Con semblante bello y luminoso, diciendo palabras que sonaban como música angelical, santa Teresita se apareció varias veces para comunicar al mundo entero una alentadora verdad: la santidad está al alcance de todas las almas, hasta las más débiles.
Padre Juan Carlos Casté
Estamos en 1897. Dos jóvenes carmelitas conversan en el Carmelo de Lisieux. Una de ellas, sor Teresita del Niño Jesús, se acerca al final de su vida y a la cúspide de la santidad. La otra, que le tiene una viva admiración, es una novicia llegada de París, sor María de la Trinidad.
Ante todo es preciso creer en el Papa
Ambas conversan sobre el camino espiritual que enseñaba la hermana Teresita: “la pequeña vía”. Ante las insistentes preguntas de la novicia, la santa y doctora de la Iglesia afirma con absoluta seguridad: – Si te induzco al error con mi pequeña vía de amor, no temas que te deje seguirla durante mucho tiempo. Al momento apareceré para decirte que sigas otro rumbo. Pero si no vuelvo, cree en la verdad de mis palabras: en el buen Dios, tan poderoso y misericordioso, nunca se confía demasiado. De Él se obtiene todo lo que se espera.
– Creo con tanta firmeza, que me parece que si el Papa dijera que estás equivocada, no le creería… Santa Teresita corrige en el acto a la joven religiosa, muy fervorosa pero algo atolondrada:
– ¡Oh, ante todo es preciso creer en el Papa! Pero no temas que él pueda decirte que cambies de camino: no le daré tiempo, pues si en el Cielo me entero que te induje a error, obtendría del buen Dios el permiso de venir a prevenirte de inmediato. Hasta entonces, debes creer que mi vía es segura, y seguirla fielmente.
Un angustioso problema financiero
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El silencio, he ahí el idioma que podrá decir todo lo que pasa en mi alma |
Hojeando las actas del proceso de beatificación de la Sierva de Dios, además de sus escritos y las declaraciones de testigos, encontramos el relato de milagros que realizó post mortem.
En uno de ellos, sucedido en el monasterio carmelita de Gallipoli (Italia), santa Teresita confirma la seguridad y la santidad de su “pequeña vía”.
En enero de 1910, el Carmelo de Gallipoli atravesaba una situación económica catastrófica: en materia de alimentación las monjas se hallaban reducidas a un kilo de pan por semana para cada una; había días en que, al no tener qué comer, iban a rezar a la capilla en vez de ir al comedor.
En esa época pasó por allá una religiosa de la Congregación de las Marcelinas, les habló de la joven Sierva de Dios Teresita del Niño Jesús y les obsequió la traducción italiana de la “Historia de un Alma”.
Las carmelitas de Gallipoli se entusiasmaron con aquella hermana de hábito muerta en Francia en olor de santidad, y tomándola como intercesora, dieron inicio a un triduo a la Santísima Trinidad, pidiendo solución a su angustioso problema financiero.
El día 16 del mismo mes, la Priora, sor María Carmela del Corazón de Jesús, cayó enferma con fiebre y malestar, a raíz de las preocupaciones por las deudas de su monasterio. Ella misma relata lo sucedido aquella noche.
«Aquí tienes 500 francos para pagar las deudas«
Alrededor de las tres de la madrugada –nos cuenta– sentí que una mano me cubría tiernamente con la frazada que había caído. Pensando que se trataba de una religiosa del convento, le dije sin abrir los ojos:
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Teresa a los 15 años de edad cuando comenzó a enfrentar decididamente los obstáculos que se oponían a su vocación en el Carmelo. |
– Déjame, estoy transpirando mucho. Escuché entonces una voz dulce y desconocida que me decía:
– No, lo que hago es bueno. Escucha, el buen Dios se sirve de los habitantes del Cielo como de los de la tierra para socorrer a sus servidores. Toma, aquí tienes 500 francos para pagar las deudas de la comunidad.
– La deuda de la comunidad sólo es de 300 francos.
– Pues bien, quedarán 200. Ahora, como no puedes guardar dinero en la celda, ven conmigo.
Pero yo pensé: “¿Cómo levantarme? Estoy llena de sudor”. Entonces la celestial visión me dijo sonriendo: “La bilocación nos ayudará”.
Me encontré inmediatamente fuera de la celda en compañía de una joven carmelita, cuyo hábito y velo dejaban traslucir una paradisíaca claridad que iluminaba nuestro camino.
Me llevó a la sala donde guardábamos el dinero en una pequeña caja. Ahí estaba el registro de las deudas de la comunidad, y ahí depositó los 500 francos. La miré con admiración llena de alegría y me postré para agradecerle, diciendo: “¡Oh, mi Santa Madre!” (así llaman las carmelitas a santa Teresa de Ávila). Sin embargo, acariciándome con mucho afecto, replicó: “No, no soy nuestra Santa Madre, soy la Sierva de Dios sor Teresa de Lisieux”.
Entonces la joven religiosa, acariciándome con cariño una vez más, se alejó suavemente.
«Mi vía es segura y no me equivoqué al seguirla«
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Santa Teresita, cuando era novicia, en 1889 |
Atónita con lo que acababa de suceder, y pensando que santa Teresita no encontraría la puerta de salida del Carmelo, la Priora le dijo un tanto maquinalmente:
– Cuidado, podría equivocar el camino.
– No, no, mi vía es segura y no me equivoqué al seguirla– respondió la santa con una sonrisa celestial.
Sor María Carmela se levantó inmediatamente y fue a la capilla. Las religiosas, percibiendo que tenía algo diferente, le preguntaron qué había ocurrido. Ella les describió la maravillosa visión y se fueron todas al cofre que guardaba el dinero del Carmelo, donde encontraron el billete de 500 francos.
Se le pierde al obispo y lo reciben las carmelitas
Pero el milagro aún no terminaba. En los meses siguientes la Sierva de Dios se apareció varias veces a la afortunada Priora, le hablaba de “cosas espirituales” y le daba ayudas económicas. La noche del 15 de junio, cuenta la Madre Carmela, “prometió traerme 100 francos dentro de poco”.
Pero lo más pintoresco y gracioso de la forma en que Santa Teresita hacía las cosas, fue la manera de hacer llegar ese importe a las carmelitas de Gallipoli. El obispo de la diócesis, Mons. Gaetan, les contó que había notado en su caja la falta de un billete de 100 francos y esperaba que sor Teresa se los llevaría…
¡Fue lo que sucedió!
El 6 de agosto la Santa de Lisieux se apareció nuevamente a la Madre Carmela, trayendo en la mano un billete de 100 francos, y le dijo: “El poder de Dios retira o da con la misma facilidad tanto en las cosas temporales como en las espirituales”.
La Priora se apresuró a devolver la suma al obispo, pero éste la envió de regreso a las religiosas.
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«Sentí en mi corazón un gran deseo por el sufrimiento y al mismo tiempo, una intima seguridad que Jesús me reservaba un gran número de cruces» |
«Esos huesos benditos harán milagros extraordinarios«
El 5 de septiembre del mismo año – víspera de la exhumación de sus restos mortales– la Sierva de Dios se apareció una vez más.
«Luego de hablarme al respecto del bien espiritual de la comunidad –narra la Madre Carmela–, me anunció que en la exhumación sólo se encontrarían huesos. Después me hizo comprender los prodigios que haría en el futuro. ‘Mi querida Madre, tenga la seguridad de que esos huesos benditos harán milagros extraordinarios y serán armas poderosas contra el demonio’.»
La Priora recalca que la Santa de la “pequeña vía” siempre se aparecía en la aurora, su semblante era hermoso y radiante, sus vestiduras brillaban como plata transparente y sus palabras sonaban como melodía de ángel.
Una nueva confirmación
Sor Teresita volvió a manifestarse en ese Carmelo al año siguiente, esta vez a causa de Mons. Incola Giannattasio, obispo de Nardò, ciudad cercana a Gallipoli. S Este prelado había estudiado mucho la vida de la Sierva de Dios. Sin conocer las palabras dichas a sor María de la Trinidad en 1897, pensaba que la respuesta a la Priora en 1910 –“mi vía es segura”– debía entenderse en un sentido espiritual, como una confirmación de su “pequeña vía”. Con la idea de lograr esa confirmación, y para pedir sobre la diócesis y sobre sí mismo la protección de la joven Sierva de Dios, decidió realizar una osada prueba. Colocó en un sobre un billete de 500 liras junto a su tarjeta de visita, en la que apuntó :
In memoriam
«Mi vía es segura y no me equivoqué”. Sor Teresita del Niño Jesús a sor María Carmela en Gallipoli, el 16 de enero de 1910.
Ora pro me quotidie ut Deus misereratur mei (Ruega por mí todos los días para que Dios tenga piedad de mí). Mons. Giannattasio selló el sobre con lacre y lo entregó a las carmelitas de Gallipoli, pidiéndoles que lo depositaran en el cofre donde santa Teresita había realizado los milagros.
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Santa Teresita en 1897, ya debilitada por la lucha contra la enfermedad, tiene en sus manos una estampa del Niño Jesús y otra de la Sagrada Faz |
Poco tiempo después fue al Carmelo a predicar un retiro, al final del cual quiso examinar el sobre. Estaba intacto, pero un poco más voluminoso… Al abrirlo, el obispo no sólo encontró 500 liras, sino 800, que entregó inmediatamente a las religiosas. Uno de los billetes exhalaba un suave aroma a rosas.
Tanto Mons. Giannattasio como las carmelitas comprendieron que santa Teresita quería manifestar claramente, por medio del nuevo prodigio, que su “pequeña vía” era segura. Pocas veces un camino de perfección fue confirmado por una acción milagrosa tan extraordinaria.
Podemos imaginar la alegría de sor María de la Trinidad al tener conocimiento de los hechos contados por sus hermanas de vocación del Carmelo de Gallipoli. La Pequeña Vía de su querida maestra de novicias era un camino comprobadamente seguro y no conducía al error…
La santidad al alcance de las personas comunes
La misma santa Teresita, en los Manuscritos Autobiográficos, explica en qué consiste su “pequeña vía” de santidad: “Siempre quise ser santa, pero –¡pobre de mí!– siempre comprobé, al compararme con los santos, que entre ellos y yo existe la misma diferencia que entre una montaña cuya cumbre se pierde en los cielos y el oscuro grano de arena pisado por los transeúntes. Lejos de desanimar, me dije a mí misma: ‘El buen Dios no puede inspirar deseos irrealizables. Luego, pese a mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Hacerme grande es imposible; debo, pues, soportarme tal como soy, con todas mis imperfecciones, pero quiero buscar un medio de ir al Cielo por una pequeña vía muy recta, muy corta, una pequeña vía enteramente nueva’.»
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Por ese entonces, el recién inventado ascensor generaba un gran revuelo, evitando a las personas el esfuerzo de subir escaleras. Sor Teresita sintió un gran deseo de “encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, porque soy demasiado pequeña para subir la ruda escala de la perfección” . Se puso a buscar entonces en los Libros Sagrados y encontró este pensamiento: “Si alguno es simple, venga acá” (Prov 9,4). Continuando su búsqueda encontró esta afirmación: “Como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré […] En brazos seréis llevados” (Is 66, 12-13). Y concluyó llena de gozo: “¡Ah! El elevador que debe levantarme al Cielo son tus brazos, oh Jesús!»
La lectura atenta y amorosa de los santos Evangelios arrojó más luz: “Si no os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 3). “Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios” (Mc 10, 14).
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Santa Teresita en la cama, bajo los arcos del Claustro del Carmelo de Lisieux, aproximadamente un mes antes de fallecer |
Quedaba explícito el significado de la “pequeña vía”, el camino de la infancia espiritual. En ella, lo importante no está en las grandes mortificaciones corporales, sino en aceptar con humildad la propia pequeñez, las propias limitaciones, hasta las propias imperfecciones, y tener un amor y una confianza ilimitados en la bondad de Dios; y, como fruto de ese amor, tener deseos inmensos de realizar con perfección los pequeños actos de la vida diaria.
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Con su doctrina, y sobre todo con su ejemplo, la dulce carmelita de Lisieux demostró que la santidad es accesible a todos. “Vivió la santidad pura y simple, con todo el encanto y seducción del alma moderna, muy humana y muy cercana a nosotros” , afirma uno de sus más insignes biógrafos.
Al canonizarla –más todavía al proclamarla Doctora de la Iglesia– la Santa Iglesia oficializó su “pequeña vía” como un auténtico camino de santidad; algo que afirmó claramente el Papa Benedicto XV en un discurso del 14 de agosto de 1921: “En el camino de la infancia espiritual está el secreto de la santidad para los fieles del mundo entero”. Y la bula de canonización señala que Dios, por medio de santa Teresita, propone a los hombres un nuevo modelo de santidad, no sólo al alcance de sacerdotes y monjas, sino también de los laicos de todas las edades y condiciones sociales.
(Revista Heraldos del Evangelio, Octubre/2005, n. 21, pag. 22 – 25)
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