COOPERADORES

Desde hace siglos, muchas órdenes religiosas que enriquecen el panorama de la Iglesia se organizan en tres categorías: una Orden Primera, constituida por varones, sacerdotes o no, que practican integralmente los consejos evangélicos; una Orden Segunda, compuesta por religiosas de vida activa o contemplativa; y una Orden Tercera, abierta a los laicos, casados o solteros, que permanecen en el mundo y se esfuerzan por vivir y actuar según el espíritu de cada Orden.

Para entregarse plenamente a la actividad evangelizadora y realizar al mismo tiempo su ideal de perfección basado en su carisma, muchos Heraldos del Evangelio viven en comunidad, aunque conservan su estado de laicos. Se someten a un Ordo de Costumbres, practicando los consejos evangélicos de castidad, obediencia y pobreza, y mantienen el celibato.

Sin embargo, son numerosas las personas que también sienten el llamado de la gracia para santificarse y actuar conforme a la espiritualidad, el carisma y la misión de los Heraldos del Evangelio, pero cuyas obligaciones de estado les impiden una dedicación total. Esto requiere otra forma de integración en la Asociación.

Poco a poco, dentro de este movimiento eclesial, se les fue conociendo como Cooperadores, Apóstoles o Terciarios, constituyendo una sección especial inspirada en la organización de algunas órdenes religiosas.

Según los Estatutos de los Heraldos del Evangelio, los Cooperadores son aquellos que, “aunque se sienten identificados con el espíritu de la Asociación, no pueden asumir plenamente los fines de la entidad debido a sus compromisos clericales, su pertenencia a algún instituto de vida consagrada o sociedad de vida apostólica, o a sus deberes matrimoniales o profesionales” (Estatutos, 9).

Así, los Apóstoles de los Heraldos del Evangelio, que pueden ser laicos casados o solteros que viven en el mundo, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, seglares de vida consagrada o miembros de otras asociaciones o movimientos eclesiales, además de observar los preceptos y deberes correspondientes a su estado, se esfuerzan por vivir en conformidad con el carisma y la espiritualidad de la Asociación, dedicando su tiempo libre y comprometiéndose a cumplir algunas obligaciones.

Desean aplicar en su vida cotidiana ya sea en sus círculos familiares, en actividades sociales o en sus labores profesionales el espíritu y las enseñanzas de los Heraldos del Evangelio, convirtiéndose así en testigos de Cristo a través de la palabra y el ejemplo.

En la medida en que sus deberes de estado y su estilo de vida lo permitan, el Apóstol o Cooperador también participa en las actividades de la Institución, bajo la orientación de quienes sus superiores designen. Sin embargo, como cualquier otro Heraldos del Evangelio, son conscientes de que todos sus esfuerzos serán en vano si su corazón no está íntimamente unido a Jesús y a María, ya que la vida interior es el alma del apostolado.

Los Cooperadores comparten las gracias especiales que Dios concede a la Asociación, al igual que cualquier otro Heraldos del Evangelio. El Santo Padre les ha otorgado una indulgencia plenaria in articulo mortis. Están organizados en Sodalicios, según la parroquia a la que pertenezcan o la cercanía a alguna casa de los Heraldos del Evangelio.

El candidato a Cooperador debe comenzar con una preparación para realizar su Consagración a Jesucristo, la Sabiduría Encarnada, a través de las manos de María, siguiendo el método de San Luis María Grignion de Montfort. Posteriormente, será admitido en una ceremonia especial donde, tras pronunciar la fórmula de consagración, recibirá la Capa de Cooperador, el distintivo que lo identifica, un Devocionario y un ejemplar del Ordo de Costumbres.

El Devocionario está compuesto por las oraciones que los cristianos deben recitar en diversas etapas del día: al levantarse y al acostarse, antes y después de las comidas, en el momento de la Salutación Angélica (el Angelus), así como otras plegarias que son muy útiles para profundizar en la vida de piedad, obtener la intercesión de la Santísima Virgen y los santos, y agradar a Dios. Por su parte, el Ordo de Costumbres actúa únicamente como una guía de comportamiento y como un estímulo en el camino hacia la perfección. El Cooperador está obligado a cumplir únicamente con los puntos que se indican más adelante. Durante el acto de admisión, el Cooperador también asume un Compromiso de honra, que consiste en el cumplimiento de ciertas Obligaciones determinadas por el Consejo General de la Asociación; sin embargo, la violación de estas obligaciones, por sí misma, no constituye pecado ni imperfección.