La Pseudo-Reforma protestante fue uno de los grandes lances de la Revolución. Sin embargo, en contrapartida Dios suscitó almas que contribuyeron a explicitar y a definir las verdades negadas por el protestantismo. Una de ellas fue San Carlos Borromeo, gran figura de la Contra-Reforma. Plinio Corrêa de Oliveira Sobre San Carlos Borromeo tenemos los datos siguientes. A pesar de cortos, creo que son muy ilustrativos: Hecho cardenal a los 23 años, San Carlos Borromeo fue suscitado por Dios para la verdadera reforma de la Iglesia. Presidió sínodos y concilios, estableció colegios y comunidades, renovó el espíritu de su clero y de las órdenes religiosas. A su prudencia se debe, en gran parte, la feliz conclusión del Concilio Tridentino. Modelo de obispo de la Contra-Reforma San Carlos Borromeo se convirtió en una gran figura de la Contra-Reforma, la cual nos interesa muy especialmente. Si la Pseudo-Reforma fue uno de los grandes lances de la Revolución, la Contra-Reforma fue, evidentemente, uno de los grandes lances de la Contra-Revolución. Las grandes figuras de la Contra-Reforma ayudaron mucho a definir, en la Iglesia, todas las verdades que el protestantismo negaba. Ellas representan un gran ejemplo para nosotros, habiendo sido lo contrario de cierto tipo de teólogos vacíos, que no tienen los ojos puestos en los problemas de su tiempo, sino que escarban por curiosidad cuestiones dentro de los jardines de la Teología. Los personajes de la Contra-Reforma tenían su atención puesta en el mal, tal como se presentaba en aquél tiempo, y tomaron posición contra ese mal; de esa forma hicieron progresar mucho la doctrina católica. Una característica del pensamiento del contrarrevolucionario es exactamente la de no estar haciendo estudios en el aire, que no tienen relación con el aspecto que la Revolución presenta en el momento; sino realizar estudios al servicio de la Iglesia para salvar almas, refutar ideas falsas y aún más, en los que la substancia del pensamiento es aumentada por el análisis cuidadoso del error. Es propio del sentido cultural de nuestro Movimiento conocer la verdad de dos formas. La primera, deduciendo las verdades aún no sabidas de las ya conocidas. La segunda, analizar el error y al refutarlo, conocer mejor y más profundamente la verdad, estudiando la negación de la misma. No aprovechando los fragmentos de verdad existentes en el error, sino por exclusión, entendiendo la verdad que se debe sustentar. Por esa razón, los doctores de la Contra-Reforma nos son muy caros. San Carlos Borromeo no fue apenas un gran obispo contra-reformista, sino en algún sentido el Obispo de la Contra-Reforma. No sólo porque él era un hombre muy preparado, de una gran cultura que irradió a toda la Iglesia de su tiempo, sino por haber realizado el modelo perfecto de obispo. Muchos de los obispos buenos que vivieron desde la Contra-Reforma hasta nuestros días, tenían el ideal de ser obispos tal como lo fue San Carlos Borromeo. Eficacia del tipo humano No basta redactar obras refutando esto o aquello. Es necesario que la persona sea la personificación, el propio símbolo, el tipo humano de las obras que escribió. El trabajo que él realizó siendo el Obispo de la Contra-Reforma y el modelo de obispo, fue de una eficacia para la Iglesia, sin duda alguna, mayor que la de sus propios escritos. No quiero decir que el ejemplo vale siempre más que el escrito, sería exagerado. Pero, en este caso concreto, él valió más por el ejemplo que por sus escritos. Para no alargarme demasiado, cuento un hecho de la vida de este santo: En aquél tiempo se pensaba – como nosotros también pensamos – que un cardenal se debe revestir de pompa, de grandeza, de solemnidad, para hacer brillar la gloria de Nuestro Señor Jesucristo delante de los hombres. San Carlos Borromeo pertenecía a una gran familia italiana; además de Príncipe de la Iglesia, él fue, hasta cierto punto, señor temporal de Milán, y durante algún tiempo fue Cardenal Secretario de Estado. Por todas esas razones debía rodearse de grandeza y de hecho así lo hizo. Cierta vez, él andaba en un carruaje espléndido, con tapicería y toda la pompa por las calles de Milán – o en una carretera, no me acuerdo exactamente – cuando pasa cerca de él un fraile simple, pobre, montado a caballo. Ambos se saludaron y el fraile le dice: “¡Eminencia, cómo es agradable ser cardenal! ¡Se viaja más cómodo que un simple fraile!” El Cardenal Borromeo se volteó muy gentilmente hacia el fraile y lo invitó a viajar con él. El fraile entró en el carruaje, se sentó y comenzó a gritar debido a los cilicios existentes debajo del banco. El cardenal viajaba sobre cilicios, sufriendo las sacudidas propias de una carretera o de una calle de aquél tiempo, aunque estuviese metido dentro de sedas, cristales y púrpuras de un carruaje probablemente todo dorado, y hasta con plumas y lacayos. La santa prudencia En cuanto a la “prudencia” de San Carlos, no significa que haya sido un hombre cauteloso, que evitó cualquier riesgo. Ese es el sentido común de la palabra prudencia. La prudencia es la virtud cardinal que nos hace conocer y aplicar bien los métodos necesarios para [alcanzar] los fines que tenemos en vista. Por ejemplo, un miembro prudentísimo de una empresa de contabilidad es aquél que emplea las buenas reglas para llevar adelante los registros contables. Nosotros actuamos con prudencia con relación a la legislación laboral, no sólo pagando lo necesario para evitar problemas, sino también tomando las providencias necesarias para recibir aquello a lo cual tenemos derecho. Es decir, la prudencia es el acierto en el actuar. Por lo tanto, el texto de la ficha elogia a San Carlos Borromeo porque tuvo ese acierto. Para la conclusión del Concilio de Trento él empleó, con gran sabiduría y prudencia, los métodos adecuados. En las Letanías Lauretanas se invoca a Nuestra Señora como “Virgo Prudentíssima”, la Virgen que con mucho acierto hizo todo para llegar al fin que su vocación super-excelsa le pedía o le indicaba. (Revista Dr. Plinio No. 152, noviembre de 2010, p. 11-13, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de conferencias del 30.10.1963 y 4.11.1968). San Carlos fundó 740 escuelas de catecismo con 3,000 catequistas y 40,000 alumnos. Fundó además 6 seminarios para formar sacerdotes bien preparados, y redactó para esos institutos unos reglamentos tan sabios, que muchos obispos los copiaron para organizar según ellos sus propios seminarios. Fue amigo de San Pío V, San Francisco de Borja, San Felipe Neri, San Félix de Cantalicio y San Andrés Avelino y de varios santos más. Murió cuando tenía apenas 46 años, el 4 de noviembre de 1584. En Arona, su pueblo natal, le fue levantada una inmensa estatua que todavía existe. |