua para que cursara Teología con el fin de que recibiera las órdenes mayores.

A la vista de los rápidos progresos que había hecho, San Francisco de Borja, por entonces Superior General, determinó que fuera a Lovaina, donde se necesitaban hombres de talento para defender el “Depósito de la Fe”, fuertemente cuestionado por los intelectuales luteranos en esa época.

Eximio predicador, aunque aún sin estola

Distante a menos de 20 km de Bruselas —por tanto, cercana a varios Estados que adhirieron a las tesis de Lutero—, la Universidad de Lovaina era un baluarte de la verdadera doctrina. Allí llegó Roberto para quedarse dos años, que se transformaron en siete, como él mismo lo había predicho.

El joven jesuita era pequeño de estatura, pero un gigante en el púlpito. Los domingos predicaba en latín en la iglesia del ateneo, repleta de gente acostumbrada a escuchar con espíritu crítico a los más doctos predicadores. Preciosos fueron los frutos de estos sermones: católicos vacilantes eran confirmados en la Fe, numerosos jóvenes se consagraban al servicio de Dios, muchos protestantes se convertían. No faltaban los que habiendo venido de Holanda o Inglaterra para oírle y refutar sus argumentos regresaban arrepentidos.

En Gante, el 25 de marzo de 1570, Roberto recibió el presbiterado.

El período más fecundo de su vida

Reñidas polémicas marcaban aquellos tiempos. Los problemas planteados por los protestantes llevaron al P. Belarmino a estudiar hebreo, para adquirir una seguridad exegética aún mayor. Llegó a componer, para su uso, una gramática de esa lengua, que terminó siendo también de gran ayuda a sus alumnos.

San Roberto igualmente se puso a estudiar con ahínco a los Padres de la Iglesia, a los Doctores, a los Papas, los Concilios y la Historia de la Iglesia. De esta forma se preparaba para un tipo de enseñanza sólida, orientada a un género de apologética en la que los errores se impugnaban siempre con respeto y prudencia.

Fue el período más fecundo de su vida. Las principales universidades europeas, la de París inclusive, se lo disputaban como profesor de Teología. Y San Carlos Borromeo llegó a solicitarlo para Milán. Con tan sólo 30 años ya cargaba con inmensas responsabilidades pastorales y académicas, en las que se desenvolvía con virtud y talento. Esto motivó a sus superiores a adelantarle la profesión solemne.

Controversias: la “Summa” de Belarmino

Poco tiempo después, la santa obediencia lo mandó de vuelta a la Ciudad Eterna. Gregorio XIII había fundado en el Colegio Romano una cátedra de apologética llamada Controversias, con el objetivo de enseñar la verdadera doctrina contra los errores que pululaban en los centros universitarios de entonces. San Roberto estuvo encargado de ella doce años, durante los cuales refutó primorosamente las objeciones de los protestantes. Las enseñanzas de esta larga etapa fueron compiladas, por orden de sus superiores, en la monumental obra Controversias.

Sao Roberto BelarminoEra considerada como la Summa de Belarmino y fue acogida con gran entusiasmo y traducida a casi todos los idiomas europeos. San Francisco de Sales, el gran Obispo de Ginebra, afirmó que había predicado durante cinco años contra los calvinistas de Chablais usando sólo la Biblia y las Controversias de Belarmino.

Los mismos protestantes dieron testimonio de la eficacia y el valor de esta obra, como Guiène que reconoció que el santo jesuita equivalía por sí solo a todos los doctores católicos, o Bayle que confesó no haber habido ningún autor que sustentase mejor la causa de la Iglesia. Y célebre fue la confidencia que hizo el sucesor de Calvino, Teodoro de Beza, desahogándose con sus amigos y golpeando con la mano en las Controversias : “He aquí el libro que nos ha derrotado”.3

De esta manera, la fe viva y la profunda sabiduría del santo, así como su método tomista de argumentación —empezando siempre por exponer con imparcialidad las razones y argumentos presentados por la parte contraria— fueron de una incalculable valía para la defensa de la Iglesia. Y si la mayor parte de Austria y casi un tercio de Alemania permanecen aún hoy católicos, se puede afirmar que eso se debe, en gran medida, al apostolado de San Roberto Belarmino.

“¡Oh, si supieseis cuántos hijos habéis restituido a Cristo!, le dijo el duque Guillermo de Baviera al escribirle pidiéndole permiso para traducir las Controversias”.4

Amistad y admiración entre santos

En aquella época conturbada para la Iglesia, muchos fueron los jesuitas que practicaron las virtudes en grado heroico, mereciendo ser elevados a la honra de los altares. Con algunos de ellos San Roberto tuvo un trato más estrecho.

Cuando fue director espiritual del Colegio Romano, le tocó ser el confesor de San Luis Gonzaga, que le admiraba como a un ángel. A su vez, aquel decía que nunca había tratado con un alma tan pura y delicada como la de ese joven.

Más tarde, durante una visita como Provincial al colegio de Lecce, en el sur de Italia, conoció a San Bernardino Realino. Cuando los dos jesuitas se encontraron, cayeron de rodillas uno ante el otro y se abrazaron. “Se ha ido un gran santo” 5, dijo San Bernardino cuando se fue el Superior. Ambos jesuitas unidos desde aquel momento por una amistad sobrenatural se veneraban mutuamente como santos.

Cardenal en nombre de la santa obediencia

La fecunda actuación de San Roberto Belarmino en la Ciudad Eterna no se circunscribía únicamente al Colegio Romano, del cual sería rector en 1592. Entre otras ocupaciones estaban las de teólogo del Papa Clemente VIII, consultor del Santo Oficio y teólogo de la Penitenciaria Apostólica. También formó parte de la comisión encargada de preparar la edición Clementina de la Vulgata, versión oficial de la Biblia para el rito latino hasta 1979, cuando fue sustituida por la Neovulgata.

Su nombramiento como Cardenal era inevitable. No obstante, rehusaba el cargo alegando incompatibilidad con sus votos. Pero el Papa le obligó a acceder en nombre de la santa obediencia afirmando: “Le elegimos porque no hay en la Iglesia de Dios otro que se le equipare en ciencia y sabiduría”.6

Con el mismo espíritu religioso, desinterés y abnegación que le caracterizaban hasta aquel momento, se dedicó a los trabajos, muchas veces espinosos, exigidos a los prelados romanos. Pero en 1602 Clemente VIII le liberó de tan pesada carga nombrándole Arzobispo de Capua, confiriéndole él mismo la ordenación episcopal.

Al frente de la Arquidiócesis de Capua

Como ya gozaba en vida de fama de santidad, el Cardenal Belarmino fue recibido en la catedral con gran pompa y enorme concurso de fieles, que en él tocaban medallas y rosarios. Su mandato empezó con una reforma general del clero. Se entrevistó privadamente con cada uno de los presbíteros, haciendo uso de la bondad y firmeza evangélicas con los descarriados. Se manifestaba dispuesto a perdonar los más graves pecados a los arrepentidos, pero mantenía una completa inflexibilidad con los recalcitrantes: aut vitam aut habitum , o cambio de vida o de hábito.

Sao Roberto BelarminoDio nueva vida al coro de la catedral al participar él mismo en la recitación del Oficio. Se dedicó con frecuencia a la predicación, como era su costumbre, usando este medio para convertir a las almas. También visitó todo el territorio de la arquidiócesis, estimulando la piedad de los fieles y ayudando a los conventos decadentes a recuperarse. Pero como buen hijo de San Ignacio, le daba particular importancia a la formación: él mismo enseñaba el Catecismo en las parroquias y en la catedral los domingos.

En medio de todas esas ocupaciones su vida espiritual era una obra maestra de serenidad. Conseguía organizarse el tiempo de tal forma que encontraba momentos para pensar, meditar, rezar, estudiar, escribir, sin descuidar sus obligaciones para con su rebaño. Por el contrario, era del recogimiento y de la oración que sacaba las fuerzas para la acción pastoral.

Qué bonita ilustración de la tesis de D. Chautard: “el apostolado es un desbordamiento de la vida interior”.

Elección del nuevo Papa

A la muerte de Clemente VIII, el Cardenal Belarmino regresó a Roma para participar por primera vez en uncónclave. El Papa electo, León XI, falleció en menos de un mes.

En el segundo cónclave, San Roberto llegó a tener un buen número de votos. Pero, así como había rechazado las honras de Cardenal, revela en su autobiografía que le pidió a Dios en aquellos días que fuese escogido alguien más apto, rezando con insistencia: “¡Señor, líbrame del Papado!”.7

Salió elegido Pablo V, quien le llamó junto a sí, haciéndole dejar definitivamente la Arquidiócesis de Capua. Dieciséis años pasaría en Roma desempeñando altos cargos al servicio de la Santa Sede e interviniendo en los asuntos más importantes, para cuya resolución su parecer ejercía una influencia decisiva.

Serenidad en la vida y en la muerte

Cuando sintió que se aproximaba su muerte le pidió al Papa Gregorio XV, recientemente elegido, dispensa de todos sus cargos en la Curia y se retiró al Noviciado de San Andrés, en el Quirinal, a fin de “esperar al Señor”, como acostumbraba decir. Y Él llegó el 17 de septiembre de 1621. Tras una breve enfermedad, habiendo recibido la visita de muchas personas ilustres —incluido el propio Pontífice—, que le pedían un último consejo o la bendición, se despidió de esta Tierra con una serenísima muerte.

Pío XI lo canonizó el 29 de junio de 1930 y al año siguiente lo declaró Doctor de la Iglesia. Aquel que durante su vida había huido con tanto empeño de las honras y dignidades, se convertía así en el único jesuita inscrito en la lista de los santos como Cardenal y como obispo.

(Revista Heraldos del Evangelio, Sept/2010, no. 105, pag. 30 a 33)

 

SRoberto Belarmino
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