Con respecto a San Cayetano de Thiene y al significado de su obra, conviene decir lo siguiente: una de las causas de la decadencia de la Edad Media fue el apego a las riquezas y a la vida de fausto y de grandeza.
Infelizmente, el clero tampoco estuvo exento de esa culpa… En vez de guiarse por el amor a Dios en la magnificencia que les era debida, muchos dignatarios eclesiásticos hacían de ella un título de grandeza personal; y lo que debería ser un elemento de edificación para los demás, se transformó en una ocasión de mal ejemplo.
En esa situación, entró en el clero un espíritu de relajamiento delante del orgullo y de la sensualidad, las dos causas principales de la Revolución. Podemos localizar ese problema, por lo tanto, en el origen de la Revolución.
Y como siempre sucede en la Iglesia, cuando el espíritu del mal introduce en ella algo de malo, el Divino Espíritu Santo suscita un bien mucho más grande que el mal producido. En virtud de esta regla, hubo un santo que llevó el espíritu de pobreza hasta donde ni siquiera San Francisco de Asís lo había llevado, bajo cierto aspecto: San Cayetano de Thiene, fundador de los Teatinos.
A fin de llevar el espíritu de pobreza a un límite casi inimaginable, San Cayetano le prohibió a sus religiosos inclusive que pidieran limosnas: cuando necesitaban alguna cosa, debían quedarse parados en algún lugar, a la espera de alguien que llegase a atenderlos…
(Revista Dr. Plinio, No. 161, agosto de 2011, p. 2, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 7.8.1965)
Su padre, militar, murió defendiendo la ciudad contra un ejército enemigo. El niño quedó huérfano, al cuidado de su santa madre que se esmeró intensamente por formarlo muy bien. Su madre, por otro lado es María Da Porto, quien más adelante centra su vida en ser terciaria dominica. Es ella quien se encarga de criar a San Cayetano en su totalidad, se encargó de enseñarle valores y sobre cómo ser un buen hombre.
Estudió en la Universidad de Padua donde obtuvo dos doctorados y allí sobresalía por su presencia venerable y por su bondad exquisita que le ganaba muchas amistades.
Se fue después a Roma, y en esa ciudad capital llegó a ser secretario privado del Papa Julio II, y notario de la Santa Sede.
A los 33 años fue ordenado sacerdote. El respeto que tenía por la Santa Misa era tan grande, que entre su ordenación sacerdotal y su primera misa pasaron tres meses, tiempo que dedicó a prepararse lo mejor posible a la santa celebración.
Cuentan que en una ocasión mientras rezaba, tuvo una visión, en la cual se le aparecía la Virgen, que le ponía al Niño Jesús en sus brazos (razón por la cual se lo representa llevando al Niño Jesús).
En Roma se inscribió en una asociación llamada «Del Amor Divino», cuyos socios se esmeraban por llevar una vida lo más fervorosa posible y por dedicarse a ayudar a los pobres y a los enfermos.
Viendo que el estado de relaajación de los católicos era sumamente grande y escandaloso, se propuso fundar una comunidad de sacerdotes que se dedicaran a llevar una vida lo más santa posible y a enfervorizar a los fieles. Y fundó los Padres Teatinos (nombre que les viene a Teati, la ciudad de la cual era obispo el superior de la comunidad, Msr. Caraffa, que después llegó a ser el Papa Pablo IV). Organizó el primer Hospital de Enfermedades Infecciosas. Cuando se quedaron sin poder pagar el sueldo de los médicos y sin dinero para alimentar a los enfermos, vendió el último bien que le quedaba: su biblioteca.
San Cayetano le escribía a un amigo: «Me siento sano del cuerpo pero enfermo del alma, al ver cómo Cristo espera la conversión de todos, y son tan poquitos los que se mueven a convertirse». Y este era el más grande anhelo de su vida: que las gentes empezaran a llevar una vida más de acuerdo con el santo Evangelio.
Y donde quiera que estuvo trabajó por conseguirlo.
En ese tiempo estalló la revolución de Lutero que fundó a los evangélicos y se declaró en guerra contra la Iglesia de Roma. Muchos querían seguir su ejemplo, atacando y criticando a los jefes de la santa Iglesia Católica, pero San Cayetano les decía: «Lo primero que hay que hacer para reformar a la Iglesia es reformarse uno a sí mismo».
San Cayetano era de familia muy rica y se desprendió de todos sus bienes y los repartió entre los pobres. En una carta escribió la razón que tuvo para ello: «Veo a mi Cristo pobre, ¿y yo me atreveré a seguir viviendo como rico?» Veo a mi Cristo humillado y despreciado, ¿y seguiré deseando que me rindan honores? Oh, que ganas siento de llorar al ver que las gentes no sienten deseos de imitar al Redentor Crucificado».
En Nápoles un señor rico quiere regalarle unas fincas para que viva de la renta, junto con sus compañeros, diciéndole que allí la gente no es tan generosa como en otras ciudades. El santo rechaza la oferta y le dice: «Dios es el mismo aquí y en todas partes, y El nunca nos ha desamparado, ni siquiera por un minuto».
Fundó asociaciones llamadas «Montes de piedad» (Montepíos) que se dedicaban a prestar dinero a gentes muy pobres con bajísimos intereses.
Sentía un inmenso amor por Nuestro Señor, y lo adoraba especialmente en la Sagrada Hostia en la Eucaristía y recordando la santa infancia de Jesús. Su imagen preferida era la del Divino Niño Jesús.
La gente lo llamaba: «El padrecito que es muy sabio, pero a la vez muy santo».
Los ratos libres los dedicaba, donde quiera que estuviera, a atender a los enfermos en los hospitales, especialmente a los más abandonados y repugnantes.
Un día en su casa de religioso no había nada para comer porque todos habían repartido sus bienes entre los pobres. San Cayetano se fue al altar y dando unos golpecitos en la puerta del Sagrario donde estaban las Santas Hostias, le dijo con toda confianza: «Jesús amado, te recuerdo que no tenemos hoy nada para comer». Al poco rato llegaron unas mulas trayendo muy buena cantidad de provisiones, y los arrieros no quisieron decir de dónde las enviaban.
En su última enfermedad el médico aconsejó que lo acostaran sobre un colchón de lana y el santo exclamó: «Mi Salvador murió sobre una tosca cruz. Por favor permítame a mí que soy un pobre pecador, morir sobre unas tablas». Y así murió el 7 de agosto del año 1547, en Nápoles, a la edad de 67 años, desgastado de tanto trabajar por conseguir la santificación de las almas.
En seguida empezaron a conseguirse milagros por su intercesión y el Sumo Pontífice lo declaró santo en 1671.
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