Dios ha establecido misteriosas y admirables relaciones entre ciertas formas, colores, sonidos, perfumes, sabores y, por otro lado, ciertos estados de alma. Así, el solemne repique de campanas tiene el don de elevar el pensamiento a lo sobrenatural. El perfume del incienso nos pone en estado de oración. Y conjugando varios de estos elementos es posible crear ambientes que pongan barreras a nuestras pasiones desordenadas y predispongan el espíritu a desear el Cielo.
Por ello, desde los tiempos más remotos la Iglesia también ha recurrido a las artes, especialmente a la arquitectura y a la música, con la intención de conducir a las almas a la consideración de las cosas celestiales. Por medio de ellas podemos crear ambientes que favorezcan la práctica de la virtud y promuevan nuestra santificación. ¿No será este uno de los medios más eficaces, y quizá de los menos utilizados, para evangelizar a los hombres de hoy?