Con el Jueves Santo comienza el Triduo Pascual
Todos los años en el “sacratísimo triduo del crucificado, del sepultado y del resucitado” o Triduo pascual, que se celebra desde la Misa vespertina del Jueves en la cena del Señor hasta las Vísperas del Domingo de Resurrección, la Iglesia celebra, “en íntima comunión con Cristo su Esposo”, los grandes misterios de la redención humana.
Jueves Santo
La celebración del Jueves Santo está centrada en la institución de la Eucaristía en la que la Iglesia descubre y celebra la actitud de amor de Cristo.
Jesús instituyó el Sacramento de la Eucaristía en la Última Cena, cuando mandó “hacer eso en memoria suya”
La piedad de los hombres es especialmente sensible a la adoración del santísimo Sacramento, que sigue a la celebración de la Misa en la cena del Señor. El lugar de la reserva se ha considerado como “santo sepulcro”; los fieles acuden para venerar a Jesús que después del descendimiento de la Cruz fue sepultado en la tumba, donde permaneció unas Cuarenta horas.
El Jueves Santo celebramos la institución de la Eucaristía y el sacramento del Orden.
Dos instituciones que bien merecerían celebración y alegría. Sin embargo, los festejos se evitan. El clima de dolor, el ambiente de luto de la Semana Santa lleva a que estas manifestaciones de júbilo no sean exteriorizadas. Por lo tanto, la fiesta por la institución de la Sagrada Eucaristía fue trasladada a la Solemnidad del Corpus Christi, algún tiempo después de la fecha de su institución en la Santa Cena.
La Bendición de los Santos Óleos
El Jueves Santo, durante la misa de la mañana, también llamada Misa Crismal, el obispo en la catedral celebra el rito de la bendición de los Santos Óleos.
Los óleos que el obispo bendice son:
1 – El óleo de los enfermos, que se utiliza para la extrema unción y la bendición de las campanas;
2 – El Santo Crisma, con el que son ungidos los bautizados, son marcados con el signo de la cruz los que recibirán el sacramento de la confirmación, son ungidas las manos de los sacerdotes y la cabeza de los obispos, así como las iglesias y los altares en su dedicación;
3 – El óleo de los catecúmenos, aquellos que preparan y se disponen a recibir el sacramento del bautismo.
Así se desarrolla el rito de la bendición de los santos óleos:
Después de la homilía, entra en la iglesia una procesión de ministros o diáconos que llevan consigo los santos óleos en el siguiente orden:
En primer lugar, el ministro con el recipiente de los perfumes, caso el Obispo personalmente quiera hacer la mezcla del crisma; a seguir, otros ministros con el recipiente del óleo de los catecúmenos, si necesita ser bendecido; luego otro ministro lleva el recipiente con el óleo de los enfermos. Y, por último, dirigido por un diácono o un sacerdote, el aceite destinado al Crisma.
El diácono que lleva el recipiente para el santo crisma lo presenta al obispo, diciendo en voz alta: ¡He aquí el aceite para el Santo Crisma!
El obispo lo recibe y lo entrega a uno de los dos diáconos asistentes, que lo pone sobre una mesa preparada para este fin. Lo mismo hacen los que llevan los vasos del óleo de los catecúmenos y los enfermos.
El primero dice: Aquí está el óleo de los enfermos, y el otro: He aquí el óleo de los catecúmenos. Y el obispo los recibe en la misma forma en que recibió el óleo para el Santo Crisma.
Se bendicen los óleos en diferentes momentos.
La bendición del óleo de los enfermos se lleva a cabo antes del final de la Plegaria Eucarística; la bendición del óleo de los catecúmenos y la consagración del crisma, después de la comunión. Pero se permite bendecirlos a todos, después de la Liturgia de la Palabra.
Originalmente, se administraba el bautismo solemne de los catecúmenos en el Sábado Santo, y tal sea esta la razón principal por la que se bendice a este aceite en el Jueves Santo.
Es probable que naciese de ahí el rito del Sábado de Aleluya, que manda bendecir, con óleos recién consagrados, el agua bautismal.
La Misa Solemne del Jueves Santo
La Iglesia parece olvidar por un momento su dolor para celebrar el gran misterio de la Eucaristía: las canciones son alegres, las campanas repican.
En el comienzo de la misa, celebrada en la tarde, se nota el carácter jubiloso: toca el órgano y las campanas repican con las notas del Gloria in excelsis Deo, para callarse inmediatamente después hasta el Gloria del Sábado de Aleluya.
Este silencio de las campanas recuerda el mutismo de los apóstoles: permanecieron en silencio durante toda la pasión en lugar de levantar la voz para defender a su Maestro, como les competía.
Después del Gloria in excelsis Deo, ya no toca más el órgano. No se tocan las campanas en señal de gran tristeza a causa de la pasión y muerte del Salvador. No se canta el Aleluya.
Tampoco se da el beso de la paz, lo que significa la repugnancia que inspira el beso de Judas el traidor, exactamente en las circunstancias del Jueves Santo.
Es bueno recordar que las cruces de los altares son cubiertas, salvo la del altar mayor. Esta será cubierta con velo blanco, durante la misa. Y así ellas serán mantenidas hasta el Sábado Santo.
Para que sea más pungente y sugestivo el recuerdo de la Cena suprema en la que Nuestro Señor -único consagrante- se dio por sus propias manos a los apóstoles, se celebra una sola misa en cada iglesia.
Los sacerdotes que no celebran la Misa, asisten a ella portando sus estolas y reciben la comunión de la mano del obispo o del principal dignatario presente, que normalmente es quien celebra. De este modo, se recuerda la comunión que los apóstoles recibieron de las manos de Nuestro Señor, el día en que se instituyó el sacramento de la Eucaristía.
El Jueves Santo es conservada una hostia consagrada:
1 – A fin de que se tributen especiales adoraciones al sacramento de la Eucaristía en el día de su institución;
2 – Con el fin de poder celebrar la liturgia del Viernes Santo, día en que los sacerdotes no consagran.
La ceremonia del lavapiés
Después de la homilía de la misa vespertina del Jueves Santo, se sigue la ceremonia llamaba antiguamente «mandato», un nombre tomado de la palabra inicial de la primera antífona: «Mandatum novum», también llamada lavapiés, porque se lavan los pies a 12 hombres pobres. Ya San Agustín conocía esta ceremonia, que se realizaba sin embargo en otro día.
El «lavatorio de los pies» se realiza generalmente en la noche. En Roma, el Papa lava los pies a doce sacerdotes, en recuerdo del acto que Nuestro Señor practicó antes de instituirla Sagrada Eucaristía, lavando los pies de los doce apóstoles (Jn 13, 1-17).
Nuestro Señor quería enseñar a los apóstoles que la pureza y la humildad son dos virtudes esenciales, muy convenientes para la digna recepción del sacramento de la Eucaristía.
En las catedrales, el obispo lava los pies a doce pobres. A continuación, los seca. Los besa con respeto y entrega a cada pobre una limosna, con los mismos sentimientos de humildad y caridad que tenía Jesús el Salvador.
La costumbre del Lava-pies, es antigua tradición de la Iglesia. Desde el siglo IV, aparece en todas las liturgias.
Esta ceremonia se lleva a cabo:
1 – Para renovar la memoria de ese acto de humillación con que Jesucristo se rebaja a fin de lavar los pies de sus apóstoles;
2 – Porque Él mismo los instó, y en la persona de ellos a todos los fieles, a imitar su ejemplo;
3 – Para enseñarnos que debemos purificar nuestros corazones de toda mancha, y practicar, unos con otros, los deberes de la caridad cristiana y la humildad.
El traslado del Santísimo Sacramento
Durante el Jueves y el Viernes Santos el tabernáculo debe estar completamente vacío.
Por esta razón, se consagran el Jueves la cantidad de hostias suficientes para la comunión de estos dos días. De este modo, será tributado especial culto al sacramento de la Eucaristía en el día de su creación, y la liturgia podrá ser celebrada el Viernes Santo, ocasión en la que el sacerdote no consagra.
Al final de la misa, el sacerdote de pie ante el altar, pone incienso en el incensario, y de rodillas, inciensa el Santísimo Sacramento en tres ocasiones. Recibiendo el velo humeral, toma el copón, y lo recubre con un velo.
Entonces, en procesión, bajo un palio y con gran pompa, el Santísimo Sacramento es llevado a una capilla decorada convenientemente en un lugar aparte, llamada Santo Sepulcro. Durante la procesión, se canta el himno «Pange lingua.»
Al llegar al lugar de la reposición, el sacerdote coloca el copón en el tabernáculo, pone incienso en el incensario, se arrodilla, e inciensa el Santísimo Sacramento. A continuación, se cierra el tabernáculo.
Después de algunos momentos de adoración, el sacerdote y los ministros hacen una genuflexión y regresan a la sacristía.
Desmontaje de los altares
La alegría se mezcla con el luto. Es el silencio de los órganos, de las campanas y las campanillas, que son sustituidos por la matraca durante la misa, para recordar la traición de Judas, y por el desnudamiento de los altares, en el oficio, lo que significa el desnudamiento de Jesús para ser azotado y clavado en la cruz.
Regresando del altar de la exposición, se cantan las Vísperas.
Inmediatamente después, el oficiante, con una estola morada, y con la asistencia de sus ministros, comienza la ceremonia, quitando de los altares los manteles con todos los elementos que adornan. Se dejan abierta la puerta del tabernáculo, para indicar que no está presente el Divino Huésped.
Nuestras adoraciones se dirigirán por tanto, de ahí en adelante, a la cruz y es ante ella que haremos todas nuestras genuflexiones.
Mientras que se hace el desnudamiento de los altares, se recita el Salmo 21. En él, David profetizó la Pasión de nuestro Salvador con las circunstancias de su muerte en el Calvario: «Se repartieron mis vestidos entre sí, echaron suertes para mi túnica. «
El simbolismo conmovedor de esta ceremonia nos recuerda una de las horas más dolorosas de la Pasión, cuando Jesús fue abandonado por los suyos, y despojado por los verdugos de su túnica inconsútil, para rifársela.
El Divino Maestro nos enseña de ese modo que, para celebrar dignamente su Pasión, debemos despojarnos del viejo hombre, es decir, de todo afecto mundano y volvernos hacia Dios.
Viernes Santo
El Viernes Santo la Iglesia celebra la Muerte salvadora de Cristo. En el Acto litúrgico de la tarde, medita en la Pasión de su Señor, intercede por la salvación del mundo, adora la Cruz y conmemora su propio nacimiento del costado abierto del Salvador. Hoy es un día donde especialmente se reza el Vía Crucis.
El Viernes Santo, cuando la Iglesia celebra la muerte salvadora de Jesucristo, es el único día en el año en el que no se celebra la Eucaristía. En este día los fieles creyentes meditan en el gran misterio de la Cruz.
¿Por qué el Viernes Santo es el único día en el año en el que la Iglesia Católica no celebra la Eucaristía, además de otros sacramentos?, ¿por qué se obliga el ayuno y la abstinencia?, ¿a qué se debe la sobriedad en la ornamentación del Altar?, ¿por qué la vestidura roja del sacerdote y el diácono?
El Viernes Santo, segundo día del Triduo Pascual y uno de los epicentros de la Semana Mayor, es el día por excelencia del gran misterio de la Cruz y el único en el año en el cual la Iglesia Católica guarda ‘luto’ para traer al presente la Pasión y Muerte salvadora de Jesucristo.
Dos son los momentos principales con el cual los fieles, y quienes los presiden, celebran el gran misterio del Viernes Santo: el Vía Crucis Solemne y el rito de la Pasión del Señor, con la adoración de la Santa Cruz.
Nuestro Padre Jesús del Gran Poder engalana la Madrugada del Viernes Santo en Sevilla /Foto: Gustavo Kralj-Gaudium Press. |
La Pasión del Señor y la Adoración de la Cruz
La celebración de la Pasión tiene lugar en torno a las 3:00 de la tarde, hora de la muerte de Jesús. Así se explica en los Oficios para este día: «La celebración de la Pasión del Señor ha te tener lugar después del mediodía, cerca de las tres. Por razones pastorales, puede elegirse otra hora más conveniente para que los fieles puedan reunirse más fácilmente (…) pero nunca después de las nueve de la noche».
El Viernes Santo el Altar se presenta de manera sobria; sin manteles y una cruz sin crucifijo, que simbolizan la desnudez de Jesús en el Calvario. Por su parte, los sacerdotes y los diáconos que presiden y acompañan la celebración visten ornamentos rojos, para recordar la sangre derramada por Jesús en la Cruz.
El rito de esta celebración inicia con la Liturgia de la Palabra cuando se leen dos lecturas y la Pasión de Jesucristo según San Juan, continúa con la homilía y la oración universal, y concluye con la adoración de la Cruz y la comunión con la Eucaristía que fue consagrada durante la Misa de la Cena del Señor. Este es el único día en el año en el que no se celebra la Santa Misa, así como ningún otro sacramento, exceptuando el de la Reconciliación y la Unión de los Enfermos.
Es en este día, en el contexto de la celebración de la Pasión de Jesús, cuando tiene lugar la Coleta para Tierra Santa, a favor de los santos lugares y que promueve cada año la Custodia de Tierra Santa, obra a cargo de los Misioneros Franciscanos.
El Vía Crucis
Por su parte, con el Vía Crucis se ora y medita la Vía Dolorosa de Jesús en el camino hacia su Muerte en la Cruz, meditación que se realiza en 14 estaciones. Normalmente el Santo Vía Crucis tiene lugar en la mañana, pero también puede realizarse al iniciar la noche, como ocurre en Roma con el tradicional Vía Crucis en el Coliseo Romano, que preside cada año el Sumo Pontífice.
En España, en la gran mayoría de sus ciudades, el Viernes Santo tiene gran importancia con las tradicionales procesiones que presiden majestuosos pasos, preciosas tallas y obras de arte de la imaginería española, con los que se recuerda la muerte de Jesucristo y el dolor que sufrió su madre, María Santísima.
Las Siete Palabras
Además del rito de la Pasión del Señor y el Vía Crucis, durante el Viernes Santo también es posible asistir al Sermón de las Siete Palabras, con el cual se recuerdan las últimas palabras que pronunció Jesús antes de morir en la Cruz:
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».
«En verdad te digo, que hoy estarán conmigo en el paraíso».
«Mujer ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu Madre».
«Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?».
«¡Tengo Sed!».
«Todo está cumplido».
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».
Ayuno y abstinencia
El Viernes Santo también es día obligatorio de penitencia, guardando la abstinencia y el ayuno para igualmente contemplar el misterio de la Cruz, en espera de la Resurrección de Jesucristo.
Así lo especifica el Código de Derecho Canónico: «Todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia, tenor de los cánones que siguen: En la Iglesia Universal, son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de cuaresma; todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo».
Sábado Santo y Vigilia Pascual
Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos y esperando en la oración y el ayuno su Resurrección.
En María, conforme a la enseñanza de la tradición, está como concentrado todo el cuerpo de la Iglesia ya que era la única que conservó intacta su fe en la Resurrección del Señor. Por esto la Virgen María, que permanece junto al sepulcro de su Hijo, tal como la representa la tradición eclesial, es imagen de la Iglesia Virgen que vela junto a la tumba de su Esposo, en espera de celebrar su Resurrección. según una tradición muy antigua, ésta es una noche de vigilia en honor al Señor. Los fieles, llevando en la mano velas encendidas, se asemejan a quienes esperan el regreso de su Señor para que, cuando Él vuelva los encuentre vigilantes y los haga sentar a su mesa.
Domingo de Resurrección
El Domingo de Resurrección o de Pascua es la fiesta más importante para todos los católicos, ya que con la Resurrección de Jesús es cuando adquiere sentido toda nuestra religión.
Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo. En la Misa dominical recordamos de una manera especial esta gran alegría. Se enciende el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que permanecerá prendido hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo.