Santa Catalina de Alejandría, virgen heroica y grandiosa

Autor : Dr Plinio Corrêa de Oliveira

Enfrentó la muerte con gran serenidad. Después de su martirio, los ángeles llevaron su cuerpo virginal al Monte Sinaí, la montaña más augusta de la Tierra después del Gólgota.

El 25 de noviembre conmemoramos la fiesta de Santa Catalina de Alejandría, virgen y mártir. Sobre su muerte, el Abbé Darras, en su obra Vida de los Santos, trae la siguiente narración:

«Lavad mi alma en la sangre que voy a derramar»

Santa Catalina de Alejandría
Santa Catalina de Alejandría – Museo de la
Catedral de Santo Domingo de la
Calzada, España.

Maximiliano, Emperador, ordenó la muerte de Santa Catalina. Ella fue conducida al lugar del suplicio en medio de una multitud, sobre todo de mujeres de alta condición, que lloraban su suerte. La virgen caminaba con una gran calma. Antes de morir, hizo la siguiente oración:

«Señor Jesucristo, Dios mío, yo os agradezco por haber afirmado mis pies sobre la roca de la fe, y haber dirigido mis pasos en la vía de la salvación. Abrid ahora vuestros brazos heridos sobre la cruz, para recibir mi alma que sacrifico por la gloria de vuestro Nombre.

Acordaos, Señor, de que somos hechos de carne y sangre. Perdonadme las faltas que cometí por ignorancia, y lavad mi alma en la sangre que voy a derramar por Vos.

No dejéis mi cuerpo, martirizado por vuestro amor, en poder de los que me odian.

Inclinad vuestra mirada sobre este pueblo y dadle el conocimiento de la verdad.

En fin, Señor, exaltad, en vuestra infinita misericordia, a aquellos que os invocarán por mi intermedio, para que vuestro Nombre sea para siempre bendito.»

Enseguida, mandó que los soldados cumpliesen las órdenes, y su cabeza fue decepada de un solo golpe.

Era un 25 de noviembre. Numerosos milagros fueron rápidamente constatados. Los ángeles, como ella lo había deseado, transportaron su cuerpo a la santa montaña del Sinaí, a fin de que reposase donde Dios había escrito sobre piedra su Ley, que ella había guardado tan fielmente escrita en su corazón.

Contrastes de la gracia: lágrimas de las compañeras y serenidad de la mártir

Este es un trecho de tal elevación, que lamentamos incluso tener que comentarlo. Quedaríamos más satisfechos dejando el texto así, brillando en el cielo, suspendido en el horizonte y emitiendo luces. Pero dado que es necesario comentarlo, vamos a los pormenores.

Ella fue conducida al lugar del suplicio en medio de una multitud, sobre todo de mujeres de alta condición, que lloraban su suerte.

Llama la atención el hecho de tratarse principalmente de señoras de una alta condición las que constituyen el séquito de la santa mártir. ¡Cuántas posibilidades de salvación tiene todavía un país donde las señoras de condición alta acompañan al lugar del suplicio – solidarizándose y llorando junto a ella -, a una mártir fulminada por la cólera del Emperador, un monarca omnipotente, que puede mandar a matar a todos los que se desagraden con alguna actitud suya! Sin embargo, todas esas damas siguen a Santa Catalina, y van llorando.

Vean la diversidad de los dones del Espíritu Santo y de los efectos de la gracia: es bueno y bello que ellas fuesen llorando. Sin embargo, ese don de las lágrimas manifestado en las mujeres en ese momento contrasta, por la sublimidad, con el hecho de que Santa Catalina no llora. Ella permanecía quieta y con una gran calma, caminando de encuentro a la muerte, inundada de gracias del Espíritu Santo, de otra naturaleza, por las cuales la mártir no derramaba por sí las lágrimas que la gracia quería que las otras vertiesen por ella.

Disputa entre Santa Catalina y los filósofos – Museo de Salzburg, Austria.
Disputa entre Santa Catalina y los filósofos
– Museo de Salzburg, Austria.

Cómo debería ser de impresionante ese cortejo de damas andando entre los soldados, y ella en el medio, la única calmada, aconsejando a todas que mantuviesen la tranquilidad, consolándolas hasta llegar el momento en el cual ella debería morir.

Palabras que se proyectan como rayos de luz

Ella, entonces, en el fin de su vida, emite una oración con una forma especial de belleza: un conjunto de afirmaciones y pedidos que se proyectan como rayos de luz, y brillan en el horizonte con un encanto propio.

«Señor Jesucristo, Dios mío…»

Así afirmaba Catalina que Jesucristo era su Dios, y que ella no reconocía otra divinidad más que a Él.

¿Cuál es, a seguir, el primer pensamiento, la primera palabra, la primera gracia mencionada por ella, en el momento de morir?

«…yo os agradezco por haber afirmado mis pies sobre la roca de la fe, y haber dirigido mis pasos en la vía de la salvación.»

Como quien dice: «Yo os agradezco por haber pertenecido a Vos, que sois la fuente de mi salvación, el punto de partida de todo bien que pueda haber en mí. Yo soy buena porque Vos sois bueno y me disteis la bondad. Yo os agradezco la fe que me donasteis y la firmeza que me concedisteis en esa fe. Yo os agradezco el amor a la virtud que me disteis y la firmeza que Vos me otorgasteis en el amor a esa virtud. Y ese es el primer beneficio que os agradezco, reconociendo que todo lo que hay en mí, lo debo a vuestra iniciativa.»

Familiaridad sacratísima y augustísima con el Divino Redentor

«Abrid ahora vuestros brazos heridos sobre la cruz, para recibir mi alma, que yo sacrifico por la gloria de vuestro Nombre.»

¿Puede haber una imagen más bonita que esa? El Divino Crucificado que desprende de la cruz sus brazos sangrando, para acoger el alma de esa santa, que también sale inundada de la sangre del martirio, para ser recibida por Él.

¡Qué maravillosa intimidad en ese encuentro del Mártir de los mártires con una mártir heroica y grandiosa! ¡Qué bella idea la de la sangre de ella mezclándose con la Sangre infinitamente preciosa de Nuestro Señor Jesucristo! ¡Qué noción elevada y profunda del Cuerpo Místico de Cristo está ahí! ¡Qué familiaridad sacratísima y augustísima con el Divino Redentor!

Santa Catalina poseía de tal forma la convicción de que su alma estaba unida a la de Él, y de que la muerte sellaba esa unión, que le pedía que la abrazase tan pronto como ella entrase en la eternidad. ¡Tal era su certeza de que iría al Cielo!

Después añadía:

«Acordaos, Señor, de que somos hechos de carne y sangre. Perdonadme las faltas que cometí por ignorancia, y lavad mi alma en la sangre que voy a derramar por Vos.»

Ella temía haber cometido, por ignorancia, algún pecado. Eso tenía esa alma para acusar contra sí misma. Entonces suplica a Nuestro Señor el perdón de las faltas, como si dijese: «Antes de derramar mi sangre por Vos y de ir al Cielo, quiero que Vos lavéis mi alma en vuestra Sangre.»

«No dejéis mi cuerpo, martirizado por vuestro amor, en poder de los que me odian.»

Habiendo pensado en su alma, suplicando que esta fuese lavada de sus faltas y recibida por Nuestro Señor, Santa Catalina piensa, entonces, en su cuerpo, y pide que él no sea dejado en las manos de sus enemigos, de aquellos que la odian porque le tienen odio a Él.

Monjas contemplativas en lo alto del Sinaí velan su cuerpo

Decapitación de Santa Catalina – Iglesia de Nuestra Señora en Ravensburg, Alemania.
Decapitación de Santa Catalina – Iglesia de Nuestra
Señora en Ravensburg, Alemania.

Vean el respeto que debemos tener por la santidad de nuestro propio cuerpo, que constituye un solo todo con nuestra alma en la práctica de la virtud.

¡También, qué atendimiento magnífico a esa oración! Fue tan sólo ella morir, que los ángeles vinieron y llevaron su cuerpo a la montaña más augusta que existe en la Tierra, después del Gólgota, del Monte Calvario: el Sinaí, donde nos fue dada la Ley de Dios.

Los restos mortales de esta virgen se encuentran hasta hoy en el Monte Sinaí, donde hay un monasterio de monjas contemplativas que guardan ese cuerpo y meditan sobre la Ley de Dios, allí concedida a los hombres.

«Inclinad vuestra mirada sobre este pueblo y dadle el conocimiento de la verdad.»

Ella no piensa más en sí misma, sino en los circunstantes.

«En fin, Señor, exaltad, en vuestra infinita misericordia, a aquellos que os invocarán por mi intermedio, para que vuestro Nombre sea para siempre bendito.»

Por lo tanto, ella intercede desde ahora delante de Dios para atender a todos los que vayan a pedir alguna gracia por su intermedio.

Pedir la gracia de la serenidad delante de los riesgos

Enseguida, mandó que los soldados cumpliesen las órdenes, y su cabeza fue decepada de un solo golpe.

La calma y la resolución. Hecha la oración, ningún temblor, ningún deseo de contemporizar en lo más mínimo. Tampoco ninguna precipitación de quien tiene miedo a enfrentar la muerte, que va corriendo en dirección a ella. ¡No! Ella dice todo lo que tiene que decir, terminado lo cual, se entrega en las manos de Dios. Los soldados la matan y la oración de ella es atendida.

¿Cuál es el efecto de carácter espiritual que la consideración de esa gran santa mártir nos lleva a desear?

Debemos pedirle a ella que, cuando surjan circunstancias en las cuales tuviéremos que enfrentar riesgos, o tal vez hasta perder la vida, en la lucha contra los adversarios de la Santa Iglesia, tengamos la serenidad que sólo la gracia da delante de la muerte.

La muerte, esa disolución de la unidad entre el alma y el cuerpo, es una cosa tan tremenda, que sólo se comprende la serenidad delante de ella cuando el hombre está dominado por la gracia divina.

Vamos a pedir, entonces, que en todas las ocasiones de la vida tengamos, delante de los riesgos, esa calma llevada hasta el sacrificio extremo, en caso de que esta sea la voluntad de Nuestra Señora.

Monasterio de Santa Catalina, Sinaí, Egipto.
Monasterio de Santa Catalina, Sinaí, Egipto.

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(Revista Dr. Plinio, No. 212, noviembre de 2015, p. 28-31, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 24.11.1965)

https://es.arautos.org/view/show/91471-santa-catalina-de-alejandria-virgen-heroica-y-grandiosa

 

Vida de Santa Catalina

Desde el siglo X o aun antes, se venera mucho en el Oriente a santa Catalina de Alejandría. Sin embargo, desde la época de las Cruzadas hasta el siglo XVIII, la santa fue todavía más popular en Occidente. En efecto, se le dedicaron numerosas iglesias y se celebraba su fiesta con gran solemnidad; se la incluyó en el número de los Catorce Santos Auxiliadores y se la veneró como patrona de las estudiantes, de los filósofos, de los predicadores, de los apologistas, de los molineros, etc. Su voz fue una de las que oyó santa Juana de Arco. 

Según sus «actas», santa Catalina nació en Alejandría en la segunda mitad del tercer siglo. Descendía de una familia de abolengo y se distinguía por su inteligencia, erudición y belleza. Muchos ricos y nobles pretendientes pedían su mano. La madre y los parientes trataban de convencerla para que se casara, pero Catalina no se decidía y decía a sus allegados: «Si quieren que me case entonces encuéntrenme alguien que me iguale en hermosura y erudición.»

Dios hizo que Catalina conociera a un anacoreta, hombre inteligente y de vida ejemplar. Examinando con Catalina los méritos de sus pretendientes el anacoreta dijo:


-Yo conozco al Novio que es superior en todo a ti. No hay nadie igual.


Después le dio el icono de la Santísima Virgen, prometiendo que Ella ayudaría a Catalina a ver al Singular Novio. Durante la próxima noche, adormecida Catalina vio a la Reina Celestial rodeada de ángeles parada delante de ella con el Niño que resplandecía como el sol. Fueron vanos los esfuerzos de Catalina para ver Su rostro. El se daba vuelta.


-No desprecies a Tu creación -pedía la Madre de Dios a Su Hijo- dile lo que tiene que hacer para ver Tu imagen brillante, Tu Rostro.


-Que regrese y pregunte al anacoreta -contestó el Niño.


Este singular sueño asombró a la joven. Ni bien amaneció, fue a ver al anacoreta y se arrodillo a sus pies pidiendo consejo. El anacoreta le explico detalladamente sobre la verdadera fe, sobre el paraíso y la vida en el paraíso de los justos y sobre la perdición de los pecadores. La sabia joven comprendió la superioridad de la fe cristiana sobre la pagana. Creyó en Jesúcristo como el Hijo de Dios y se bautizó. Y entonces la luz divina entró en ella y la llenó con una gran alegría.

Cuando Catalina regreso a su casa con su alma renovada, rezó durante mucho tiempo agradeciendo a Dios por la gracia otorgada. Durante la oración se quedó dormida y vio nuevamente a la Madre de Dios. Ahora el Niño Divino la miraba con benevolencia. La Santísima Virgen tomó la mano derecha de la joven y el Niño le puso un maravilloso anillo, diciendo:
-No tengas otro novio terrenal.


Catalina comprendió que a partir de este momento ella estaba comprometida con Cristo y se despertó con mayor alegría en su corazón. A partir de este sueño ella cambió completamente. Se hizo humilde, benévola y amable. Empezó a rezar a Dios frecuentemente pidiendo Su guía y ayuda. Única meta que la entusiasmaba: vivir para Cristo.

Poco tiempo después vino a Alejandría Maximiano (años 286-305) codirigente del emperador Diocleciano. Envió mensajeros a las ciudades de Egipto para invitar al pueblo a la fiesta en honor a los dioses paganos. Catalina estaba muy triste porque el emperador, en vez de ayudar a instruir al pueblo, extendía la superstición pagana. Cuando llegó el día de la fiesta ella fue al templo pagano, donde estaban reunidos los sacerdotes paganos, la nobleza y el pueblo y dijo sin miedo al emperador:


-¡Emperador, no te da vergüenza orar a los repugnantes ídolos? Conoce al verdadero Dios eterno e infinito. Por Él apareció el universo y los reyes reinan. Él bajó a la tierra y se hizo hombre para nuestra salvación.


Maximiano se enojo con Catalina por la falta de respeto hacia la dignidad imperial y ordenó encarcelarla. Después, ordenó a la gente erudita convencer a Catalina de la autenticidad de la religión pagana. Durante varios días ellos exponían diferentes argumentos en pro de la religión pagana, pero Catalina los vencía con su lógica, y con sus razonamientos les demostraba que no tenían razón. Demostraba que solamente puede existir un Sabio, Creador de todo, quien con sus perfecciones se eleva infinitamente sobre los dioses paganos. Finalmente, los sabios paganos tuvieron que admitir que perdieron con los argumentos imbatibles de Catalina. Sin embargo, al sufrir la derrota sobre el campo intelectual, Maximiano no dejó su intención de convencer a Catalina. La llamó y trato de seducirla con regalos, promesas de favores y gloria. Pero Catalina no se dejó seducir.

Maximiano tuvo que ausentarse de la ciudad por un corto período. Su esposa, emperatriz Augusta, quien escuchó mucho sobre la sabiduría de Catalina, quiso verla. Se encontró con ella y, habiéndola escuchado, se hizo cristiana. Cuando Maximiano regresó a Alejandría llamó nuevamente a Catalina. Esta vez se quitó su mascara de benevolencia y empezó a amenazarla con torturas y muerte. Después mandó traer unas ruedas con sierras y ordenó matarla de esta horrible manera. Pero, ni bien empezaron las torturas, una fuerza invisible rompió el instrumento de tortura y santa Catalina salió ilesa. Cuando la emperatriz Augusta supo lo que pasó, vino a ver a su esposo y le reprochó que pretendiera él desafiar al mismo Dios. El emperador se enfureció por la intervención de su esposa y ordenó matarla ahí mismo. Al otro día Maximiano llamó a Catalina por última vez y le ofreció ser su esposa, prometiendo todos los bienes materiales. Pero Santa Catalina no quiso saber nada. Viendo la inutilidad de todos sus esfuerzos el emperador ordenó matarla y un guerrero la decapitó.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston

 

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