Memoria

Juana Fernández de Solar vino al mundo en Santiago de Chile el 13 de julio de 1900. Desde su adolescencia se sintió atraída irresistiblemente por Cristo. El 7 de mayo de 1919 ingresó en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de «los Andes» con el nombre de Teresa de Jesús. Entregó su alma a Dios el 12 de abril del año siguiente, después de hacer su profesión religiosa. Fue beatificada por Juan Pablo II en Santiago de Chile el 3 de abril de 1987 y canonizada en Roma, el 21 de marzo de 1993. Propuesta como modelo a los jóvenes, es la primera flor de santidad de la nación chilena y del Carmelo Teresiano de América Latina.

Oficio de Lectura

Segunda Lectura
De los escritos espirituales de Santa Teresa de Jesús (Diario y cartas, Los Andes, 1983, 373, 359, 376)

Sólo Jesús es hermoso


Sólo Jesús es hermoso. El sólo puede hacerme gozar. Lo llamo, lo lloro, lo busco dentro de mi alma. Quiero que Jesús me triture interiormente para ser hostia pura donde El pueda descansar. Quiero estar sedienta de amor para que otras almas posean ese amor. Que yo muera a las criaturas y a mí misma para que El viva en mí. 
¿Hay algo bueno, bello, verdadero que podamos concebir que en Jesús no esté? Sabiduría, para la cual no hay nada secreto; poder, para el cual nada existe imposible; justicia, que lo hace encarnarse para satisfacer por el pecado; providencia, que siempre vela y sostiene; misericordia, que jamás deja de perdonar; bondad, que olvida las ofensas de sus criaturas; amor, que reune todas las ternuras de una madre, del hermano, del esposo y que haciendolo salir del abismo de su grandeza, lo liga estrechamente a sus criaturas; belleza que extasía…¿Qué otra cosa imaginas que no esté en este Hombre-Dios?


Temes acaso que el abismo de la grandeza de Dios y el de tu nada jamás podrán unirse? Existe en El el amor; y esta pasión lo hizo encarnarse para que viendo un Hombre-Dios, no temieran acercarse a Él. Esta pasión hízolo convertirse en pan, para poder asimilar y hacer desaparecer nuestra nada en su Ser infinito. Esta pasión le hizo dar su vida, muriendo muerte de cruz.


¿Temes acercarte a El? Míralo rodeado por los niños. Los acaricia, los estrecha contra su corazón. Míralo en medio de su rebaño fiel, cargando sobre sus hombros a la oveja infiel. Míralo sobre la tumba de Lázaro. Y oye lo que dice a Magdalena: Mucho se le ha perdonado porque ha amado mucho. ¿Qué descubres en estos rasgos del Evangelio, sino un corazón bueno, dulce, tierno, compasivo, un corazón, en fin, de un Dios?
Él es mi riqueza infinita, mi beatitud, mi cielo.

Responsorio

R. Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor; continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo. Habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús.
V. Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba me llama. Habiendo sido yo.

Oración

Dios misericordioso, alegría de los santos, que inflamaste el corazón juvenil de Santa Teresa con el fuego del amor virginal a Cristo y a su Iglesia, y la hiciste testigo gozoso de la caridad aun en medio de los sufrimientos; concédenos, por su intersesión, que, movidos por el Espíritu Santo, también nosotros, revestidos con su dulzura, proclamemos en el mundo, de palabra y de obra, el Evangelio de la caridad. Por nuestro Señor Jesucristo.

Juanita o Teresita

 

Juanita Fernández Solar y Teresa de los Andes son dos nombres de la misma persona.


Nacida en Santiago de Chile el 13 de julio de 1900, fue bautizada a los dos días con el nombre de Juana. Sus padres Miguel y Lucía, y los demás familiares y amistades la llamaban cariñosamente Juanita.


Desde que entró en el convento, siguiendo la costumbre tradicional, le cambiaron de nombre, llamándola Teresa de Jesús. Finalmente para distinguirla de Santa Teresa de Avila y de Santa Teresita de Lisieux, se la conoce ahora como Santa Teresa de los Andes.

Nace en una familia católica y aristocrática. “Jesús no quiso que yo naciera como Él, pobre. Y nací en medio de las riquezas, mimada por todos” – escribe en su diario.

Ella era siempre el centro de las atenciones donde estuviera, por su amabilidad, gracia y simpatía. Era alegre y comunicativa, pero también seria y de un temperamento enérgico.

Cuando se trataba de jugar, era la primera de todas, la más animada, la más activa. En la hacienda Chacabuco, de sus padres, andaba a caballo montada de lado como una gran dama. Era difícil superarla en los paseos a galope con sus hermanos y primos.

En las vacaciones, en el balneario de Algarrobo –en un ambiente de pudor y compostura hoy difícil de imaginar– era una atrevida nadadora. Jugaba tenis. Salía de caminata con sus amistades.

Pero sobre todo contemplaba. En carta a una amiga, escribía: “No te puedes imaginar paisajes más bonitos que los que veíamos… colinas cubiertas de árboles y al fondo una abertura por donde se veía el mar, sobre el cual se reflejaban nubes de diversos colores. Y por atrás, el sol ocultándose. No puedes imaginarte cosa más linda, que hace pensar en Dios, que creó la tierra tan hermosa. ¿Qué será el Cielo? – me pregunto muchas veces.”

Y a la Madre Priora del Carmelo que la iba a acoger, le contaba: “El mar, en su inmensidad, me hace pensar en Dios, en su infinita grandeza. Siento entonces una sed de infinito.” Estando ya en el Carmelo, y sabiendo que su madre iría de vacaciones de nuevo a la misma playa, le escribía: “Cada vez que usted mire el mar, ame a Dios por mí, mamita querida.”

Festejada por todos

Sus compañeras de estudio la describen como una joven amable, suave en el trato, de maneras muy finas, firme y constante en la acción. Entretenida, divertida de carácter y sin complicaciones. Muy bonita, con hermosos ojos azules, nariz bien perfilada, tez blanca, bastante alta. Todas la festejaban. Tenía una linda voz de contralto y siempre le pedían que cantara.

Durante las vacaciones en la hacienda, muy temprano se dirigía a la capilla para saludar al Señor Sacramentado. Durante las tardes, después del rosario en familia, le pedían también que tocara el armonio, lo que hacía para agrado de todos, pero sobre todo de Dios. Escribía muy bien, y en el colegio obtenía las mejores notas en literatura, historia, religión y filosofía. Sus compañeras siempre buscaban su compañía y la llamaban cariñosamente “mater admirabilis”.

Las gracias místicas iluminarían su vida entera

A los diez años la pequeña Juanita hizo su Primera Comunión. Desde entonces, como le reveló a su confesor, el Padre Antonio Falgueras, SJ, “Nuestro Señor me hablaba después de comulgar; me decía cosas que yo no sospechaba. Y cuando le preguntaba, me revelaba cosas que iban a suceder y que de hecho ocurrían. Pero yo creía que le pasaba lo mismo a todas las personas que comulgaban.”

En carta a su padre, pidiendo permiso para ser carmelita, relata: “Desde pequeña amé mucho a la Santísima Virgen, a la que le confiaba todos mis asuntos. Sólo con Ella me desahogaba. Ella correspondió a ese cariño; me protegía, y escuchaba siempre lo que le pedía. Y Ella me enseñó a amar a Nuestro Señor(…) Un día (…) escuché la voz del Sagrado Corazón que me pedía ser toda suya. No creo que haya sido una ilusión, porque en ese mismo instante me vi transformada: la que buscaba el amor de las criaturas, no deseó sino el de Dios.”

Ya en el Carmelo de Los Andes, le escribe al Padre Colom, SJ: “También Nuestro Señor se presenta ante mí, a veces, interiormente y me habla. Durante aproximadamente una semana, lo vi en la agonía, pero de una manera tal como jamás habría soñado. Sufrí mucho, porque esa imagen se me aparecía constantemente y me pedía que lo consolara. Después fue el Sagrado Corazón en el tabernáculo, con el rostro muy triste. Y por último, el día del Sagrado Corazón, se me presentó con una ternura y belleza tal que mi alma se abrasaba en su amor.”

¿Que ha hecho para ser Santa?

Viendo que Teresita no hizo obras espectaculares ni alcanzó a cumplir los 20 años, muchos se preguntan qué méritos tiene para llegar a los altares.


Los tales deben saber que la santidad – a la que todos los bautizados estamos llamados- se alcanza tratando de cumplir siempre y en todo la voluntad de Dios en el puesto que a cada uno le toca ocupar en la vida. 

· Escribe Santa Teresita de los Andes

A mí desde chica me decían que era la más bonita de mis hermanos
En 1906 fue cuando Jesús principió a tomar mi corazón para Sí.

Primera Comunión

Queda dicho que Juanita nació en Santiago, el 13 de julio de 1900.


Cuando tenía 7 años, ingresó al Colegio del Sagrado Corazón de Santiago. En él hizo sus estudios como externa hasta los 15 años. Desde septiembre de 1915 hasta agosto de 1918, en el internado.


A los seis años acompaña ya habitualmente a su mamá y a una tía a la Santa Misa. Y pronto comienza a pedirles con insistencia que la dejen hacer la Primera Comunión. Se lo conceden para 1910. Y el 11 de septiembre, la recibe solemnemente después de haberse preparado muy a conciencia. Desde muchos meses antes ha comenzado ha tomar muy en serio sus obligaciones de bautizada, tratando de dominarse más, de dejar de ser rabiosa y peleadora y de ser cada día más obediente y responsable. 
Su preparación para acto tan trascendental la dejó impactada para siempre. Fue el punto de partida para llegar a la amistad más íntima con Jesús. Fue la semilla que fructificó en una vida plena de amor y de entrega a Dios y a la humanidad.

La Virgen me ayudó a limpiar mi corazón de toda imperfección. Yo modifiqué mi carácter por completo. Tanto que mi mamá estaba feliz de verme prepararme tan bien para mi Primera Comunión.


Jesús, desde ese primer abrazo, no me soltó y me tomó para Sí. Todos los días comulgaba y hablaba con Jesús largo rato. Pero mi devoción especial era la Virgen. Le contaba todo. Sentía su voz dentro de mí misma.


En 1913 tuve una fiebre espantosa. Nuestro Señor me llamaba para Sí. A los 14 años me envío una apendicitis, lo que me hizo oír su voz querida, que me llamaba para hacerme su esposa más tarde en el Carmelo. 


Nos dijeron que entraríamos de internas. Yo creo que jamás me acostumbraré a vivir lejos de mi familia: mi padre, mi madre, esos seres que quiero tanto. ¡Ah!, ¡Si supieran cuánto sufro, se compadecerían! Sin embargo, me debo consolar.


La mirada de mi crucifijo me sostiene.  Todos los días hago mi meditación y veo cuán gran ayuda es para santificarse. Es el espejo del alma. ¡Cuánto se conoce en ella a sí misma!

Se exige un método

Epoca muy valiosa y decisiva para el futuro humano y espiritual de Juanita es la que corre de 1915 a 1919. En ella planifica su vida exigiéndose un método, en el que ocupan lugar preferente la oración, la misa diaria y el sacrificio; el esfuerzo constante por superarse, por eliminar cuanto le impide realizarse como persona y como cristiana.
Juanita, que gusta de repetir que si se es monja no hay que serlo a medias, no quiere ser cristiana sólo de nombre. Y fiel a su compromiso con Cristo, cumple con tenacidad el programa de vida que se ha trazado. De ahí su empeño en superarse en el cumplimiento concienzudo del deber y la serena aceptación de las pruebas que le van llegando, que fueron incontables en su vida. Porque sabía muy bien que en ello consiste el sacrificio más agradable a Dios y la cruz más santificadora; pues, al no elegirla nosotros, la llevamos solo por amor, sin peligro de buscar nuestra satisfacción.


Quiere ante todo ser fiel a su empeño de recogerse a solas con Jesús para intimar con El. Por eso madruga buscando el silencio y la soledad. Y hace lo imposible por comulgar a diario. Está «flechada» por Jesús-Hostia. Tiene verdadera hambre de El. Ha comprobado que le da ánimo; que lo necesita. Que Jesús es su vida y que sin Él desfallece y muere.
Así trata de alcanzar la meta que se ha propuesto: vivir identificándose con Cristo, para que cuando el Padre la contemple, reconozca en ella una copia de su Hijo.

¡Qué feliz soy! He sido cautivada en las redes del Divino Pescador. Soy su prometida y muy luego celebraremos nuestros desposorios en el Carmen.
El 8 de Diciembre me comprometí. Mi pensamiento no se ocupa sino de Él. Es mi ideal; es un ideal infinito. (Año 1916).
¡Oh, soy feliz! Pues puedo decir con verdad, que el único amor de mi corazón ha sido Él.
Jesús mío, he visto que sólo una cosa es necesaria: amarte y servirte con fidelidad; Parecerme y asemejarme en todo a Ti. En eso consistirá toda mi ambición.
Jesús me pide que sea santa. Que haga con perfección mi deber. Que el deber es la cruz. ¿Encontrará el Padre la figura de Cristo en mí? ¡Cuánto me falta para parecerme a Él! 
Mi espejo ha de ser María. Puesto que yo soy su hija, debo parecerme a Ella y así me pareceré a Jesús.

Es tan rico dar

El trato familiar con Cristo -«el Hombre para los demás»- le ha hecho comprender que el cristiano no puede ser individualista. De ahí su constante empeño por matar su egoísmo para vivir abierta a las necesidades de los demás, y desvivirse por remediarlas en cuanto puede.


Una de sus resoluciones es sacrificarse por los demás para hacerlos felices. Y trata de llevarla a la práctica con naturalidad; sin que sospechen que le cuesta sacrificio complacerles y dar gusto a todos.


No se contenta con gozar ella sola de la felicidad de servir a Dios. Lleva el alma desgarrada porque sabe que hay muchísimos alejados de Él. Vive ofreciendo su vida y mil sacrificios para que le conozcan y le amen. Y no descansa hasta entrar en el convento, para convertirse en hostia que se inmole escondidamente toda la vida para que la humanidad mejore.


No está hecha para gozar ella sola. Aun durante sus vacaciones -tiempo de paseos y sanas distracciones – vive disponible en actitud de servicio. Sus preferidos son los pobres, sobre todo los niños. «Es tan rico dar«, dice. Y ella da y se da. Reparte sus ahorros para aliviarlos. Cose ropa para los necesitados. En una ocasión rifó su reloj para obtener fondos con que comprar zapatos a un niño a quien protege habitualmente. Visita las casas de los inquilinos, quienes le confían sus problemas; y ella les ayuda en sus necesidades espirituales y materiales. Reúne a los niños para enseñarles catecismo. Y cuando se da cuenta de que la instrucción que reciben en la escuela es nula o deficiente, les da clase diariamente. Excelente catequista, colabora con entusiasmo en las misiones con los sacerdotes. Las empleadas de su casa reciben de ella en todo momento ayuda, estímulo, atenciones y muestras de cariño y afecto.

Tengo pena. Me sangra el corazón. Mil vidas, si yo pudiera, ofrecería por Él. Todos los sufrimientos, Dios mio, enviadme y dadme gracias para soportarlos, con tal que él se convirtiera. 
Junté treinta pesos para mi día. Voy a comprarle zapatos a Juanito y lo demás para dárselo a los pobres. Es tan rico dar. 
Nosotras hacíamos catecismo. Se juntaban más de cincuenta chiquillos. Y después de las misiones hemos seguido haciéndoles clase todos los días, pues parece que poco o nada les enseñan en la escuela fiscal.
María, eres la Madre del Universo. ¿Quién no se anima al verle tan tierna, tan compasiva, a descubrir sus íntimos tormentos? Si es pecador, tus caricias lo enternecen. Si es tu fiel devoto, tu presencia solamente enciende la llama viva del amor divino.

Alegre y bromista

Juanita lleva una vida interior rica y profunda. Trata con Jesús de corazón a corazón. Se ha entregado a Él sin reservas. Pero su equilibrio sociológico le hace llevar una vida normal, como la de cualquier joven de su tiempo.


Todo lo que sea distinguirse le repugna. Evita cuidadosamente merecer el título de beata. Se gloría de que es feliz y lo pasa bien allí donde le toca vivir. De que no es como otras chiquillas que en todas partes se «latean». Le gusta querer de verdad. Por eso tiene tantas y tan buenas amigas. Y sus educadoras la admiran y aprecian sinceramente. En todas partes la quieren.


Es alegre, comunicativa, bromista. Contagia a todos su sana alegría. Es maestra en el manejo de la broma y de la ironía. En sus cartas abundan episodios divertidísimos de ataques de risa. La sencillez, familiaridad y alegría de las carmelitas le encantó, incluyendo poderosamente en su resolución de ingresar en el Carmelo.
En la intimidad de su familia es amable, dulce, cariñosa. La «joya de la casa», como dirá su hermano Luis.

El viaje resultó divertidísimo. Gozamos, pues embromamos desde que salimos. También nos acordamos de Uds., pero nada más que para «pelarlas».
No hacemos otra cosa que embromar. Apróntate. En la mesa nosotras estamos las últimas con Pepe. Era tanto lo que disparateábamos y nos reíamos, que a veces no podía comer. Pero lo más trágico era que el Padre que rezaba después de la comida, en la mitad del rezo, no podía continuarlo por la risa, pues lo contagiábamos.
Saqué como resolución vivir muy alegre exteriormente.
Donde me llevan soy feliz….Vivir siempre muy alegres. Dios es alegría infinita.

Le encanta el deporte

Todo lo que sea el deporte le fascina. Es estupenda equitadora. Desde niñita, su abuelo le había enseñado a montar a caballo. Y no hay nada que le guste más que cabalgar. Le divierten los largos paseos a caballo por cerros y quebradas. Se lanza decidida por cualquier parte desafiando peligros. Envidia a los jóvenes que van por verios días a la cordillera. También le encanta el tenis y manejar la «cabrita». Pero descuella sobre todo como nadadora. Como es alta y bien proporcionada, tiene excelentes cualidades para la natación. Bate el récord de rapidez y resistencia entre sus familiares, resultando indiscutiblemente vencedora en cuantas competencias organizan.
Se extasía a la vista de los paisajes pintorescos, que retrata después con precisión y colorido en sus cartas. El mar y las bellezas de la naturaleza le hacen sentir sed de lo infinito.
Estudia música y canto. Y las veces que asiste al teatro a alguna ópera, sabe apreciar la voz y el desempeño de los actores.

He salido mucho a caballo y estoy encantada con subir y bajar cerros. Aquí están admirados porque no me canso, y me dicen que soy una verdadera amazona. No dejaría de ser una vergüenza si no lo fuera.
Nos ha bajado furor por el tenis. Estoy aprendiendo. Me encanta.
No hemos hecho ningún paseo grande, pues los chiquillos se van a la cordillera por seis días. Te aseguro que los envidio con toda el alma.
Me siento llena de Dios. No hay separación entre nosotros. Donde yo vaya, El está conmigo, dentro de mí. Vivo con Él. Y a pesar de estar en los paseos, ambos conversamos sin que nadie nos sorprenda ni pueda interrumpirnos.
La voluntad de Dios es un alimento espiritual que fortifica el alma que se entrega a El gustosa.

Divina y Humana

Lo más sorprendente es la naturaleza con que armoniza el trato con Dios con el de los hombres. Se abisma y queda absorta en la contemplación de las perfecciones de Dios y de las finezas de su amor, sin dejar de mostrarse después alegre, amable y comunicativa con sus semejantes.


Cada día siente necesidad más apremiante de orar. Y aún cuando las ocupaciones o la atención de los demás le impiden recogerse a dialogar con Jesús, sabe y dice que toda su vida es una oración continuada, una alabanza ininterrumpida a Dios; porque todo lo hace por su amor y sin salirse un punto de su divina voluntad. En los lugares de esparcimiento goza con la idea de que, allí donde tantos lo olvidan, al menos ella lo adora y ama. ¡Que páginas tan deliciosas escribió sobre su intimidad con Dios!
Su oración es sencilla, sin complicaciones. Una íntima y familiar conversación con Jesús. Se figura que está a sus pies escuchándolo. Y trata con Él sobre lo que hacer a evitar para serle más agradable.


Verdaderamente pasma su equilibrio, la armoniosa síntesis que ha logrado integrando lo divino y lo humano tan perfectamente. Sorprende verla tan normal, tan complaciente, alegre y bromista incluso en los meses en que su cuerpo esta aquejado por fatigas y molestias, y su espíritu viene sufriendo la purificación más angustiosa- dudas, sequedades, abandono y agonía interior con que el amor acrisoló su alma los dos últimos años de su vida.

Ayer salí para siempre del colegio. Desde ahora, papacito, quiero que Ud. cuente para todo conmigo. No tengo otro deseo que darle gusto en todo, acompañarlo y consolarlo. Pienso correr con la casa, tratando de hacerlo lo mejor posible.
Véngase luego, papacito, para pasar siquiera dos días con Ud., ya que nosotras lo aprovechamos tan poco cuando Ud. viene por estar internas.

Amor sin caricias

Juanita es profundamente afectiva. Llora a mares cada vez que se despide de los suyos para ir al internado. Es de temperamento tan afectuoso y regalón, que de jovencita se pregunta cómo las monjas pueden ser felices sin recibir muestras externas de cariño, y cree imposible enamorarse de un Dios a quien no se ve ni se puede acariciar. Pero se ha entregado al Amor. Y ha comprobado que Dios resarce plenamente; que da muestras palpables – aunque invisibles – de su amor infinito.


Examina, pues, su corazón y se convence de que sus aspiraciones de amor son tales, que ningún ser humano podrá colmarlas enteramente; porque será necesariamente limitado, interesado, sujeto a flaquezas. Que únicamente Jesús es capaz no solo de perfeccionarla, sino de divinizarla. Y que por lo tanto, sólo Él podrá enamorarla. Y opta por Él. Y decididamente. Y escoge el convento de las Carmelitas de los Andes para realizar su ideal de ser toda de Jesús. Esta convencida de que encontrará muchos obstáculos para lograr su intento. Pero confía en que, con Jesús, atravesará el fuego, si es preciso, para conseguirlo.


No es que Juanita no aprecie el matrimonio. Sabe que la vida del hogar es muy sacrificada y fecunda. Que hacen falta cristianos que la vivan generosamente para colaborar en la transformación del mundo. Pero ella no se siente llamada sino a fundirse con Jesús en el amor, como prisionera voluntaria suya en una clausura.


No es una ilusa, sabe que el amor es exigente. Que si se va al Carmen, es para inmolarse con Cristo por la humanidad. Que en su pieza tendrá una cruz de madera sin Cristo. Que es esa la cruz donde ella debe morir a su egoísmo, a todo lo que le impida repetir: «Yo no soy la que vivo, sino Jesus».


Pero el sufrimiento no le es desconocido. ¿Qué importa sufrir cuando se ama?, dice. El amor es cielo. Y ella, perdidamente enamorada de Cristo, cifra su ideal en sufrir, amar y orar por la Iglesia y por la humanidad pecadora.

Los corazones de los hombres aman un día y al otro son indiferentes. Solo Dios no cambia.

He visto que la felicidad en el mundo no existe. Siempre su trato me deja un vacío que lo llena por completo nuestro Señor. 
¡Qué impresión me produjo cuando vi mi conventito! Su pobreza habla muy bien a su favor. Apenas lo vi me encantó y me sedujo. Sé que si voy al Carmen será para sufrir. Mas el sufrimiento no me es desconocido. En él encuentro mi alegría, pues en la cruz se encuentra Jesús, y Él es Amor. Y ¿qué importa sufrir cuando se ama?
No temas, hermanita querida. No existirá jamas separación entre nuestras almas. Yo viviré en Él. Busca a Jesús y en Él me encontraras y allí los tres seguiremos los coloquios íntimos que hemos de continuar allá en la eternidad (carta a su hermana Rebeca)
Solo me restan 20 días. Y después el Calvario, el cielo………Ya estoy subiendo su cima. El dolor de la separación es tan intenso, que no hay palabras para expresarlo. Solo Dios me sostiene.
Jesús no quiere que exista nada entre El y yo. Manifestándose a mi alma la ha enamorado en tal forma que sólo en Él puedo encontrar reposo.

 

 


El colmo de la dicha y del dolor

El 7 de Mayo de 1919 ingresó Juanita en las Carmelitas Descalzas de Los Andes, separándose para siempre de los suyos. Así culminó el gran sacrificio que la trajo desgarrada los últimos meses, y que sólo por amor a Cristo pudo consumar. Un mes antes escribía: «Estoy en el colmo de la dicha y del dolor». Contrastes y paradojas que sólo el locamente enamorado puede entender. Dolor intensísimo por alejarse de los suyos a quienes ama y que nunca hubiera abandonado por un hombre. Lucha contra su propia naturaleza – sobre todo desde que solicita el permiso paterno -, que se convierte en agonía, en martirio cruel, según va acercándose el día de subir definitivamente al Calvario de la terrible despedida. 


Y por otra parte, dicha felicidad, por ver realizado el ideal de su vida; por dejar todo lo que tiene a cambio de Nuestro Señor. Dicha inefable, porque el amante goza en demostrar el amor en lances difíciles y comprometedores. Y porque Jesús no se deja ganar en generosidad, cuando Juanita se arranco de los brazos de su madre, le abrió los suyos dulcemente, confortándola y fortaleciéndola con su gracia.

El fin de las carmelitas me entusiasma: santificarse a sí misma para que la savia divina se comunique, por la unión que existe entre los fieles, a todos los miembros de la Iglesia. Ella se inmola sobre la cruz y su sangre cae sobre los pecadores, pidiendo misericordia y arrepentimiento. Cae sobre los sacerdotes, santificándolos. Y todo en silencio, sin que nadie lo sepa. Cuantos hay que tachan su vida de inútil. Sin embargo, ella es como el Cordero de Dios que lleva los pecados del mundo. Se sacrifica para volver al redil las almas extraviadas. Pero así como a Cristo no lo conoció el mundo, a ella tampoco la conoce. Esta abnegación completa me encanta. No hay cabida al amor propio. No ve siquiera el fruto de su oración. Solo en el cielo lo vera. 
Por Jesús he preferido ser pobre y trabajar. Ya que Él por mi amor se hizo pobre, yo por amor a Él quiero serlo.
La ternura de mi corazón de hija crece cada día, mi papacito, y no creo que en el Carmen se extingue, antes al contrario, toma mayores proporciones, porque se ama sin interés y en Dios.

Hizo votos de pobreza, obediencia y castidad el 27 de junio y recibió el hábito de novicia el 14 de octubre del mismo año. El día 8 de diciembre se consagró como esclava de María, según el método enseñado por San Luis Grignion de Montfort. En adelante, todos sus actos y sacrificios serían para la Madre de Dios. “Acordé con la Santísima Virgen que Ella pasara a ser mi sacerdote, que me ofreciera a cada momento por los pecadores y por los sacerdotes, pero bañada con la sangre del Corazón de Jesús”– escribió.

En el breve tiempo pasado por Juanita en el convento, su Superiora, con una extraordinario sensibilidad para las almas, determinó que continuara su apostolado por medio de cartas a su familia y a sus amigas. Los resultados no se hicieron esperar. Su madre se hizo terciaria carmelita. Su hermana menor, Rebeca, ingresó en el mismo convento, meses después de la muerte de la Hermana Teresa. Varias de sus amigas, jóvenes de la mejor sociedad, le tenían una estima y admiración tan grandes que decidieron consagrar sus vidas a Jesús, en el Carmelo o en otros institutos religiosos.

Atravesando crisis y ambientes diversos, perduran hasta hoy los efectos de su buen ejemplo, atrayendo a muchas jóvenes hacia la vida contemplativa y también para las actividades de apostolado laico en la sociedad.

 

Orando, trabajando y riéndonos

Las religiosas quedan prendadas de su nueva hermana y de sus sobresalientes cualidades. Y el 14 de octubre la visten con el hábito de la Orden, imponiéndole su nuevo nombre: Teresa de Jesús.


En el convento, fiel a su consigna de santificarse por los demás, continúa buscando para si lo más trabajoso y molesto para aliviar a sus hermanas. Las ama de corazón. Ahora es ella la que, con su trato fino y exquisito, contribuye a que siga reinando en la comunidad la alegría, la hermandad y sencillez, que antes de entrar le habían seducido. Se siente cada día más feliz. En la antesala del cielo. Porque pasa horas a los pies del sagrario y en su celda con Jesús, que es su gozo infinito. Con Dios que es alegría infinita. Y luego, en los recreos, se ríe y embroma todo el tiempo, sin que falten los cantos con guitarras y bandurrias los días señalados. Así pasamos la vida – escribió -: orando, trabajando y riéndonos.


Enamorada de Cristo, de la Eucaristía, de la Virgen y de la oración, despliega un apostolado intensísimo con sus cartas. Sus destinatarios van contagiándose de esos amores de Teresa.


Así vive la prisionera voluntaria de Jesús. Siente ansias de martirio. Le fascinaría dar su vida por El. Pero pisa tierra y sabe que su martirio está en donde vive. En eliminar su egoísmo a cada instante. En aceptar los sufrimientos interiores que la purifican. En cumplir con alegría el fin de la carmelita: rogar, vivir inmolándose ocultamente por los pecadores, por la santificación de los sacerdotes y por la Iglesia.

Todo es alegría y sencillez en el Carmen. Y cada una se esmera en poner de su parte cuanto pueda para alegrar a sus hermanas.
Si supieras la felicidad que inunda mi alma en cada instante escondida en Dios! Me parece que principie a vivir sólo el 7 de Mayo. Te aseguro que todos los sacrificios hechos me parecen nada. Vivimos riéndonos y amando. No te imaginas la alegría, la confianza y la sencillez que reina. Me encuentro en mi centro.
Mi celda es bien pobrecita, pero en ella me paso con Nuestro Señor en intima conversación de corazón a corazón. 
Que cosa más rica es para el alma que ama pasar la vida junto al Sagrario! Después que comulgo me siento en el cielo, y dominada por el amor infinito de Dios.

Al abrazo del Padre

Todavía no hace el año que Jesús la ha «robado», y ya su alma, acrisolada y purificada la máximo por el amor, está madura. Ella escribió por entonces: «Soy la persona más dichosa. No deseo nada, porque mi ser entero está saciado en Dios – Amor».
Durnate la cuaresma de 1920, Teresa debió sentirse muy enferma; pero no dio importancia a su mal, Llegó así hasta el viernes santo, hasta que su maestra la notó afiebrada. Era tarde. El mal – un violento tifus – había minado ya su frágil organismo. Durante su enfermedad, se pudo comprobar su aquilatada virtud. Jamás molestó por nada. Siempre estaba bien. Sólo se sabía de sus dolores y malestar cuando era interrogada por los médicos. La comunidad hizo lo humanamente posible por devolverle la salud. Pero inútilmente. El fruto – ella misma lo dijo – estaba ya maduro.
El 12 de abril de 1920, a las 7:15pm, fue a gozar plenamente y sin velos de Dios la que ya en vida había experimentado que fuera de El no hay felicidad posible; que sólo El basta. Contaba con 19 años y 9 meses de edad y 11 meses de carmelita.

Para una carmelita la muerte no tiene nada de espantable. Va a vivir la vida verdadera. Va a caer en brazos del que amo aquí en la tierra sobre todas las cosas. Se va a sumergir eternamente en el amor.

Pronto obra milagros

La comunidad de Los Andes y los familiares de Sor Teresa recibieron muchas cartas no de pésame, sino de felicitación por tener una santa en el cielo. Los periódicos de Santiago – cosa insólita para una carmelita de clausura – publicaron su muerte, exaltando la heroicidad de sus virtudes.


A los pocos días de su muerte, el P. Julián Cea, que la había conocido en febrero de 1919 en unas misiones, escribió:


«Su santidad tenía la propiedad de ser atrayente, amable, comunicativa. No sé que respeto y veneración infundía su persona. Y al mismo tiempo se sentía por ella un santo cariño, como el que creo se tendrá a un ángel si lo viéramos con los ojos de cuerpo. ¡Qué sonrisa angelical acompañaba siempre su conversación! No era esquiva, sino confiada. Y su alma, inocente y pura como un niño. ¡Con que pasión amaba a Jesús! Pocos días tuve la dicha de tratarla, paro la impresión que me causó su santidad no se borrará jamás. Le rezo todos los días como a una santa que está en el cielo, Yo confío en que pronto comenzará a obrar milagros, y su conducta angelical influirá no poco en la conducta de muchas jóvenes».


Pronto los fieles comenzaron a ponerla por intercesora ante el Señor. Y en los muchos años que nos separan de su muerte, el Señor a dado pruebas de su deseo de glorificar a su sierva, otorgando por sus ruegos infinidad de gracias, sobre todo espirituales: conversiones, vuelta al camino del bien.


Son incontables los fieles, incluso de las más apartadas regiones del país y del extranjero, que acuden cada día a la tumba de Teresita, sobre todo desde que sus restos reposan en la cripta del Santuario erigido en su honor en Rinconada de Los Andes.

Jesucristo, ese loco de amor, me ha vuelto loca. Es martirio el que padezco al ver que corazones agradecidos a las criaturas no lo sean con aquel que los sustenta, que les da la vida y los sostiene; que les da y ha dado todo, hasta darse el mismo.

Mensaje a la juventud

Teresa tiene mucho que decirnos a todos. Su mensaje a la juventud es de innegable actualidad.
Esta es la misión de Teresa: señalar la ruta a la juventud de hoy; recordarle que él único camino que conduce a la plena realización humana es el esfuerzo, la autodisciplina, el control de sí mismo .


El mensaje es de innegable actualidad cuando tanta juventud se muestra alérgica a toda norma y proclama como única regla valida su propio capricho, su talante, el me gusta, no me gusta, me nace, no me nace. No hay pedagogo ni formador serio que apruebe tal actitud. Al contrario, todos ellos, a cuantos aspiran a formar su carácter y personalidad, les exigen borran de su vocabulario esas palabras – me gusta, no me gusta– sustituyéndolas por debo o no debo. Y actuar en consecuencia. Y la experiencia les da la razón. Sin autodisciplina, sin control de si mismo no se forja el hombre.

«Jamás me dejaré llevar por el sentimiento y por el corazón, sino por la razón y mi conciencia». «Todavía soy muy orgullosa. Me propondré abatir hasta los últimos gérmenes del amor propio», escribió Santa Teresa.

Aquí está el remedio. Mal le hubiera ido a Teresa de no haber puesto en práctica esta resolución, dado su gran fondo de orgullo y su tendencia a obrar independientemente y con altivez. Ella nos habla de las «rabietas feroces» que le daban de pequeña. De sus «rezongos»; de su repugnancia a obedecer. De que, en ocasiones, «siente sublevarse todo su ser» De que todavía a sus 17 años, en el colegio, llegó a botar con rabia un dulce que le dieron por creerlo muy chico. Pero al menos desde los nueve años, se propuso muy en serio controlarse. Y humillándose cada vez que quebrantaba su propósito, y dominando sus impulsos las más de las veces, logró alcanzar la ecuanimidad, dulzura y apacibilidad que admiraron todos en ella.

«Debo esforzarme por ser más amable. Me esmeraré en labrar la felicidad de los demás». «Mi resolución: santificarme por todos».

 

Ocupémonos del prójimo, de servirle, aunque nos cueste repugnancia hacerlo. De esta manera conseguiremos que el trono de nuestro corazón sea ocupado por su Dueño, por Dios.

Hacia la plenitud humana

A los cristianos del siglo XX nos viene a decir Teresa que sólo abriéndonos a Dios y a sus exigencias de amor lograremos ser plenamente hombres.


Teresa – ya queda dicho) ha conseguido armonizar lo divino y lo humano integrándolo en su vida en admirable síntesis. Para ello no hay dos vidas superpuestas: una natural profana y la otra sobrenatural, espiritual. No hay sino una única vida humana planificada por el amor divino, divinizada. Viviendo abierta a la voluntad de Dios y no apartándose ni un punto de ella, conjuga con naturalidad encantadora el trato con Dios y con los hombres, como queda ponderado. Convertida en Sor Teresa, más endiosada por haber rendido incondicionalmente su querer al divino, continúa amable y comunicativa y alegrando y embromando alas religiosas y a los destinatarios de sus cartas.


La obediencia a Dios nos salva, nos lleva a la realización. Por preferir su plan al de Dios, queda el egoísta destruido, sumido en la degradación del vicio; envilecido. ¡Qué verdad es que el hombre sin Dios se deshumaniza!. En cambio, en diálogo con Dios y siguiendo dócilmente su camino de apertura y servicio a los demás, alcanza el hombre su plenitud: su naturaleza se ennoblece, se perfecciona y en cierto modo se diviniza.
A esa meta ha llegado Teresa. Por eso, rebosante de satisfacción, necesita proclamar en todos los tonos – como lo hace en su correspondencia – que está gustando anticipadamente la felicidad del cielo. 


Sabe muy bien que, sumergida como está en esa atmósfera divina, su vida entera –sin excluir ninguna de sus acciones – es una alabanza de gloria a la Santísima Trinidad. Y eso mismo nos pide a todos: que convirtamos nuestra vida en culto, en ofrenda, en «melodía continua de amor» para Dios.


Muchos lo habían olvidado y venían separando lamentablemente su vida religiosa de su vida profana. Y el cristianismo quedaba desprestigiado con procederes y conductas en franca oposición con las creencias. 


Teresa, que tan estupendamente captó y asimiló esa exigencia del Evangelio, puede con todo derecho recordárnosla a los cristianos de su siglo, haciéndola mensaje propio. Y repetimos: Que no debe haber para nosotros sino una única vida humana. Toda ella cristiana, espiritual, es decir, de acuerdo al espíritu de Cristo. Que estamos obligados a dar culto a Dios no únicamente la hora de la misa dominical y los minutos diarios dedicados al rezo, sino todos los minutos del día y todas las horas de la semana. Cuando nuestra oración sea –como la de Teresa- una conversación intima con Cristo, en la que tratemos familiarmente con El, saliendo de ella dispuestos a sacrificar en nuestra vida personal y social lo que le desagrada, toda nuestra vida, unificada, será auténticamente cristiana. Sí; también la de los negocios, la profesional, la del hogar. Y entonces todo nuestro día – incluso las diversiones – serán culto, liturgia, melodía continua, glorificación de Dios.

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