La Iglesia Católica dedica especialmente el mes de octubre a la promoción del rezo del Santo Rosario y celebra la fiesta de Nuestra Señora del Rosario el día 07 como conmemoración de uno de los grandes favores que la Santísima Virgen otorgó a la Iglesia en 1571.

Pero la devota práctica de la repetición del saludo del Arcángel Gabriel a la Madre de Dios tiene mucha más historia. Cuando las cuentas del Rosario se deslicen entre sus dedos durante este mes (y ojalá frecuentemente), puede estar seguro de que los siglos de la historia de la Iglesia, pasados y venideros, se escriben entre esas avemarías.

Una breve historia del Santo Rosario

En la antigüedad, romanos y griegos poseían la costumbre de coronar sus estatuas con rosas u otras flores, simbolizando el homenaje y reverencia que a ellas prestaban. Adoptando para sí esa costumbre, las mujeres cristianas que eran llevadas al martirio, vestían sus ropas más bellas y adornaban sus frentes con coronas de rosas, mostrando el enorme contento que poseían de ir al encuentro del Señor. A la noche los cristianos recogían las flores, y por cada rosa recitaban una oración o un salmo por las mártires.

De ahí nació la costumbre recomendada por la Iglesia de rezar el rosario, que consistía en recitar los 150 salmos de David, que eran considerados una oración extremamente agradable a Dios. Entretanto, no todos podían seguir esa recomendación: saber leer en aquella época era reservado apenas a los cultos y letrados. Para los que no podían hacerlo, la Iglesia permitió substituir los 150 salmos por 150 Ave-Marías. A este «rosario» se pasó a llamar «el salterio de la Virgen».

 

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La Madonna del Rosario, de Luca Giordano.

 

 

 

 

 

 

 

 Esta humilde oración reveló con el tiempo una especialísima predilección de la Madre de Dios, quien procuró elevarla a la devoción mariana más recomendada por los Pontífices en la historia.

En el Siglo XII, cuando el «Salterio de la Virgen» no tenía aún su forma actual, Santo Domingo de Guzmán recibió una revelación de enorme importancia. Habiendo hecho enormes penitencias por la difícil conversión de los albigenses, la Santísima Virgen le aconsejó su salterio como un arma mucho más eficaz que el flagelo con el cual se disciplinaba. El Santo se dirigió a la Catedral de Tours y convocó a los fieles para predicarles, pero se desató una terrible tormenta que sólo amainó con el rezo del salterio. Con esta señal sobrenatural comenzó un intenso apostolado para promover la devoción.

La labor apostólica de Santo Domingo obtuvo gran éxito de manos de la Santísima Virgen a través de esta oración, y su práctica se mantuvo en auge durante un siglo, hasta que fue paulatinamente cayendo en el olvido.

Por mucho tiempo la población pasó a rezar con devoción el Rosario. Sin embargo, pasados unos 100 años de la muerte de ese gran santo, el Rosario comenzó a ser olvidado. En 1349 hubo una terrible epidemia en España que devastó al país, a la cual le dieron el título de «muerte negra». Fue en esa ocasión que Nuestra Señora tuvo la condescendencia de aparecer, juntamente con su Divino Hijo y Santo Domingo, a fray Alano de la Roche, entonces superior de los dominicos en la misma provincia donde nació la devoción al Santo Rosario. En esa aparición la Virgen María pedía que fray Alano hiciese revivir la devoción a su Salterio.

Sin demora el padre Alano, junto con los otros frailes dominicos, comenzó a trabajar en la difusión de esa poderosa devoción, que tanto agrada a la Santísima Virgen. Fue con él que el Rosario tomó la forma que tiene hasta hoy, dividido en decenas y contemplando los misterios de la vida de Jesús y María. A partir de entonces esa devoción se extendió por toda la Iglesia esta vez dándole su forma actual con la autorización de la Iglesia.

¿Por qué octubre?

La Batalla de Lepanto, por Paolo Veronese.

A pesar de que los milagros obrados por la intercesión de la Santísima Virgen son incontables, uno en especial mereció la institución del Día de la Virgen del Rosario el día siete de octubre.

¡Mar de Lepanto! Una inmensa batalla entre católicos y turcos se desarrolla. El entrechoque de las embarcaciones recuerda la conflagración final, cuando la bóveda celestial se enrrollará cual pergamino. Era el día 7 de octubre de 1571. Si los católicos perdiesen la batalla la Cristiandad sería sumergida por las huestes de Mahoma. La religión católica habría desaparecido para siempre.

A leguas de distancia, en Roma, San Pío V imploraba el auxilio divino, por intercesión de la Madre de la Iglesia. Inspirado, el santo Papa pide al pueblo romano que rece el Rosario por la victoria de sus hermanos.

En determinado momento, mientras despachaba asuntos urgentes, pero con su atención toda colocada en el peligro que corría la Cristiandad, aquel venerable anciano interrumpe los trabajos bruscamente y se dirige a la ventana. Los circunstantes quedan perplejos, no comprenden la actitud. Reina el silencio por breve espacio de tiempo, roto por la afirmación aún más misteriosa del Pontífice: ¡vencemos en Lepanto!

Manda reunir a los fieles y preparar la conmemoración por la milagrosa victoria de Don Juan de Austria, comandante de la flota. Una solemne procesión tiene lugar en las calles de la Ciudad Eterna. Días más tarde, llegan los emisarios de la escuadra trayendo la noticia ya antes anunciada por los Ángeles. Poco después estaba instituida la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias en el día 7 de octubre.

Un año más tarde, Gregorio XIII cambió el nombre para fiesta de Nuestra Señora del Rosario, y determinó que fuese celebrada en el primer domingo de octubre (día en que se venció la batalla en Lepanto). Actualmente la fiesta es celebrada en el día 7 de octubre.

El Santo Rosario en nuestros días

En el mensaje de Fátima, en 1917, la Santísima Virgen actualiza para nuestra época el llamado a la oración del Santo Rosario y promete una vez más su intervención en la historia de la humanidad, dando origen a una renovada devoción. San Juan Pablo II dedicó una Carta Apostólica a esta oración, en la que «el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor». El propio Pontífice señaló que esta oración tuvo gran importancia en todos los momentos de su vida, de la que afirmó: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad».

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Nuestra Señora de Fátima insistió en sus apariciones sobre la importancia del rezo del Santo Rosario. 

«El Santo Rosario no es una práctica piadosa del pasado, como oración de otros tiempos en los que se podría pensar con nostalgia», afirmó por su parte en 2009 Benedicto XVI. «Al contrario, el rosario está experimentando una nueva primavera». Siguiendo la reflexión de San Juan Pablo II, el Pontífice también renovó su invitación en 2012: » invito a rezar el Rosario personalmente, en familia y en comunidad, colocándonos en la escuela de María, que nos conduce a Cristo, centro vivo de nuestra fe».

El papa Francisco ha recomendado en varias oportunidades el rezo del Santo Rosario, y fue célebre su pregunta a los fieles en agosto de 2013: «¿Ustedes rezan el Rosario todos los días? … ¿Seguro?». El Papa motivó a los católicos a profundizar en la devoción a la Santísima Virgen a través de esta practica. También invitó a renovar la confianza de los creyentes, ya que Nuestra Señora » nos acompaña, lucha con nosotros, sostiene a los cristianos en el combate contra las fuerzas del mal».

Por estos motivos, y en unión a la riquísima tradición de amor a la Santísima Virgen, ninguna invitación puede ser mejor en este mes de octubre que honrar la piadosa costumbre de rezar devotamente el Santo Rosario. En el día de hoy, tal como en 1571 y en tantas otras oportunidades, la historia de los hombres y de la Iglesia de Cristo pende de la cadenilla y las cuentas de la más arraigada muestra de oración sincera a la Madre de Dios.

Gaudium Press / Miguel Farías.

 

 

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