Niños, enfermos, estudiantes, damas y nobles, todos, sin excepción, lo conocían |
«Dios es admirable en sus santos», dice con sabiduría un secular canto litúrgico. Y, de hecho, ¿dónde podremos distinguir con mayor facilidad el brazo poderoso del Altísimo sino en las figuras incomparables de Sus justos y elegidos? Representantes de todas las razas, pueblos y condiciones sociales, en sus personas vibra la fuerza del Evangelio, brilla la luz de la virtud y se hace realidad el título de nuestra Santa Iglesia, una vez que la llamamos Católica porque esa palabra quiere decir “universal”.
Siempre que profundizamos en el conocimiento del alma de un bienaventurado, deparamos invariablemente con admirables reflejos de la persona adorable de Jesús, que allí encontró correspondencia a la voz de Su gracia: “Si alguien Me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará, vendremos a él y en él haremos nuestra morada” (Jn 14, 23). En ese sentido, el Santo Padre Benedicto XVI nos enseña: “Cada santo que entra en la Historia ya constituye una pequeña porción de la venida de Cristo, una nueva entrada de Él en el tiempo, que nos muestra Su imagen de un modo nuevo y nos deja seguros de Su presencia» 1. Una luz para el norte de Europa En una manifestación de inmensa bondad, Dios suscitó en el intrincado periodo del paso del siglo XVIII al XIX grandes hombres según Su corazón, que empuñaron con coraje la llama de la caridad. Fueron santos tan modelados según las máximas del Evangelio que casi diríamos haber seguido personalmente las huellas del Maestro en los míticos parajes de Israel. Es entre tales héroes que encontramos a san Clemente María Hofbauer, uno de los gloriosos patronos de Viena, suscitado por el Señor para transformar la sociedad de su tiempo con las simples armas del fervor y de la oración. Nuestro Santo vino al mundo en Tasswitz, pequeña aldea rural, hoy perteneciente a República Checa, situada a 100 kilómetros al norte de Viena. Llevado a la pila bautismal el mismo día de su nacimiento, 26 de Diciembre de 1751, recibe el nombre de Juan Evangelista. Su humilde familia fue bendecida con doce hijos, entre los cuales Juan era noveno. A pesar de las muchas dificultades enfrentadas por los padres, reinaba en aquel hogar cristiano un gran celo por la ley de Dios, en el cumplimiento de la cual los niños fueron educados. Cuando la muerte arrebató la vida del cabeza de la familia Hofbauer la madre de Clemente —su nombre de religioso, con el que pasó a la Historia — le llevó a los pies del crucifijo de la parroquia y le dijo: “Hijo mío, a partir de ahora, Él será tu padre. Ten cuidado y anda siempre por los caminos que son de Su agrado”. El pequeño sólo tenía siete años. Discípulo sin maestro Así comenzaron para san Clemente, a tan tierna edad, los grandes obstáculos de la vida que tendrían que ser vencidos. Lo encontramos todavía niño como aprendiz de panadero, y en la adolescencia como auxiliar en el refectorio de la abadía premonstratense de Klosterbruck. Ansiaba él por la vida consagrada, sin discernir claramente su vocación específica, ni poseer medios para recorrer esta sublime vía. Se puede decir que toda su juventud fue una incesante búsqueda por los designios divinos respecto a él.
Sin sentirse llamado a ser uno de los hijos de san Norberto, junto a los que trabajó con dedicación y aprendió las primeras letras, partió el joven de 24 años para un lugar retirado en Mühlfrauen y vivió allí como eremita durante un año. En un extraño recorrido forzado por las circunstancias y permitido por Dios tuvo que abandonar su ermita y volver a los trabajos de panadero para retomar después la vida de absoluto recogimiento y oración, cuando volvió de una peregrinación a Roma. Se entusiasmó en esta circunstancia con los eremitas de Tívoli, a los que se unió con alegría durante un fecundo periodo. Puede parecer sorprendente que un santo tan llamado al apostolado y a la predicación como san Clemente haya pasado la mitad de su vida sin descubrir su vocación, y largos periodos en completo silencio y soledad. Pero Dios no hace de repente las grandes cosas, ni confía Sus superiores designios a hombres poco experimentados en las vías espirituales. En los periodos de trabajo como panadero o de recogimiento y soledad, germinaba en su alma de humilde campesino la semilla de una santidad transformadora, que sólo crece a la sombra de la piedad y sólo fructifica en proporción a la solidez de sus raíces. La fuerza de un nuevo carisma Su deseo de ser sacerdote se intensificó en la vida eremítica. Convencido interiormente de que había llegado el momento. san Clemente partió rumbo a Viena, donde tenía esperanzas de continuar los estudios eclesiásticos que ya había comenzado. Allí, tres nobles damas se compadecieron de él y sufragaron sus gastos, lo que les mereció la gratitud del santo para siempre y las copiosas bendiciones de Dios. Después de un periodo en Viena, san Clemente se dirigió otra vez hacia la Ciudad Eterna, deseando completar su formación teológica. Grande fue su consolación cuando allí conoció, con su compañero de viaje Tadeo, a los sacerdotes de la Congregación del Santísimo Redentor, la institución recientemente fundada por san Alfonso de Ligorio. Ya desde el primer contacto sintió que habían terminado los años de incesante búsqueda: Dios lo llamaba a ser redentorista, y no dejaba lugar a dudas. Era el año de 1784, y el venerado fundador, cercano a los 90 años, pasaba los días sufriendo y rezando por sus hijos. Cuando supo de la llegada de los dos virtuosos jóvenes alemanes al noviciado, san Alfonso se consoló sobremanera e hizo esta impresionante profecía: No dudéis, la Congregación ha de durar hasta el día del Juicio, porque no es obra mía, sino de Dios. Mientras yo viva, ella continuará en la oscuridad y en las humillaciones. Después de mi muerte, ella extenderá sus alas, sobre todo en los países del norte. Estos padres harán mucho por la gloria de Dios 2. No se engañaba el eminente Doctor de la Iglesia, pues la grandiosa expansión de los padres redentoristas por el mundo se debió en gran medida al impulso inicial dado por aquel nuevo hijo, uno de los consuelos de su ancianidad. Se enciende una llama de fervor Los bendecidos días del noviciado fueron de inmenso valor para san Clemente, que moldeó su alma según el espíritu del fundador y el carisma de la orden. Su profesión religiosa no tardó mucho, y la ansiada ordenación sacerdotal se dio el día 29 de marzo de 1785, cuando contaba 34 años de edad. Después él se transformó, a imagen de Jesús, en el buen pastor que da la vida por sus ovejas. Los superiores lo enviaron más allá de los Alpes, encargándole actividades misioneras junto a los pobres. Su trabajo apostólico se inició en Varsovia, donde le fue confiada la iglesia de san Beno, en esa época completamente abandonada. El triste estado material del templo representaba bien el desamparo espiritual de las almas que vivían en la ciudad, hundidas en la indiferencia y en la tibieza, sin instrucción religiosa ni vida sacramental. San Clemente tenía conciencia del peligro que corría aquel rebaño, y se lanzó con ardor en la obra de evangelización. Comenzó con los niños abandonados, para los que fundó una escuela en las propias dependencias de san Beno. Se compadecía de la ignorancia general sobre las verdades de la Fe, tanto en el pueblo humilde como entre las personas ilustres; para solucionar ese problema, predicaba constantemente. Poco a poco, el singular sacerdote iba venciendo la inercia espiritual. Niños, jóvenes, obreros, damas y caballeros, todos sin excepción llenaban la iglesia para oír sus palabras llenas de unción, capaces no sólo de convencer, sino también de mover los corazones hacia las vías de la santidad. Necesidades supremas, remedios extraordinarios Durante los 20 años de su permanencia en Polonia, sus actividades realizadas en la comunidad de san Beno fueron el foco de una inmensa transformación, duradera y eficaz. Para la obtención de este éxito, el principal recurso del santo, el mismo que usó después en Viena, fue simple y digno de nota: trató de revestir de belleza y magnificencia todas las ceremonias litúrgicas, estimulando en las almas el sentido de lo sagrado. “Las solemnidades públicas atraen por su esplendor y poco a poco cautivan al pueblo, que oye más con los ojos que con los oídos” 3, acostumbraba a decir. En efecto, san Clemente revestía de preciosos ornamentos el recinto sagrado, particularmente los días festivos. Los ornamentos, los cánticos, el ceremonial impecable, todo concurría para que se revelase a los ojos de los asistentes la pulcritud de la Santa Iglesia, la esposa mística de Cristo “toda gloriosa, sin mancha, sin arruga, sin cualquier otro defecto semejante, pero santa e irreprensible” (Ef 5, 27). Acompañemos la narración escrita por él mismo, lo que entonces se realizaba en un único día en la iglesia de los redentoristas: Los domingos y los días de guardar, a las cinco de la mañana, hay instrucción para los obreros y empleados, que no pueden oír, a otra hora, la palabra divina, habiendo enseguida una Misa para ellos […]. Todos los días hay una Misa a las seis con exposición del Santísimo, durante la cual el pueblo canta, habiendo enseguida una instrucción al pueblo en polaco. Durante la instrucción se celebran Misas para aquellos que no comprenden ni alemán ni polaco. A las ocho, Misa cantada a canto llano con una prédica en polaco, y en seguida otra en alemán. Terminada esa instrucción los niños de la escuela van a la iglesia donde comienza la Misa solemne con una gran orquesta: así termina el culto de la mañana. Después del mediodía: los domingos y días de guardar hay catecismo para los niños a las dos; a las tres las hermandades cantan el Oficio Parvo de Nuestra Señora; a las cuatro hay prédica para los alemanes, seguida de Vísperas Solemnes. Terminadas éstas, una prédica en polaco y, por fin, la visita al Santísimo Sacramento y a Nuestra Señora según el método del venerable Siervo de Dios, Alfonso de Ligorio. En los días de hacer los ejercicios de la tarde comienzan tras las clases. Todos los días a las cinco de la tarde hay prédica en alemán, visita al Santísimo, y en seguida otra prédica en polaco, vía crucis y cantos sagrados en honor de Jesús Sacramentado y la Santísima Virgen; rematando todo, se hace con el pueblo un examen de conciencia, se rezan los actos cristianos, se procede a la lectura del Santo cuya fiesta la Iglesia celebre al día siguiente y por fin la Letanía de Nuestra Señora, acabada ésta se cierra la iglesia” 4. Esa impresionante actividad apostólica que algunos calificaban de exagerada no era suficiente para atender a todos los fieles, pues muchos tenían que contentarse con asistir desde el exterior. Tampoco agotaba el deseo que san Clemente tenía de hacer el bien, y representa apenas una porción de su apostolado. Se dedicaba además a la formación de los novicios, la fundación de nuevas casas de la Congregación, las obras de caridad, la prensa católica. Es difícil, sino imposible, enumerar todos los beneficios que brotaron de su insaciable corazón. El apóstol de Viena
Eran días difíciles para la libertad religiosa aquellos del final del siglo XVIII. Estas nuevas instituciones no eran vistas con buenos ojos, lo que llevó al rey Federico Augusto de Sajonia a firmar un decreto de expulsión de los redentoristas de Varsovia. A pesar del gran sufrimiento, pero con cristiana resignación, san Clemente partió de Polonia con los suyos. Supo ver ahí una señal de la Providencia: “Dios es el Señor que dirige todo para su gloria y nuestro bien; quien se levanta contra nosotros nos lleva por donde Dios quiere” 5. Fue de este modo que la comunidad se dispersó y él llegó a Viena en 1808. Le quedaban los últimos doce años de vida, en los cuales trasformaría la ciudad imperial. Al principio trabajó en la iglesia de los italianos, hasta que fue como capellán al convento de las ursulinas. Allí, comenzó la predicación y el apostolado que atraía a millares de personas, especialmente a jóvenes y a intelectuales. Los científicos veían en él una luz superior a sus propios conocimientos, y se dejaban instruir por el sacerdote que los conducía a la Fe. No pasaba una semana sin que él llevase a cabo alguna gran conversión. He aquí una muestra de la impresión causada por sus predicaciones: “Él predica como alguien que tiene poder. El poder de su vocación procede de la fuerza de su Fe, que se halla como que encarnada en él y se expresa en cada facción de su rostro y en cada uno de sus movimientos.” 6 Dice otro testimonio: “Nunca vi a alguien que supiese hacer el cristianismo tan amable como él. Durante sus prédicas pienso muchas veces que debe haber sido de esta manera que predicaban los apóstoles» 7. Triunfal glorificación No había entre los católicos quien no conociese y estimase al padre Clemente: los niños, que lo seguían a todas partes; los necesitados y los enfermos, que lo tenían siempre en la cabecera como insuperable consuelo; los jóvenes, que llenaban su casa para ser formados en los más nobles principios cristianos; y los grandes a los ojos del mundo, que se volvían junto a san Clemente como niños junto a su padre. Cuando él murió, el 15 de marzo de 1820, una enorme multitud vino a prestar su último homenaje al pastor insuperable que el Señor y Su Madre les enviaron. Era el inicio de la glorificación del Siervo de Dios, cuya memoria habría de figurar no sólo entre los hombres, pero, sobre todo, en el Corazón de Dios. El hermano que salva a su hermano salva su propia alma, y brillará en el Cielo como un Sol por toda la eternidad. 1) Discurso de Benedicto XVI a la Curia Romana el 21 de Diciembre 2007. (Revista Heraldos del Evangelio, Marzo/2008, n. 59, pag. 30 a 33)
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