*Pidamos a Nuestra Señora que, por las gracias de la Medalla Milagrosa, Ella apresure, por un lado, el día de su victoria.*
Estrechamente unido a María Santísima por medio de la esclavitud de amor según el método de San Luis Grignion de Montfort, el Dr. Plinio tenía una gran devoción a la invocación Mater Divinæ Gratiæ – Madre de la Divina Gracia -, celebrada este mes en la fiesta de la Medalla Milagrosa.
Respecto de la efigie impresa en la Medalla, cuya confección fue pedida por la propia Madre de Dios, reproducimos a seguir un profundo comentario del Dr. Plinio, relacionándola con la Contra-Revolución, con la realeza de María y con la gracia de la perseverancia que debe ser anhelada por cada uno de los hijos de la Santa Iglesia:
«En una faz de la medalla tenemos a Nuestra Señora poniendo los pies sobre el mundo, en una afirmación de su realeza sobre toda la Tierra. Esa es justamente la doctrina de la realeza de Nuestra Señora recordada en Fátima y afirmada con una victoria sobre la Revolución.
Ella también pisa con sus pies una serpiente, lo cual es enteramente coherente, concluyente, porque por ese lado está escrito: ?Oh, María concebida sin pecado, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.?
Es decir, es la Inmaculada Concepción. Pero no es pura y simplemente la Inmaculada Concepción, porque ahí hay un atributo que no se encuentra en las imágenes de la Inmaculada Concepción como tal: Nuestra Señora está con las manos abiertas en señal de aquiescencia, de atendimiento, y de sus manos parten inmensos haces luminosos, que simbolizan las gracias y los favores que descienden por sus manos – es decir, por su acción y por medio de Ella – sobre el mundo.
Esas gracias son concedidas para la conversión de los pecadores, de los herejes, pero también para castigo de los irreductibles y protección de aquellos que se mantuvieron fieles hasta el fin, es decir, gracias para la perseverancia de los fieles. Todo eso sale de las manos de Nuestra Señora como de un manantial.
Ella está afable, risueña, acogedora, con todos aquellos que, teniendo en vista ese conjunto de hechos, de símbolos, de atributos, de nociones, se dirigen confiados a Ella, pidiendo las gracias que necesitan.
Pidamos a Nuestra Señora que, por las gracias de la Medalla Milagrosa, Ella apresure, por un lado, el día de su victoria. Y por otro lado, que también nos ayude a ser fieles durante todas las tormentas que se aproximan. Porque debemos recordar bien: la perseverancia es una gracia inestimable. ¿De qué vale tener virtudes, si después se cae en el pecado?
Esa perseverancia no es fruto de nuestras cualidades personales, sino de la gracia, que se trata de pedir humildemente, de implorar con insistencia, y a la cual se debe tratar de corresponder. Por tanto, necesitamos pedir las gracias que nos aseguren la perseverancia.
Esa invocación de Nuestra Señora de las Gracias – o de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa – es particularmente eficiente en la lucha contra el poder de las tinieblas, que tanto y tanto debemos conducir en los días de hoy1.»
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1) Extraído de una conferencia dictada por el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira el 27.11.1964.
(Editorial de la Revista Dr. Plinio, No. 212, noviembre de 2015, p. 4, Editora Retornarei Ltda., São Paulo)
1. Acto de contrición.
2. Lectura del día.
3. Tres avemarías, seguida cada una de la invocación: «Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos»
4. Súplica a Nuestra Señora.
Por la Señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios Nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen
Acto de contrición:
Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador y Redentor mío, por ser Vos quien sois y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido. Propongo firmemente nunca más volver a pecar y apartarme de todas las ocasiones de ofenderos; confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Ofrezco mi vida, obra y trabajos en satisfacción de todos mis pecados. Y así confío en que por vuestra infinita bondad me has de conceder el perdón de mis culpas y me has de llevar a la vida eterna. Amén.
Oración para todos los días
Creo y espero en tu Medalla, Madre mía del Cielo, y la amo con todo mi corazón, y tengo la plena seguridad de que no me veré desatendido. Amén.
Primer día – Primera aparición.
Contemplemos a la Virgen Inmaculada en su primera aparición a Santa Catalina Labouré. Guiada por su Ángel de la Guarda, la piadosa novicia es presentada a la Inmaculada Señora. Consideremos su inefable alegría. Nosotros también seremos felices como Santa Catalina, si trabajamos con ardor en nuestra santificación. Gozaremos de las delicias del Paraíso, si nos privamos de los gozos terrenos.
Lectura bíblica del primer día: Lucas 1,26-31.
Meditación: Cuando María recibió el anuncio del ángel y aceptó los planes de Dios, no conocía muchos detalles, pero se puso ciegamente en las manos de su Señor. Ese será el mérito de nuestra fe: confiar plenamente en la bondad y providencia divinas.
Breve historia
En una medianoche iluminada con luz celeste como de Nochebuena -la del 18 de julio de 1830- se apareció por primera vez la Virgen Santísima a Santa Catalina Labouré, Hija de la Caridad de San Vicente de Paúl.
Y le habló a la santa de las desgracias y calamidades del mundo con tanta pena y compasión que se le anudaba la voz en la garganta y le saltaban las lágrimas de los ojos.
¡Cómo nos ama nuestra Madre del Cielo! ¡Cómo siente las penas de cada uno de sus hijos! Que tu recuerdo y tu medalla, Virgen Milagrosa, sean alivio y consuelo de todos los que sufren y lloran en desamparo.
Súplica a Nuestra Señora
Oh, Inmaculada Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, al contemplarte de brazos abiertos esparciendo gracias sobre aquellos que te las piden, llenos de la más viva confianza en tu poderosa y segura intercesión, innumerables veces manifestada por la Medalla Milagrosa, aún reconociendo nuestra indignidad por causa de nuestras numerosas culpas, osamos acercamos a tus pies para exponeros durante esta novena nuestras más apremiantes necesidades … (SE PIDE LA GRACIA). Escucha, pues, ¡Oh Virgen de la Medalla Milagrosa!, este favor que confiados te solicitamos para mayor gloria de Dios, engrandecimiento de tu nombre y bien de nuestras almas. Y para mejor servir a tu Divino Hijo, inspíranos un profundo odio al pecado y danos el coraje de afirmarnos siempre verdaderamente cristianos. Así sea.
Santísima Virgen, yo creo y confieso tu santa Inmaculada Concepción, pura y sin mancha. ¡Oh, purísima Virgen María!, por tu Concepción Inmaculada y gloriosa prerrogativa de Madre de Dios, alcánzame de tu amado Hijo la humildad, la caridad, la obediencia, la castidad, la santa pureza de corazón de cuerpo y espíritu, la perseverancia en la práctica del bien, una buena vida y una santa muerte. Así sea.
Se rezan tres veces el Padre Nuestro, el Ave María, el Gloria y la jaculatoria: Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti.
Acto de Consagración a la Virgen de la Medalla Milagrosa
¡Oh, Virgen Madre de Dios, María Inmaculada!, nosotros te ofrecemos y consagramos, bajo el título de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, nuestro cuerpo, nuestro corazón, nuestra alma y todos nuestros bienes espirituales y temporales. Haz que esta Medalla sea para cada uno de nosotros una señal cierta de tu afecto y un recuerdo imperecedero de nuestros deberes hacia ti. Y que al llevar tu Medalla nos guíe siempre tu amable protección y nos conserve en la gracia de tu divino Hijo. ¡Oh, poderosísima Virgen, Madre de nuestro Salvador!, consérvanos unidos a ti en todos los momentos de nuestra vida. Alcánzanos a todos nosotros, tus hijos, la gracia de una buena muerte, a fin de que, juntos contigo, podamos gozar un día de la celeste beatitud. Amén.
Oración final
Oh, María, sin pecado concebida,
ruega por nosotros que recurrimos a ti.
¡Bendita tú entre todas las mujeres!
¡Bienaventurada tú que has creído!
tu corazón fue traspasado
junto con el corazón de tu Hijo
y ahora no cesas de interceder por nosotros.
Te consagramos nuestras fuerzas
y disponibilidad para estar
al servicio de la evangelización.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
Segundo día – Lágrimas de María
Contemplemos a María llorando por las calamidades que vendrían sobre el mundo, pensando que el Corazón de su Hijo sería ultrajado, escarnecida la cruz y perseguidos sus hijos predilectos. Confiemos en la Virgen compasiva y también participemos del fruto de sus lágrimas.
Tercer día – Protección de María
Contemplemos a nuestra Madre Inmaculada diciendo a Santa Catalina en sus apariciones: «Yo misma estaré con vosotros: no os pierdo de vista y os concederé abundantes gracias». Sed para mí, Virgen Inmaculada, el escudo y la defensa en todas las necesidades.
Cuarto día – Segunda Aparición
Estando Santa Catalina Labouré en oración el 27 de noviembre de 1830, se le apareció la Virgen María, hermosísima, aplastando la cabeza de la serpiente infernal. En esta aparición se ve su inmenso deseo de protegernos siempre contra el enemigo de nuestra salvación.
Invoquemos con confianza y amor a la Madre Inmaculada!
Quinto día – Las manos de María
Contemplemos hoy a María despidiendo rayos luminosos de sus manos. Estos rayos, dijo Ella, son la figura de las gracias que derramo sobre todos aquellos que me las piden y a los que llevan con Fe mi medalla. ¡No desperdiciemos tantas gracias! Pidamos con fervor, humildad y perseverancia, y María Inmaculada nos las alcanzará.
Sexto día – Tercera Aparición
Contemplemos a María apareciendo a Santa Catalina, radiante de luz, llena de bondad, rodeada de estrellas, mandando acuñar una medalla y prometiendo muchas gracias a todos los que la lleven con devoción y amor. Guardemos fervorosamente la Santa Medalla, y cual escudo, ella nos protegerá en los peligros.
Séptimo día de la Novena
¡Oh, Virgen Milagrosa, Reina excelsa, Señora Inmaculada! Sed mi abogada, mi refugio y asilo en la tierra, mi fortaleza y defensa en la vida y en la muerte, mi consuelo y mi gloria en el cielo.
Octavo día de la Novena
¡Oh Virgen Inmaculada de la Medalla Milagrosa! Haced que esos rayos luminosos que irradian vuestras manos virginales, iluminen mi inteligencia para conocer mejor el bien y abrasen mi corazón con vivos sentimientos de fe, esperanza y caridad.
Último día de la Novena
¡Oh, Madre Inmaculada! Haced que la cruz de vuestra Medalla siempre brille ante mis ojos, suavice las penas de la vida presente y me conduzca a la vida eterna.