El 15 de agosto de 1939, nació João Scognamiglio Clá Dias en San Pablo Brasil, hijo del español Antonio Clá Díaz y la italiana Annitta Scognamiglio Clá Díaz. Recibió el Bautismo el 15 de junio del año siguiente en la Iglesia de San José de Ipiranga, cerca de su residencia.
Desde la primera infancia, la Providencia le otorgó el don de la contemplación, así como la facilidad de percibir, a través de todas las criaturas, la acción de Dios. Entonces, durante ciertas noches de insomnio, solía sentarse en el alféizar de la ventana de su habitación para admirar las estrellas durante mucho tiempo. Esta maravillosa procesión de luces parpadeantes, vista por su imaginación infantil como el movimiento de las estrellas mismas, le causó una profunda impresión.
Tenía cinco años, cuando ingresó a la Capilla de Nuestra Señora de los Dolores, perteneciente a los Padres Agustinos en el distrito de Ipiranga, y se encontró con el Santísimo Sacramento expuesto, justo cuando el Sacerdote se preparaba para dar la bendición. Inexplicablemente atraído a esa Hostia blanca, sobre cuyo misterio aún no se había instruido, así como por ese ambiente de santidad y recogimiento, en seguida concluyó que estaba en la ¡presencia de Dios! La sensación de extraordinaria grandeza y majestad, pero al mismo tiempo el efecto de la infinita bondad de Jesús, constituyó para él una invitación a ser bueno y el punto de partida de una devoción eucarística que a lo largo de los años aumentaría y se haría más sublime.
Durante sus estudios, asistió al grupo Escolar José Bonifácio, en el Gimnasio del Centro Independencia y en el Colegio Estatal Presidente Roosevelt. Monseñor João siempre se distinguió como el primer alumno de la clase, demostrando una aptitud especial para las matemáticas y las artes. Sin embargo, fueron las clases de Catecismo y las narrativas de la Historia Sagrada las que hicieron su encanto y lo llenaron de fe. La Confirmación, celebrada el 26 de enero de 1948, así como la Primera Comunión el 31 de octubre del mismo año, dilataron aún más esa verdadera pasión que siempre había tenido por todas las cosas de la vida espiritual y la religión.
En sus primeros años de adolescencia, chocando con la decadencia moral y la vulgaridad que ya prevalecían en la sociedad en ese momento, lamentó que no hubiera nadie para luchar contra ellos con el debido vigor. En su corazón infantil anhelaba verter de alguna manera sobre sus compañeros y la vida social, la hermosa armonía sideral que contemplaba en la infancia, pero añadiéndole a eso un carácter religioso. Fue el aliento del Espíritu Santo lo que lo estimuló por el servicio de los demás dentro de los muros sagrados de la Santa Iglesia. Bajo la influencia de estas gracias, a medida que iba creciendo, este esfuerzo por apoyar a sus compañeros pronto se hizo más explícito: de ahí su propensión a la medicina, la psicología y las artes, así como su sueño de fundar una asociación de jóvenes para prevenirlos, evitar que se perdiesen, relacionarlos con Dios y apoyarlos en los caminos de la perfección. Le angustiaba ver cuántas personas se dejaban esclavizar por el egoísmo y actuaban solo por sus propios intereses. Sin embargo, una certeza de fe le dijo internamente: “¡Debe haber un hombre completamente bueno y desinteresado en el mundo! Está en mi camino y algún día lo encontraré”. Entonces, por la noche, se arrodillaba a los pies de la cama y llorando, rezaba fervorosamente treinta Avemarías, pidiendo conocer lo antes posible a este hombre, cuya silueta, por el amor de Dios, ya estaba vislumbrando, aunque no con claridad.
Fue entonces cuando el 7 de julio de 1956, el primer día de la novena a Nuestra Señora del Carmelo, Mons. João conoció a Plinio Corrêa de Oliveira, el hombre que iluminó sus caminos, llamándolo a la plena integridad de Hijo de la Santa Iglesia, por ella y en ella, para luchar por el orden de la sociedad. Lo que estaba buscando, lo encontró, ¡y estaba feliz! Tenía entonces casi 17 años. Por su parte, el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira, líder católico que marcó el siglo XX con el resplandor de su fe y su audaz militancia por los ideales de la Santa Iglesia, había concebido de niño la constitución de una Orden Religiosa de Caballería, destinado a trabajar con la opinión pública para reformarla. En 1928, al unirse al Movimiento Católico como congregado mariano, había reunido allí un núcleo de amigos, pero carecía de una mano derecha que, compartiendo sus preocupaciones, pudiera llevar a cabo sus planes por completo.
Años después, en una carta a Mons. João, escribió, recordando las dificultades de ese período de aislamiento: “Recuerden esa súplica que se cantó en la Congregación Mariana: ‘Da pacem, Domine, en diebus nostris, quia non est allius qui pugnat pro nobis nisi Tu, Deus noster’ Dad paz, Señor, a nuestros días, porque no hay nadie que pelee por nosotros sino Tú, nuestro Dios”. ¡Cuántas y cuántas veces he rezado en ese sentido! Que Nuestra Señora me diera paz en mis días, porque no había nadie que luchara por mí, excepto Dios, por lo tanto, Nuestra Señora. ¡Más tarde me dio a João, un gran luchador por mí!”
El Dr. Plinio se convirtió en el formador mental de Mons. João fortaleciéndolo en la perseverancia de las decisiones que este tomaba a raíz de la atractiva influencia de su maestro. Fue por la lógica de sus maravillosas exposiciones, la claridad de su pensamiento, así como el agradable aroma de su inocencia, que Mons. João decidió abandonar todo y a todos para servir mejor a Dios bajo su guía y consejo. Junto con ese hombre pasó cuarenta años viviendo con lo sobrenatural, en la nobleza del alma, la elevación del espíritu, el celo por la Iglesia y la sociedad, y una total veneración por todas y cada una de las jerarquías, en particular, casi una adoración al papado.
Entre 1957 y 1960, como primicias de las hazañas apostólicas que desarrollaría, Mons. João se unió a las Congregaciones Marianas, fue admitido en la Tercera Orden del Carmelo y se consagró como esclavo de amor a la Santísima Virgen según el método de San Luis María Grignion de Montfort.
En 1958, fue llamado a realizar el servicio militar en la recién creada 7ª Compañía de la Guardia del 25º Batallón de Infantería de Sao Paulo. Allí se destacó por su disciplina, su voz de mando y su habilidad militar, lo que le valió la Medalla Mariscal Hermes da Fonseca, “Plaza más distintiva”, entre los 208 reclutas incorporados ese año. Además, fue galardonado con el diploma de “Mención de Honor”, “por exhibir un buen comportamiento durante su estadía en las filas del Ejército, trabajar por el nombre de la Unidad y lograr con sus esfuerzos el alto concepto que disfruta esta Séptima Compañía de la Guardia. ”
Consciente de la efectividad de la música como medio de evangelización, Monseñor João perfeccionó sus conocimientos con el reconocido director Miguel Arqueróns, director del Coro Paulistano del Teatro Municipal de São Paulo.
La bondadosísima madre del Dr. Plinio, Da. Lucilia Ribeiro dos Santos Corrêa de Oliveira, fue a Mons. João, en sus propias palabras, “el ángel guardián” que lo ayudó a comprender más profundamente la infinita misericordia del Sagrado Corazón de Jesús. Él por su parte, tuvo con ella un verdadero papel de hijo durante los últimos años de su vida, antes de su fallecimiento en 1968.
A partir de 1975, la figura de Mons. João adquirió un mayor esplendor junto al Dr. Plinio: se convirtió en el líder de miles de jóvenes de varias naciones, ayudándolos y fortaleciéndolos en la fe, en una actitud de verdadera “preocupación por todas las Iglesias” (II Cor 11, 28) A algunos los arrebató de las garras del diablo, a otros los animó a buscar la perfección, inauguró nuevos métodos de apostolado juvenil a través de programaciones escolares e incluso acercamientos a jóvenes en calles y lugares públicos. Ha abierto numerosas casas de formación en varios países, en las que la vida de oración, estudio y ceremonias religiosas se combinan con el apostolado misionero, siempre con una nota muy destacada de disciplina y combatividad, heredada de su período de servicio militar.
Habiéndose embebido del don de sabiduría tan característico de la espiritualidad del Dr. Plinio, Mons. Joao se transformó en un perfecto discípulo capaz de sacar adelante la obra iniciada por su maestro, modelo, regente y guía. Por sus cualidades naturales y sobrenaturales, por su excelente actuación, por su osadía y fidelidad Dr. Plinio llegó a considerarlo un arquetípico hijo suyo, calificándolo en varias ocasiones como “bastón de mi vejez”, “auxiliar de oro”, “instrumento bendito” e incluso su “alter ego” u “otro yo”. En cierta ocasión el Dr. Plinio le escribió: “Manda la justicia que yo le diga: ninguno me ha dado tantas y tan grandes alegrías cuanto usted”.
A raíz de la muerte del Dr. Plinio el 3 de octubre de 1995, Mons. Joao supo enfrentar la ausencia física de aquella figura fundamental de su vida. En 1999 decidió fundar la Asociación Internacional Privada de Fieles de Derecho Pontificio, Heraldos del Evangelio, que recibió aprobación del Papa Juan Pablo II el 22 de febrero de 2001, constituyéndose así en la primera asociación pontificia del tercer milenio. Bajo las bendiciones de la Cátedra de San Pedro, en poco tiempo la asociación se expandió por 78 naciones y pasó a abarcar una amplia y brillante realidad integrada en su mayoría por jóvenes.
Misiones Marianas en parroquias, Apostolado del Oratorio María Reina de los Corazones, visitas a familias, cárceles y hospitales, servicios postales directos para millones de personas, Proyecto Futuro y Vida en los colegios, TV-Heraldos y Agencia de noticias Gaudium Press, Fondo de ayuda Misericordia, son algunas de las actividades desarrolladas por los Heraldos del Evangelio en los más variados campos de la sociedad.
Gracias al apostolado realizado por Mons. João también floreció un gran grupo de mujeres jóvenes que querían entregarse a Dios de acuerdo con el carisma de los Heraldos del Evangelio. Recibieron su estructura definitiva el 25 de diciembre de 2005, con la fundación de la Sociedad de Vida Apostólica Regina Virginum, aprobada unos años más tarde, el 26 de abril de 2009, por el Papa Benedicto XVI.
Chicos y chicas viviendo en comunidades separadas abrazan una vida de intensa espiritualidad que incluye diaria participación en la Eucaristía, adoración al Santísimo Sacramento, recitación diaria del santo rosario y de la Liturgia de las Horas. Además de la práctica de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, ellos y ellas observan un reglamento u “Ordo de costumbres” cuidadosamente elaborado por el propio Mons. Joao que puede sintetizarse en la frase de Nuestro Señor Jesucristo: “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto” (Mt 5, 48)
Su vestimenta simboliza la vocación a la que han sido llamados: un escapulario marrón inspirado en los Carmelitas sobre el que va adaptada una gran cruz-espada blanca, roja y dorada de Santiago Apóstol, simbolizando pureza inmaculada, disposición a todos los sacrificios requeridos en el servicio de la Iglesia y nobleza del ideal. La cadena alrededor de su cintura da fe de su esclavitud de amor a la Santísima Virgen según la espiritualidad de San Luis María de Montfort, y el rosario que cuelga del lado derecho, es el arma efectiva para luchar contra el mundo, el demonio y la carne.
Bajo la guía y el aliento de Mons. João surgieron los colaboradores de los Heraldos del Evangelio, abnegados voluntarios desinteresados que dedican su tiempo en medio de sus obligaciones familiares o profesionales a la evangelización, a difundir la devoción a María, a brindar consuelo a los enfermos y a los prisioneros, a la catequesis en las parroquias, a la animación litúrgica y a otras obras de apostolado. Usan una capa blanca característica con la cruz de Santiago roja, símbolo de su dedicación no exenta de notables sacrificios personales por el apostolado que hacen.
La gran familia de los Heraldos del Evangelio actualmente tiene aproximadamente 10 millones de miembros en los cinco continentes.
Teniendo en vista la formación intelectual, espiritual y doctrinal de sus seguidores, Mons. João realizó estudios teológicos tomistas con grandes profesores en la Universidad de Salamanca y el Angelicum de Roma. Estos incluyen al P. Victorino Rodríguez y Rodríguez OP, el P. Antonio Royo Marín OP, el P. Fernando Castaño OP, el P. Esteban Gómez OP, el P. Arturo Alonso Lobo OP, el P. Raimondo Spiazzi OP y el P. Armando Bandera OP. Además de estudiar derecho en el tradicional Colegio Largo de San Francisco en São Paulo, también se graduó en Humanidades en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, Santo Domingo, República Dominicana; obtuvo una maestría en psicología de la Universidad Católica de Bogotá, Colombia; Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino (Angelicum) de Roma, así como en Teología por la Pontificia Universidad Bolivariana de Medellín, Colombia.
Mons. João también es miembro de la Sociedad Internacional Santo Tomás de Aquino (SITA) de la Academia Marial de Aparecida y fue miembro de la Academia Pontificia de la Inmaculada. Fue galardonado en varios países por su actividad cultural y científica, recibiendo la Medalla de la Ciencia de México y la Medalla Anchieta, considerada el más alto honor en la ciudad de São Paulo.
Además de abrir numerosas escuelas secundarias en varias ciudades de Brasil y en Portugal, Canadá, Colombia, Paraguay, Costa Rica, El Salvador, Guatemala y Mozambique, Mons. João también fundó el Instituto Filosófico Aristotélico-Tomista (IFAT) y el Instituto Teológico Santo Tomás de Aquino (ITTA), así como el Instituto Filosófico-Teológico Sagrado Escolástico (IFTE), para la rama femenina.
Pero no faltaron reveses y dificultades para Mons. João, ya sea de naturaleza física, como las enfermedades por las que fue golpeado y que lo llevaron varias veces al borde de la muerte; y también las de naturaleza moral, como los malentendidos que ha tenido que enfrentar por parte de algunos de sus más cercanos. Pero en todas estas situaciones podía decir con el salmista: “El Señor me ha librado de todos los temores” (Salmo 33: 5).
Sin embargo, fue fácil para él discernir los caminos reales a las que el llamado de Dios lo condujo en los albores de su conciencia. Una misteriosa inquietud lo invitó una y otra vez, deslumbrando sus entrañas. Al lado del Santísimo Sacramento del Altar, por el cual desde los primeros días se había grabado un ardor especial en su corazón infantil, su ser no solo era tranquilo sino siempre algo angelical y dispuesto a todas las holocaustos. ¿Cómo podemos acercarnos aún más a Él, ser uno con Él, ser otro Mismo, conocerlo y amarlo más fervientemente, y así servir a la Santa Iglesia y a la sociedad a la perfección? Buscando, con la ayuda de la gracia, mantener siempre el celibato y la castidad prometidos a Dios durante décadas, surgió, irresistible y claro como un sol, el deseo arraigado de caminar por los caminos sacerdotales, culminando así su viaje de donación total a Dios y a la causa de la Santa Iglesia. “Quiero estar más unido con Jesús, quiero ser su vehículo para absolver a los que se encuentran en busca del perdón divino, quiero ser consumido como una hostia a su servicio y en beneficio de mis hermanos y hermanas” (Carta, 25/4 / 2005).
Por eso, el 15 de junio de 2005, con otros 14 miembros de los Heraldos del Evangelio, Mons. Juan fue ordenado sacerdote en la Basílica de Nuestra Señora del Carmelo en San Pablo. Para darle cuerpo a esta rama sacerdotal de su trabajo, fundó la Sociedad Clerical de Vida Apostólica Virgo Flos Carmeli. Aprobado por Su Santidad Benedicto XVI el 21 de abril de 2009, ahora cuenta con 161 clérigos y más de 300 seminaristas.
Con la rama sacerdotal, el abanico de posibilidades de Mons. amplio aún más sus actividades. Partícipes de su celo infatigable, los Heraldos-Sacerdotes se han lanzado a la conquista de almas en todo el mundo: atienden enfermos en hogares y hospitales, escuchan confesiones parroquiales, predican y catequizan, reintegran a las familias a la comunión con la Iglesia. La grandeza de los gestos durante la celebración, la ortodoxia de la doctrina y sobre todo la práctica inquebrantable de la virtud, son los puntos con los que Mons. Juan entusiasma con su ejemplo para imitarle fácilmente.
Para ayudar obras eclesiales en las parroquias más necesitadas, Mons. João creó en la propia asociación “Arautos do Evangelho” de Brasil, el Fondo de Ayuda Misericordia, que recolecta donaciones por correo directo.
Con el mismo propósito apostólico, fundó la revista “Heraldos del Evangelio”, con una circulación de casi un millón de copias mensuales en cuatro idiomas. También la revista académica Lumen Veritatis.
De los más de 200 libros y artículos publicados por él en los cinco continentes, destacan:
“Madre del Buen Consejo” (1992 y 1995), São Paulo-Nueva York, también publicado en italiano, inglés y albanés; “Dona Lucilia” (1995 y 2013), Roma-São Paulo, también publicada en español e inglés; “Pequeña oficio de la Inmaculada Concepción comentada” (1997 y 2010), São Paulo, en 2 volúmenes; “Fátima, Aurora del tercer milenio” (1998 – Best Seller), de la cual se distribuyeron más de dos millones de copias, también publicadas en español, inglés, italiano, francés y polaco y transmitidas en más de 30 países; Colección “El Evangelio inédito” (2012-2014), Roma-San Pablo, 7 volúmenes, también publicada en italiano, español e inglés. Todas estas obras revelan gran riqueza y profundidad teológica, hasta el punto de merecer elogios de los altos dignatarios de la Curia romana y el Episcopado en general.
Amante de la belleza como reflejo de Dios, Mons. João construyó varias iglesias en estilo gótico policromado, eligiendo detalladamente la combinación de colores, formas y vidrieras. Entre ellos destaca Nuestra Señora del Rosario, en Caieiras, São Paulo, dedicada solemnemente el 24 de febrero de 2008 por Emmo. Cardenal Franc Rodé y más tarde erigida como Basílica Menor, el 21 de abril de 2012. También la composición y la actuación musical de los numerosos coros y orquestas Herald, el diseño de cálices, custodias y otros objetos sagrados, la creación de hábitos religiosos, el estilo de los monasterios y el hermoso diseño de libros y revistas son igualmente frutos de su incomparable sentido artístico, cada vez más sobrenaturalizado a lo largo de los años.
En 2008, solo tres años después de su ordenación, Mons. Juan fue nombrado por Benedicto XVI, Canónigo Honorario de la Basílica papal de Santa María la Mayor en Roma y Protonotario apostólico. El 15 de agosto de 2009, con motivo de su septuagésimo cumpleaños, el mismo Santo Padre, en reconocimiento a su trabajo por la Santa Iglesia, confirió a Mons. João, de la mano de Emmo. Cardenal Franc Rodé, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, la Medalla Pro Ecclesia et Pontifice, uno de los más altos honores otorgados por el Papa a quien se distingue por su trabajo a favor de la Santa Iglesia y el Pontífice Romano.
En esta solemnidad el Emmo. El cardenal Rodé dijo: “Al momento de daros la decoración con la que el Santo Padre deseaba recompensar vuestros méritos, las palabras de San Bernardo vienen a la mente al comienzo de su tratado ‘De laude novae militiae’: ‘Hace algún tiempo se está difundiendo la noticia de que un nuevo género de caballería ha aparecido en el mundo.’ Estas palabras se pueden aplicar al momento presente. De hecho, nació una nueva caballería, gracias a vos, no secular sino religiosa, con un nuevo ideal de santidad y un compromiso heroico con la Iglesia. En este esfuerzo, nacido en su noble corazón, no podemos dejar de ver una gracia particular dada a la Iglesia, un acto de la Divina Providencia en vista de las necesidades del mundo de hoy”.