Cuando Margarita sólo contaba cuatro años de edad, comenzó a sentir la inclinación de decir varias veces: «Oh Dios mío, te consagro mi pureza y te hago voto de castidad perpetua». Cosa sor­prendente para una niña de esa edad, que no sabía siquiera el significado de esas palabras, como diría más tarde en sus memorias.
 
Era el extraordinario comienzo de la historia de esta alma, en que la gracia divina actuaba para hacer­la pertenecer solamente a Jesús. Así podría cumplir admirablemente una misión crucial en beneficio de la hu­manidad: ser la mensajera del Sagra­do Corazón.
 
Lucha entre la vocación y la atracción de la vida corriente
Margarita nació el 22 de julio de 1647 en Borgoña, Francia. Su padre era juez y notario real, pero hombre de pocos bienes.
 
Cuando la niña tenía 8 años de edad el padre falleció, y la familia debió enviarla a la escuela de las cla­risas de Charolles. Pero una extraña enfermedad la redujo a un estado de postración tan aguda, que al cabo de un tiempo su madre la llevó de vuel­ta a casa. «Pasé cuatro años sin po­der caminar», diría después. Vien­do la ineficacia de los medicamen­tos, recurrió a la Virgen de las Vír­genes y le hizo el voto de entrar a la vida religiosa si le concedía la salud. Fue atendida con rapidez, restable­ciéndose por completo.
 
Sin embargo, al cumplir Margarita los 17 años, su madre y hermanos de­terminaron que debía contraer matri­monio. Dejándose llevar por el amor filial, la joven empezó a participar en los diversiones de su edad -cuidándo­se de no ofender a Dios- y a acariciar la idea del casamiento, puesto que ya contaba con varios pretendientes. En su interior se libró una larga e intensa batalla: por un lado, la atracción de la vida corriente susurraba que la fun­dación de un hogar era incluso un de­ber de piedad filial, que le permitiría amparar mejor a su enferma madre. Por otro, la voz de la gracia le recor­daba el voto de castidad perfecta he­cho en la infancia junto a la promesa de hacerse esposa de Cristo. «No im­porta, eras muy niña para entender lo que decías, así que tales promesas no tienen valor. ¡Ahora eres libre!»- era la respuesta que venía a su mente en­seguida.
 
El cruel combate de alma duró al­gunos años. Pero, sensiblemente ayu­dada por Nuestro Señor, la vocación religiosa terminó por prevalecer: en 1671 ingresó como postulante al Mo­nasterio de la Visitación de Paray-le-Monial.
 
¿Santa o visionaria?
 
Margarita fue bendecida con ex­periencias místicas desde la infan­cia, pero las más importantes suce­dieron en el convento a partir del 27 de diciembre de 1673, cuando co­menzó a recibir una serie de revela­ciones del Sagrado Corazón de Je­sús, que la encargaba de difundir su devoción.
 
Las tres superioras que se suce­dieron en el gobierno del conven­to cada seis años quedaron conven­cidas de la santidad de aquella reli­giosa y la autenticidad de las reve­laciones que recibía. Aun así, sufrió la terca oposición de la comunidad, que la tenía por una excéntrica vi­sionaria. Su principal apoyo vino de san Claudio de la Colombière, joven sacerdote jesuita que durante un tiempo fue el confesor de las mon­jas y declaró la veracidad de las vi­siones.
 
San Claudio fue enviado a Ingla­terra como confesor de la duquesa de York, esposa del futuro rey Jai­me II, y allá predicó por primera vez la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, logrando varias conversio­nes entre las damas de la nobleza. Sin embargo, fue perseguido a cau­sa de un complot anticatólico y pa­só un tiempo en prisión. Regresó a Francia con la salud minada, po­cas veces pudo encontrarse con san­ta Margarita, y murió muy pronto. Su partida de este mundo no aba­tió a la religiosa, cuya perseveran­cia, docilidad, espíritu de obedien­cia y caridad acabaron por vencer las oposiciones hasta hacerla cum­plir su misión, comenzando por in­troducir en 1686 -primero para un pequeño círculo de su propio con­vento- la fiesta del Sagrado Cora­zón de Jesús. Ésta se extendió con rapidez a otros monasterios de la Visitación y desbordó al exterior de la congregación.
 
Después de vivir consumida en amor al Sagrado Corazón de Je­sús, santa Margarita María Alacoque murió el 17 de octubre de 1690 a los 43 años de edad. Fue canoni­zada por Benedicto XV en 1920. Su cuerpo se halla bajo el altar de la ca­pilla del convento donde vivió, y los peregrinos obtienen insignes gracias rezando en ese lugar.
 
Por la Hna. Laura de Melo Aquino, EP
 

Santa Margarita María de Alacoque y el Sagrado Corazón de Jesús

 

En la octava de la fiesta de Corpus Christi de 1675 el Corazón de Jesús reveló a Santa Margarita: «He aquí el Corazón que tanto amó a los hombres, que nada guardó, hasta agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Como reconocimiento no recibo de la mayoría de ellos sino ingratitud, por sus irreverencias y sus sacrilegios, y por la frialdad y desprecio que tienen por mí en este sacramento de amor. Pero lo que me es más sensible es que son corazones consagrados que proceden así. Por eso yo te pido que el primer viernes, después de la octava del Santísimo Sacramento, sea dedicado a una fiesta particular, para honrar mi Corazón, comulgando, en este día, y haciéndole reparación de honra, por un pedido de disculpas, para reparar las indignidades que él recibió, durante el tiempo en que quedó expuesto en los altares. Te prometo también que mi Corazón se dilatará para esparcir, en abundancia, las influencias de su divino amor sobre los que le prestaren esta honra, y que consigan que ésta le sea dada».

 

A lo largo de las apariciones el divino Corazón prometió a sus devotos; conceder su bendición sobre las casas donde su imagen sea expuesta y venerada; dar gracias especiales; la paz en las familias; la consolación en las aflicciones; ser el refugio durante la vida y principalmente en el momento de la muerte; bendecir todos sus trabajos y emprendimientos; ser una fuente inagotable de misericordia para los pecadores; perfeccionar las almas fervorosas; a los sacerdotes el poder de tocar las almas más empedernidas. Prometió también que aquellos que propaguen la devoción a Él tendrán sus nombres inscritos en su Corazón.

 

Los primeros Viernes

Durante la Acción de Gracias después de recibir la comunión, Santa Margarita recibe este importante comunicado del Corazón de Jesús: «Te prometo, por la excesiva misericordia de mi Corazón, que su amor omnipotente obtendrá para todos aquellos que comulguen nueve primeros viernes del mes consecutivos, la gracia de la penitencia final, que no morirán en mi enemistad, sin recibir los sacramentos y que mi divino Corazón será su refugio asegurado en la última hora. Nada temas, Yo reinaré a pesar de mis enemigos y de todos aquellos que buscarán oponerse».

 

A partir de entonces el culto al Corazón de Jesús pasó a ser estimulado con enorme empeño por el Magisterio de la Iglesia. San Claudio la Colombière, sacerdote jesuita, quedó conocido como el apóstol del Sagrado Corazón de Jesús.

 

El Beato Pío IX, en el año 1856, extendió su fiesta por todo el orbe. León XIII consagró el mundo al Corazón de Jesús en 1899. La encíclica de Pío XII, Haurietis aquas, publicada el 15 de mayo de 1956 es una demostración más de cuánto los Romanos Pontífices han buscado difundir el amor a este Corazón que nos es presentado por el propio Jesús como fuente de paz y reparación: «Venid a mí, todos os que estáis afligidos bajo la carga, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, porque yo soy manso y humilde de corazón y encontrareis descanso para vuestras almas. Pues mi yugo es suave y mi carga es leve». (Mt 11, 28-30)

 
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