Libro de los Hechos de los Apóstoles 12,24-25.13,1-5a.
Había en la comunidad cristiana de Antioquía algunos profetas y maestros, como Bernabé, Simón (apodado el «Negro»), Lucio el de Cirene, Manahén (que se crió junto con el tetrarca Herodes) y Saulo.
Un día estaban ellos ayunando y dando culto al Señor, y el Espíritu Santo les dijo. «Resérvenme a Saulo y a Bernabé para la misión que les tengo destinada». Todos volvieron a ayunar y a orar; después les impusieron las manos y los despidieron. Así, enviados por el Espíritu Santo, Saulo y Bernabé fueron a Seleucia y zarparon para Chipre. Al llegar a Salamina, anunciaron la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos.
Salmo 67(66),2-3.5.6.8.
haga brillar su rostro sobre nosotros,
para que en la tierra se reconozca su dominio,
y su victoria entre las naciones.
Que canten de alegría las naciones,
porque gobiernas a los pueblos con justicia
y guías a las naciones de la tierra.
¡Que los pueblos te den gracias, Señor,
que todos los pueblos te den gracias!
Que Dios nos bendiga,
y lo teman todos los confines de la tierra.
Evangelio según San Juan 12,44-50.
En aquel tiempo, exclamó Jesús con fuerte voz: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; el que me ve a mí ve a aquel que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, para que el que crea en mí no siga en tinieblas.
Si alguno oye mis palabras y no las pone en práctica, yo no lo voy a condenar; porque no he venido al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo.
El que me rechaza y no acepta mis palabras, tiene ya quien lo condene: las palabras que yo he hablado lo condenarán en el último día. Porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que mi Padre, que me envió, me ha mandado lo que tengo que decir y hablar. Y yo sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que hablo, lo digo como el Padre me lo ha dicho».