I – Un universo compuesto por criaturas con deficiencias
Si nos fuese dada la oportunidad de contemplar la inmensidad de los posibles de Dios, es decir, el incontable número de seres que Él podría haber creado en su omnipotencia, veríamos criaturas semejantes a las de este mundo, pero sin sus característicos defectos. Por ejemplo, erizos constituidos sin medios de causar daño a los hombres; mosquitos lindísimos dotados de una picadura agradable y benéfica; buitres de figura tan elegante como sus vuelos, y así sucesivamente.
¿Por qué no puso Dios en el universo este tipo de criaturas, sin defecto alguno, que podían haber sido creadas y no lo fueron?
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“La Anunciación” por Juan de Borgoña. Catedral de Ávila (España) |
Pregunta ésta de difícil respuesta. Lo cierto, no obstante, es que en el universo en el que vivimos hay tres criaturas que son inmejorables: la humanidad de Jesucristo, unida hipostáticamente a la divinidad; la visión beatífica y la Virgen María.1 Todos los demás seres, considerados individualmente, podrían ser más perfectos. Ahora bien, este mundo compuesto por criaturas con deficiencias es óptimo en su conjunto, como enseña Santo Tomás de Aquino: “El universo, partiendo de lo que ahora lo integra, no puede ser mejor, ya que el orden dado por Dios a las cosas, y en el que consiste el bien del universo, es insuperable. Si fuese mejor, se rompería la proporción de orden; como la melodía de una cítara se rompe si una cuerda se tensa más de lo debido”.2
El universo creado por Dios tenía que ser lo que más le glorificase, porque Él no podía haber escogido crearlo de un modo ni siquiera un poco inferior a lo más adecuado. Y todo lo que existe en él de defectuoso sirve para que el hombre tenga presente su debilidad, flaqueza y dependencia continua de Dios. Le recuerda, en fin, su contingencia. De este mundo, con deficiencias, es del que formamos parte.
Estas consideraciones nos preparan para analizar el papel de la Virgen María en la Creación, que es recordada especialmente en la liturgia escogida por la Iglesia para la Solemnidad de la Anunciación del Señor.
II – El “fiat” de María Santísima
Sobre el conocidísimo y tan comentado pasaje evangélico de la Anunciación, pudiera parecer que no hay nada nuevo que decir. Sin embargo, al igual que un vino excelente presenta aspectos diferentes en cada cosecha, así también ocurre con el magno acontecimiento de la Encarnación del Verbo, en el que siempre descubriremos nuevas y magníficas maravillas.
Las apariencias no están a la altura del acontecimiento
En aquel tiempo, 26 el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
Antes de entrar en el análisis de la narración de San Lucas, es necesario dirigir nuestra atención hacia el lugar donde se encontraba María Santísima cuando el arcángel San Gabriel la visitó.
No se trataba de un magnífico palacio, como tantos artistas lo han imaginado, sino de una casa muy modesta, con paredes de ladrillos a la vista.
Estaba situada en Nazaret, una ciudad por entonces insignificante, en la que la Sagrada Familia vivirá en la pobreza, humildad y apagamiento. No hay en este episodio otros elementos cuyas apariencias estén a la altura del acontecimiento que allí se daría, a no ser la presencia de la Virgen María, y también la de San José. Pues el elevadísimo grado de santidad de ambos seguramente se reflejaba en sus gestos, sus rostros y en toda su manera de ser.
En el momento de la Anunciación la Virgen estaba rezando
28a El ángel, entrando en su presencia…
¿Qué hacía María Santísima cuando el ángel llegó a donde estaba Ella? Sin duda, rezaba, tal vez considerando la desastrosa situación en la que se encontraba la humanidad. El pueblo judío se había desviado de la práctica de la verdadera religión, y los paganos, empezando por los romanos, vivían en una tremenda decadencia moral. Se llegó a lo que San Pablo llama “plenitud de los tiempos” (Ef 1, 10).
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No se trataba de un magnífico palacio, sino de una casa muy modesta, con paredes de ladrillos a la vista.
Interior de la Santa Casa de Loreto – Santuario de la Santa Casa, Loreto (Italia)
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Es así como San Bernardo describe la escena de la Anunciación: María Santísima orando al Padre, recogida en su aposento, poniendo de relieve la importancia de la oración para que Dios se manifieste. Porque una cosa es evidente: sus plegarias conmovieron los Cielos. “Cuánto habían agradado las oraciones de María en la presencia del Altísimo, lo indica el ángel saludándola con tanta reverencia”, 3 afirma el Doctor Melífluo.
En una de sus meditaciones sobre la vida de Cristo, San Buenaventura nos presenta a la joven María levantándose a medianoche en el Templo para hacer siete súplicas ante el altar y rezando de este modo: “Le pedía que me concediese ver el tiempo en que había de nacer aquella Santísima Virgen que había de dar a luz al Hijo de Dios, y que me conservase los ojos para poderla ver, mi lengua para poderla alabar, mis manos para poderla servir, mis pies para poder ir a sus mandados, y mis rodillas para poder adorar al Hijo de Dios en su regazo”.4
Su humildad le impedía concluir quién habría de ser esa dama a la que deseaba ardientemente servir, pero al poseer ciencia infusa y recibir gracias tras gracias, fue hilvanando pensamientos hasta concebir en su espíritu, con total nitidez, la figura moral del Mesías prometido. María “concibió a Cristo en su mente antes de concebirlo en su vientre”, afirma San Agustín.5
Cuando vio que se iluminaba su aposento con una luz sobrenatural y se le aparecía el arcángel San Gabriel, María no dio la menor muestra de susto. Según varios autores, entre ellos San Pedro Crisólogo y San Buenaventura, estaba “acostumbrada a las apariciones angélicas, que no podían dejar de ser frecuentes para Aquella que Dios había colmado con tantas gracias, que reservaba a tan altos destinos, y que los ángeles reverenciaban como su reina y la misma Madre de Dios”.6 Podemos conjeturar incluso que San Gabriel no era un desconocido para Ella.
La gracia crecía en Ella a cada instante
28b… dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.
La expresión usada por el ángel para saludarla tiene un sentido muy profundo en el que vale la pena detenerse. Cristo nuestro Señor, Salvador de la humanidad, es la única criatura que posee la plenitud absoluta de la gracia. La tuvo desde el principio, sin ninguna posibilidad de aumento. Y cuando el Evangelio afirma que Jesús “iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 52), se refiere a las manifestaciones exteriores de su santidad. “Pero interiormente el tesoro de los dones celestiales, que lo hacían agradable a Dios, era tan perfecto que no podía crecer de ninguna manera”.7
No ocurría lo mismo con la Virgen María. A lo largo de toda su vida, su progreso espiritual fue incesante, ora debido a los méritos sobrenaturales obtenidos por la práctica de innumerables buenas obras, ora como fruto de su oración humilde, confiada y perseverante, ora, al final de su existencia, por efecto del sacramento de la Eucaristía. Por no hablar de los incrementos de la gracia, de incalculables proporciones, experimentados por su alma en el momento de la Encarnación del Verbo, a los pies de la Cruz y con ocasión de Pentecostés.8
Por lo tanto, no hubo un instante en el que no tuviese más gracia que en el anterior, como bien lo explica Campana: “En todos los momentos de su vida, María fue penetrada enteramente por los rayos divinos de la gracia; a cada minuto de su existencia, su voluntad fue dócil para rendirle a Dios homenaje y gloria; todos los latidos del corazón de María fueron siempre para Dios. […] Esta ascensión de María hacia el ideal de santidad era continua, uniforme, sin sacudidas, sin interrupción”.9
Así, cuando el ángel la proclama “llena de gracia”, indica que su alma está participando de la vida divina en el más alto grado posible en aquel instante; pero un minuto después esa plenitud ya sería mayor.
Y concluye el mismo Campana: “María progresaba en gracia porque constantemente nuevas capacidades de gracia se desarrollaban en Ella, las cuales eran enseguida rellenadas. Precisamente, en esto consiste la diferencia característica entre la plenitud de la santidad de María y la de Jesucristo”. 10
Plenitud de superabundancia
Con base en el Doctor Angélico, Garrigou- Lagrange distingue tres plenitudes de gracia: absoluta, exclusiva de Cristo; de superabundancia, privilegio especial de María; y de suficiencia , común a todos los santos.11 Y explica el insigne teólogo dominicano: “Estas tres plenitudes subordinadas han sido comparadas justamente a la de una fuente inagotable, a la del río que de ella procede, y a la de los canales alimentados por ese río para irrigar y fertilizar las regiones que atraviesa, es decir, las diversas partes de la Iglesia universal en el espacio y en el tiempo”.12
Así, desde el momento de su creación, María Santísima participó en la vida divina más que todos los ángeles y santos juntos. A tal punto, que si distribuyese todas las gracias de las que cada uno de ellos tuviese necesidad, no le faltaría nada, pues “ese río de gracia remonta, bajo la forma de méritos, de oraciones y de sacrificios, hacia Dios, océano de paz”.13
La plenitud de la gracia de María, afirma San Lorenzo de Brindisi, “es sólo comprensible para Dios, que sólo Dios abarca el abismo inmenso y el piélago casi infinito de esta gracia”.14
Causa de la perturbación de María
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Detalle de “La Anunciación”, por Fra Angélico. Museo Diocesano, Cortona (Italia) |
29 Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.
La reacción de la Virgen María demuestra la profundidad de su espíritu. Dotada de ciencia infusa, entendió perfectamente el alcance de la altísima afirmación del ángel, considerando no sólo el significado inmediato de aquellas palabras, sino también sus consecuencias y correlaciones con el panorama de la Historia.
Con todo, siendo llena de gracia, uno de sus predicados era la humildad más excelsa. En nada preocupada de sí misma, todos sus pensamientos se volvían hacia Dios y la salvación de la humanidad: ¿Cuándo vendrá el Mesías? ¿Cuándo tendrá lugar la Redención?
La presencia de San Gabriel no le causó ninguna perturbación. Sin embargo, el saludo le dejó un interrogante, pues no podía imaginar que aquellas palabras le pudiesen ser aplicadas a Ella. Como lo aclara Santo Tomás: “La Santísima Virgen tenía fe expresa en la futura Encarnación; pero, siendo humilde, no pensaba en miste rios tan sublimes respecto de sí misma. Y por eso tenía que ser instruida acerca de ello”.15
Miedo de manchar una humildad purificada
30 El ángel le dijo: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios”.
Aunque sin mancha de pecado original, la Virgen María fue creada en estado de prueba y percibía con toda claridad la necesidad de la vigilancia. Temía aplicar a sí las palabras del ángel y, cediendo un poco al orgullo, acabar por ofender a Dios.
“No temas, María” significaba: “No te preocupes, porque tu humildad no será tocada en nada”. Con estas palabras, San Gabriel le exhorta a que tenga confianza de que jamás saldrá del camino recto. No por razón de sus méritos. No le dice: “No tengas miedo porque eres fuerte”, sino “porque encontraste gracia ante Dios”.
¿Y por qué encontró gracia ante Dios? La respuesta nos la da San Bernardo: “Con que si María no fuera humilde, no reposara sobre Ella el Espíritu Santo; y, si no reposara sobre Ella, no concibiera por virtud de Él. Porque ¿cómo pudiera concebir de Él sin Él? Es claro, pues, que para que de Él hubiese de concebir, como Ella dice: ‘Miró el Señor a la humildad de su sierva’ (Lc 1, 48) mucho más que a la virginidad; y, aunque por la virginidad agradó a Dios, con todo eso, concibió por la humildad”.16
Y nosotros, ¿también procedemos así? ¿Tenemos cuidado con la vanidad, como lo hizo la Virgen María en esa circunstancia? ¿Somos conscientes de que un pensamiento de orgullo consentido puede ser el punto de partida de una seria decadencia en la vida espiritual? ¿O aceptamos con deleite cualquier elogio, real o imaginario, que nos hacen?
El acto de virtud que Lucifer y los ángeles malos no practicaron en el Cielo, ni Adán y Eva en el paraíso terrenal, María Santísima lo hizo de la manera más perfecta posible. ¡Qué ejemplo sublime nos da a nosotros, preocupados tantas veces en conseguir honores debidos o indebidos!
“Se llamará Hijo del Altísimo”
31 “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 32 Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; 33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”.
En estos tres versículos, el ángel destaca las extraordinarias características de Aquel que la Virgen habría de concebir. Estaban en perfecta armonía con la Sagrada Escritura, la cual María conocía como nadie, y con la rica imagen del Mesías que había formado en su espíritu a lo largo de los años.
Imaginemos cuál sería la reacción de una joven recién casada de aquel tiempo que recibe de un ángel la noticia de que su hijo sería grande tanto en el orden sobrenatural: “se llamará Hijo del Altísimo”, como en el natural: “el Señor Dios le dará el trono de David, su padre”. Imposible pensar algo más elevado. María, no obstante, reacciona ante la comunicación del ángel dando nuevas muestras de humildad heroica. San Gabriel le anuncia que será la Madre del más importante de los hijos de Israel: del propio Mesías. Y Ella lo oye tranquila y serena, porque sus preocupaciones estaban bastante lejos de la gloria personal.
Perplejidad ante el anuncio
34 Y María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”
Aquí resplandece la fe del todo infrecuente de la Virgen María, ante el anuncio hecho por el ángel. Cuando le oye decir “concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo”, reconoce que de hecho se trata de un mensaje divino, y no pone ningún obstáculo a su realización. Sin embargo, entre las gracias de las que estaba llena, relucía un insuperable amor a la virtud de la castidad. Desposada con San José, acordaron mantenerse vírgenes para toda la vida.17 Y es en este sentido que se debe entender la expresión “no conozco varón”. Podemos suponer que habrían tenido largas conversaciones al respecto, llegando a la conclusión de que el voto de castidad hecho por ambos era claramente inspirado por Dios. Incluso con esa convicción bien arraigada en el alma, Ella no dudó de las palabras de San Gabriel. Tan sólo le presentaba su perplejidad, con vistas a conocer más a fondo cómo habría de concretarse el designio divino.
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Detalle del friso de “La Anunciación”, por Fra Angélico – Museo Diocesano, Cortona (Italia). |
El origen enteramente sobrenatural del Verbo Encarnado
35 El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. 36 También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, 37 porque para Dios no hay nada imposible”
¿Quién sino Dios, su Creador, conocía el amor extraordinario de la Virgen María a la virtud de la pureza? Por eso Él, que es la Delicadeza en esencia, tuvo el cuidado de enviar al celestial mensajero para que resolviera con extraordinaria elevación y reverencia su santa perplejidad. Al conocer por instrucción divina el problema que la maternidad divina levantaba en Ella, el ángel le muestra que, así como le había concedido a su prima Isabel concebir un hijo en la vejez, la omnipotencia divina podría hacer que concibiera sin el concurso de un varón. Y Ella, resplandeciente de sabiduría e inteligencia, entiende en toda su profundidad las explicaciones del ángel y enseguida las acepta.
El origen enteramente sobrenatural del Verbo Encarnado fue revelado en aquel momento. ¡Qué consideraciones no habrá hecho María cuando conoció el alcance de ese acontecimiento!
María engendró en el tiempo a la misma Persona engendrada por el Padre en la Eternidad
38 María contestó: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel se retiró.
La esclavitud es el estado más deplorable para una criatura humana. Por el Derecho Romano, quien caía en esa situación era considerado una cosa, res , y perdía todos los derechos propios a la persona humana. Y cuando la Virgen María dijo: “He aquí la esclava del Señor”, lo hizo con total conciencia, poniéndose por completo en las manos de Dios, con absoluta confianza en su liberalidad.
A partir de ese acto de radical aceptación, todo hecho de humildad y de fe, se obró inmediatamente después la concepción del Verbo Encarnado en su seno virginal.
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Detalle de “La Anunciación”, por Fra Angélico. Museo Diocesano, Cortona (Italia) |
Consideremos ahora un aspecto particularmente conmovedor de ese fiat. El Verbo de Dios fue engendrado por el Padre desde toda la eternidad. Conociéndose a sí mismo, engendró un Hijo eterno sin concurso de madre alguna, de una forma misteriosa que nuestra inteligencia no consigue comprender.
Ahora bien, después del consentimiento de la Virgen María —“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”—, el Espíritu Santo inició en Ella el proceso de gestación del Verbo Encarnado. Se convirtió en Madre sin concurso de padre natural.
Hay, pues, entre el Padre Eterno y María Santísima un paralelo de impresionante grandeza: al considerar sus propias magnificencias, Éste engendra al Hijo en la eternidad; y María, poniendo en las manos de Dios su propia contingencia, engendra al Hijo de Dios en el tiempo.
Por ser la más humilde de todas las criaturas, la Virgen María reproduce de alguna manera la generación del Verbo en la eternidad, al dar origen en la Tierra a la naturaleza humana de Jesús.
El Padre creó todas las cosas en el Verbo y por el Verbo; por la Encarnación, María permitirá a su Hijo ofrecerse en sacrificio al Padre para la recuperación de todas las cosas degradadas por el pecado. 18
El grandioso plan de la Encarnación y de la Redención del género humano estuvo en la dependencia de este fiat de María, porque si, por una hipótesis absurda, no hubiera aceptado, no habría Redención.
III – La fiesta de la armonía en el universo
Como hemos visto al principio de este artículo, Dios escogió, entre infinitas posibilidades, crear el mejor de los universos, en el que todo se ajusta en función de Jesucristo, nuestro Señor. Porque si Él hubiese creado todos los seres en su grado máximo de perfección surgiría, paradójicamente, una tremenda deficiencia, mayor que cualquier otra que podamos concebir: la de que el Verbo Encarnado no podría ofrecer nada de sí mismo para hacer más elevada la Creación. Debemos, por tanto, alegrarnos con nuestras limitaciones y, en cierto sentido, incluso con nuestros pecados, pues permiten que Jesucristo ejerza la misericordia, derramando sobre nosotros, por medio de María Santísima, lo que en Él existe en plenitud absoluta.
Sin embargo, la fecundidad de la Preciosísima Sangre de Jesús es tal que, al reparar y perdonar, no sólo nos restaura lo que hemos perdido, sino que nos trae un complemento, dándonos aún más de lo que anteriormente poseíamos. De este modo podemos alcanzar, por la gracia divina, aquello que los seres más perfectos, si fueran creados, tendrían por naturaleza.
Ahora bien, fue la Virgen María, con su disponibilidad y obediencia, la que introdujo en el centro de la obra divina a la Criatura cumbre y modelo arquetípico de todo lo que existe, del que todo fluye. Por eso, la Solemnidad de la Anunciación del Señor celebra la restauración de la armonía en el universo. Es la conmemoración del día en que la Creación se iluminó con un brillo divino, por los méritos de María Santísima.
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