La Iglesia universal se prepara para celebrar la Fiesta de la Divina Misericordia en el Segundo Domingo de Pascua, según lo dispuesto por San Juan Pablo II en el año 2000, con ocasión de la canonización de Santa Faustina Kowalska. La Santa recibió numerosas revelaciones particulares sobre la Misericordia Divina y la liturgia de este día hace referencia al camino de misericordia por el cual Dios ha guiado la historia humana.
La Misericordia Divina, tabla de salvación
El Hijo de Dios nos puso a la derecha del Padre
Todos los acontecimientos son permitidos por Dios, aunque no hayan salido siempre de su expresa voluntad.
En muchas ocasiones el Creador se sirve de las circunstancias producidas por la maldad de las criaturas para, de ahí, sacar un bien mayor, en el que refulge de modo espléndido el poder de su misericordia.
A lo largo de la Historia observamos esta constante: a las faltas cometidas responde Dios con excesos de clemencia; a los grandes desastres provocados por la infidelidad de algunos, se suceden restauraciones cuya belleza excede a la del plan anterior; invariablemente los designios de Dios se cumplen, sin que su gloria sea manchada o disminuida.
Éste es el caso del pecado del primer hombre en el Paraíso, cuyos estigmas acarreamos todos, y que trajo como consecuencia la privación de la gracia y del Cielo, para él y para su descendencia. Y, ¿cuál ha sido la respuesta divina? Elevó a la naturaleza humana decaída a una altura inimaginable cuando envió a su Unigénito, quien, » después de habernos purificado de nuestros pecados, está sentado a la diestra de la Majestad en lo más alto de los cielos» (Hb 1, 3b), conforme le había sido dicho: «Siéntate a mi derecha» (Sl 109, 1).
Al respecto San León Magno afirma en uno de sus sermones sobre la Ascensión: «Y, en verdad, grande e inefable motivo de júbilo era, en la presencia de una santa multitud, elevarse una naturaleza humana por encima de la dignidad de todas las criaturas celestes, sobrepasar a las órdenes angélicas y subir más alto que los arcángeles, y ni siquiera así alcanzar el término de su ascensión a no ser cuando, sentada junto al eterno Padre, fuese asociada al trono de gloria de Aquél a cuya naturaleza estaba unida al Hijo. […] Hoy no sólo hemos sido ratificados como poseedores del Paraíso, sino que penetramos con Cristo en lo más alto de los Cielos, habiendo obtenido, por la inefable gracia de Cristo, mucho más de lo que perdiéramos por envidia del diablo. Aquellos que el virulento enemigo expulsó de la felicidad del habitáculo primitivo, el Hijo de Dios, les ha incorporado a Sí, poniéndoles a la derecha del Padre.» .8
Este es el sentido más profundo de las palabras que la Liturgia canta en la Vigilia Pascual, al celebrar la resurrección del Señor: «¡Pecado de Adán ciertamente necesario, que fue borrado con la sangre de Cristo! ¡Oh feliz culpa que nos mereció tan noble y tan grande Redentor!» 9 Frase desconcertante a primera vista, pero cuya realidad no se puede objetar, y que se conjuga admirablemente con la afirmación de San Pablo: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5, 20b).
No obstante, el Padre no se limitó a enviar, en la plenitud de los tiempos, a su Hijo amado para rescatar a los hombres de la vil esclavitud del pecado. «Después de la muerte de Jesucristo -afirma el P. Garrigou-Lagrange- bastaría que nuestras almas fuesen vivificadas y conservadas por gracias interiores, pero la divina Misericordia nos ha dado la Eucaristía.
En el día de Pentecostés, renovado para todos por el Sacramento de la Confirmación, el Espíritu Santo vino a habitar en nosotros. Tras nuestras reiteradas caídas personales, encontramos la absolución, siempre que nuestra alma desee sinceramente volverse hacia Dios. Toda la Religión Cristiana es la historia de las misericordias del Señor» . 10
Y aún, en los postreros instantes de su Pasión, intentando disipar el menor temor con relación a su ex celsa majestad, quiso el Redentor entregarles a todos los hombres, representados allí en la persona del Apóstol Juan, a una Madre que intercediese por ellos en sus necesidades, como otrora suplicara a favor de los novios de las bodas de Caná: «No tienen vino» (Jn 2, 3b). ¿Qué legado más precioso nos podría haber dado que el de dejarnos a María, Aquella que escogiera desde toda la eternidad para ser su Madre?
«Deseo salvar a todas las almas»
Con el transcurrir de los siglos, el Señor no ha dejado de prodigar manifestaciones de su misericordia. Sería demasiado extenso enumerarlas.
Fueron mensajes con los cuales la Providencia Divina quiso llamar al mundo a la conversión, intentando tocar los corazones por medio de la ternura de un Dios ebrio de amor por sus criaturas.
Pensemos, por ejemplo, en las apariciones de Jesús a Santa Margarita María Alacoque en el siglo XVII, en las que le pedía propagase la devoción a su Sagradao Corazón.
Mucho más cercano a nosotros, en la primera mitad del siglo pasado, Santa María Faustina Kowalska recibía de los labios de Jesús el llamamiento que llevó al Papa Juan Pablo II a instituir la fiesta de la Divina Misericordia, el primer domingo después de la Pascua, de acuerdo con el deseo expresado por el propio Señor.
Le decía en febrero de 1937: «Las almas se pierden, a pesar de mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, o sea, la Fiesta de mi Misericordia. Si no adorasen mi misericordia, morirán para siempre. Secretaria de mi misericordia, escribe, háblale a las almas de esta gran misericordia, pues está cerca el día terrible, el día de mi justicia» . 11
En otra ocasión el Divino Mensajero le revelaba claramente su especial predilección por los más miserables: «Hija mía, escribe que, mientras más grande es la miseria de un alma, tanto mayor es el derecho que tiene mi misericordia e [invita] a todas las almas a confiar en el inconcebible abismo de mi misericordia, pues deseo salvarlas a todas» . 12
En estas conmovedoras palabras discernimos el anhelo que Jesús tiene de liberar a las almas de sus flaquezas y pecados. Todos somos como ese hijo enfermo que atrae sobre sí mismo las atenciones de sus padres, que conocen sus necesidades y desean aliviarle del mal que padece; o esa oveja extraviada, que por amor a ella el pastor no duda en dejar a las otras noventa y nueve en el monte para ir en su búsqueda (cf. Mt 18, 12).
Pongamos, por lo tanto, toda nuestra confianza en el divino Médico y aprovechemos los eficaces remedios que Él nos ofrece.
Por la Hna. Mariana Morazzani Arráiz, EP
(Tomado de la Rev. Heraldos del Evangelio, Abril-2009) ___
8 Sermo 1 de Ascensione, 4. In: LEÃO MAGNO. Sermones. Trad. Sérgio José Schirato e outros. 2. ed. São Paulo: Paulus, 2005, p. 171. 9 Monición de la Páscua – Vigilia Pascual. 10 GARRIGOU-LAGRANGE, Op. cit . , pp. 181-182. 11 KOWALSKA, María Faustina. Diario. La Divina Misericordia en mi alma. Trad. Eva Bylicka. Granada: Levántate, 2003, p. 377. 12 KOWALSKA, Op. cit . , p. 429.
El origen de la celebración
Con motivo de esta importante fiesta, el redactor norteamericano Jimmy Akin elaboró para el informativo National Catholic Register un listado de datos que todo católico debería conocer sobre el Domingo de la Divina Misericordia y la devoción que inspira esta celebración.
«Es importante que aceptemos el mensaje completo que nos llega en este Segundo Domingo de Pascua», manifestó San Papa Juan Pablo II, citado por Akin, «que desde ahora en toda la Iglesia será llamado «Domingo de la Divina Misericordia». Según el Pontífice, la fiesta recuerda el camino de misericordia que reconcilia al hombre con Dios y crea nuevas relaciones de fraternidad entre los seres humanos.
El redactor también citó al Papa emérito Benedicto XVI, quien siendo entonces Cardenal y Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, había explicado que ciertas revelaciones privadas sí pueden inspirar celebraciones litúrgicas. «Podemos añadir que las revelaciones privadas a menudo surgen de la piedad popular y dejan su huella en ella, dándole un nuevo impulso y abriendo camino a nuevas formas», expresó en su comentario teológico al Mensaje de Fátima. «Esto no excluye que ellas tengan efecto incluso en la liturgia, como lo vemos por ejemplo en las fiestas del Corpus Christi y del Sagrado Corazón de Jesús».
La Indulgencia Plenaria
«Para hacer que los fieles vivan con intensa piedad esta celebración,», manifestó un Decreto de la Penitenciaría Apostólica publicado en junio de 2002, «el mismo Sumo Pontífice ha establecido que el citado domingo se enriquezca con la indulgencia plenaria». La invitación de la Iglesia es, según el documento, recibir el consuelo del Espíritu Santo, cultivar la caridad y, habiendo obtenido el perdón de los pecados, perdonar generosamente a los hermanos.
Akin recordó que las condiciones de la indulgencia incluyen la Confesión sacramental, la Comunión Eucarística y la oración por el Santo Padre, además de unirse en las oraciones en honor de la Divina Misericordia, con un espíritu desapegado de afecto a cualquier pecado, incluso venial. Esta indulgencia también se obtiene si se ora frente al Santísimo Sacramento, expuesto o reservado, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una oración devota a Jesús Misericordioso.
La fiesta está íntimamente ligada al sacramento de la Confesión, y la lectura del Evangelio de San Juan recuerda el momento en que Jesús, después de la Resurrección, confiere a sus discípulos el poder de perdonar o retener los pecados.
La devoción a la Divina Misericordia
La devoción popular a la Divina Misericordia venera una imagen de Jesús basada en la descripción de una visión de Santa Faustina Kowalska acaecida en 1931. En la representación, Cristo se muestra con su mano derecha en alto en actitud de bendecir, mientras su mano izquierda señala su pecho, de donde salen dos rayos de luz: uno rojo y otro blanco. La luz de color rojo simboliza la Sangre de Jesús, mientras que la blanca simboliza el agua, que limpia y justifica las almas.
La práctica más característica de esta devoción es la Coronilla de la Divina Misericordia, que se reza normalmente a las tres de la tarde (hora de la muerte de Jesús en la Cruz) y que utiliza las cuentas del rosario para repetir las oraciones jaculatorias propias de la devoción.
Estas son las gracias que se obtienen el Domingo de la Misericordia
«Es importante que acojamos íntegramente el mensaje que nos transmite la palabra de Dios en este segundo domingo de Pascua, que a partir de ahora en toda la Iglesia se designará con el nombre de ‘domingo de la Misericordia divina’ (…) Cristo nos enseñó que ‘el hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a usar misericordia’ con los demás: ‘Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia’ Y nos señaló, además, los múltiples caminos de la misericordia, que no sólo perdona los pecados, sino que también sale al encuentro de todas las necesidades de los hombres. Jesús se inclinó sobre todas las miserias humanas, tanto materiales como espirituales», dijo el Papa Polaco el 30 de abril del año 2000, segundo domingo de Pascua y fecha de la canonización de Santa Faustina Kowalska, «Apóstol de la Misericordia».
Varias son las gracias que se obtienen en el Día de la Misericordia y mediante la devoción al a Misericordia Divina, tal como lo aseguró Nuestro Señor a sor Faustina, como ella lo relata en su Diario: «Con esta imagen colmaré a las almas con muchas gracias. Por eso quiero que cada alma tenga acceso a ella».
La imagen, que fue revelada por Nuestro Señor a la santa polaca, muestra dos rayos que manan del Corazón de Jesús: «El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la sangre que es la vida de las almas (…) Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos», cuenta Faustina en su Diario.
En una revelación, ocurrida en febrero de 1931, Jesús dijo a la santa: «Quiero que esta imagen (…) sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia».
Dijo también Nuestro Señor, según relata Sor Faustina: «Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores».
Añade luego: «Las almas mueren a pesar de Mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de Mi Misericordia. Si no adoran Mi misericordia morirán para siempre».
Cristo también reveló a Sor Faustina: «Quien se acerque ese día a la Fuente de Vida recibirá el perdón total de las culpas y de las penas (…) Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre aquellas almas que se acerquen al manantial de Mi Misericordia (…) que ningún alma tenga miedo de acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata».
«No encontrará alma ninguna justificación hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia, y por eso el primer domingo después de la Pascua ha de ser la Fiesta de la Misericordia. Ese día los sacerdotes deben hablar a las almas sobre Mi misericordia infinita», explicó Nuestro Señor.
Jesucristo también confió a Sor Faustina la devoción a la Coronilla de la Divina Misericordia, dando varias promesas a quien rece con frecuencia esta oración. Ellas son:
A través de la Coronilla se obtendrá todo lo que se pide, si ello está de acuerdo con la voluntad de Dios.
Quien ore con ella obtendrá gran misericordia, sobre todo en la hora de la muerte, y los sacerdotes la recomendarán a los pecadores como última tabla de salvación. Como lo dice el mismo Jesús: «Defenderé como Mi propia Gloria a cada alma que rece esta Coronilla en la hora de la muerte, o cuando los demás la recen junto al agonizante, quienes obtendrán el mismo perdón».
Hasta el más pecador de los pecadores que rece la Coronilla una sola vez recibirá la gracia de la Misericordia infinita.
Coronilla de la Divina Misericordia
Acompañemos a Jesús con la oración de la coronilla de la Divina Misericordia.
(Para rezar con las cuentas del Rosario)
Inicio:
• Padre Nuestro.. Ave María…Credo…
Al comienzo de cada decena:
• Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el alma y la Divinidad de tu amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero. (1 vez)
En cada cuenta de la decena:
• Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. ( 10 veces )
Al terminar cada decena:
• Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero.(3 veces)
Al final de la Coronilla:
Oh Sangre y Agua que brotó del Corazón de Jesús, como una fuente de misericordia para nosotros, en Ti confío.Oración de Consagración al Señor de la Divina Misericordia
¡Oh Misericordiosísimo Jesús! Tu bondad es infinita y los tesoros de tus gracias inagotables. Yo confío enteramente en tu Misericordia que supera todas Tus obras. Yo me consagro enteramente a Ti para vivir bajo los rayos de tu gracia y amor que brotaron de Tu Santísimo Corazón en la Cruz. Yo deseo propagar Tu Misericordia por medio de obras espirituales y corporales de la Misericordia, especialmente convirtiendo a los pecadores, consolando a los pobres, afligidos y enfermos, ayudándolos. Pero Tú me vas a proteger como Tu propiedad y Tu gloria, pues yo temo todo de mi debilidad y espero todo de Tu gran Misericordia. Que toda la humanidad conozca el abismo incomprensible de Tu Gran Misericordia, y ponga toda su esperanza en ella y la alabe por toda la Eternidad. Amén.
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