Ya vivíamos -antes de la pandemia- una época difícil, a bien decir, la más difícil de todas las épocas. Los acontecimientos nos fueron mostrando, cada vez más, que el mundo ha ido perdiendo toda y cualquier referencia para el bien al alejarse de Dios.
No hay quien no reflexione, en los momentos que recorre el mundo actual, sobre cómo será “el día después”; tanto en el orden civil – dentro de las variadas características de las sociedades en que viven los hombres de este Siglo XXI – como dentro de la Santa Iglesia Católica.
Aquellos que tienen un mínimo de discernimiento, asistiendo a los acontecimientos humanos, tienen claro que lo que vendrá es consecuencia de un proceso que viene de lejos.
Expresivas ilustraciones comparativas me llegaron sobre los cambios de mentalidad, cultura, formas de vivir y de vestir que ha sufrido la sociedad en un siglo.
Una de ellas muestra una niña, con delantal planchado y ordenado, ofreciendo un ramo de flores a su maestra ubicada en su escritorio, teniendo a su lado la tradicional pizarra de las escuelas; en contraste, un niño vestido de cualquier forma, amenazando con un arma a su maestra, ataviada diferente a la anterior, con un computador en su mesa de trabajo.
Otra, ¡qué tiempos!, un niño remontando una piscucha o cometa y, a su lado, con fecha de 20 años después, otro dirigiendo un … drone. Y así van corriendo las viñetas.
Especialmente decidora es la de una madre que arrastra de la oreja a su hijo hacia la casa, pues … estaba jugando fútbol. En la otra ilustración…la madre sacando de la oreja al hijo fuera, a la calle, celular en mano, para que juegue.
¡Cuántas diferencias con el vivir de antaño! Se siente que las transformaciones se han acelerado en este período de pandemia. La salud, la educación, el trabajo, la vida de familia, las diversiones, la rutina diaria de las personas ha sido quebrada. La cuarentena nos dejó llenos de problemas. Una verdadera pesadilla lastima hoy a los hogares, produciendo tensión y abatimiento. Por eso, surge la crucial pregunta: ¿nada será igual?
El mundo ha ido cambiando de forma tal que las personas sensatas quedan asustadas. Se ha pasado de una relativa tranquilidad en la vida familiar, trabajo o relaciones sociales, repentinamente, a una situación de incertidumbre, de no saber qué va a pasar. Todo va tomando peculiaridades que salen del contexto de la pandemia.
Por un lado, comprenden el riesgo del contagio, se previenen, siguen las normas. Por otro, sufren el golpe económico que los acercó más a la pobreza, a la falta de trabajo, a un futuro incierto. Según el llamado “barómetro covid-19” de Kantar (compañía líder mundial de datos y consultoría), casi el 90 % de los latinoamericanos perdieron parte de sus ingresos.
Para aumentar las preocupaciones, comienzan convulsiones en diversos países que uno no sabe a qué situación de caos podrán llegar. Ya sienten algunos, y muchos están convencidos, que nada será igual, el mundo no será el mismo.
Salen a luz – pues ya existían anteriormente en la “sombra” – corrientes de opinión que proponen una reconstrucción económica y social sostenible y nueva tras la pandemia, pero que esconden un fondo ideológico, proponen el “gran reinicio”. Quieren construir sobre cimientos totalmente nuevos, comenzando por los sistemas económico-sociales, entre otros.
Al respecto de esta especie de “refundación del mundo”, alertó el Cardenal Gerhard Müller, ex Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, diciendo que utilizan la crisis provocada por la pandemia como excusa para una remodelación fundamental de la forma en que los seres humanos convivimos en esta tierra. Proponen una nueva imagen de la humanidad, que omite a Dios en el plan del hombre, desconsiderando que: “solo la gracia de Dios puede redimirnos y darnos la libertad y gloria de los hijos de Dios” (8.2.2021). Impensable es proponer un “hombre nuevo” y un “mundo nuevo” sin considerar a Dios.
Ya vivíamos -antes de la pandemia- una época difícil, a bien decir la más difícil de todas las épocas. Los hechos nos fueron mostrando, cada vez más, que el mundo ha ido perdiendo toda y cualquier referencia para el bien al alejarse de Dios. Se ha perdido el buen ejemplo que arrastre a los hombres hacia la virtud. Incluso – espántese lector – muchas veces, aquellos que deberían ser un baluarte de la ortodoxia en la fe, se dejaron arrastrar y dan mal ejemplo.
Todo esto nos trae a la memoria las palabras proferidas por Nuestra Señora en Fátima a los tres pastorcitos en 1917: “si no dejan de ofender a Dios”, a lo que siguieron otras expresivas: “va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre”.
¿Hasta cuándo Dios seguirá permitiendo una situación como la que presenciamos?
Llama poderosamente la atención – en este panorama – que en una parte de su Mensaje afirmó: “Volveré aún una séptima vez”, cosa que no ha ocurrido aún. Llenos de esperanza podemos decir que caminamos para la que se podrá llamar de mayor manifestación de amor de Dios para con los hombres de toda la Historia.
Pero nos preguntamos: cuando Ella vuelva, ¿cómo nos encontrará? ¿Seguirán los hombres descontrolados y sumergidos en la inmoralidad? Queda cada vez más claro, que el mundo se encuentra así por haber despreciado los consejos maternales de la Santísima Virgen.
Creemos que la humanidad confundida y aturdida buscará a la Iglesia verdadera, la Santa Iglesia Católica, en medio de tenebrosa noche, cuando las aguas de los acontecimientos previstos en Fátima toquen a sus pies. Serán los “cielos nuevos y una tierra nueva”, parafraseando al profeta Isaías (65, 17-19), un nuevo estado de cosas, alejado de las angustias físicas y morales. “Reinicio” auténticamente cristiano, lleno de la presencia de Dios entre los hombres, que presentarán, no pocos, su arrepentimiento, ante los contratiempos del momento, rumbo al triunfo del Inmaculado Corazón de María.
- Fernando Gioia, EP
Heraldos del Evangelio